Usted está aquí: domingo 28 de mayo de 2006 Política Después de la siesta

Rolando Cordera Campos

Después de la siesta

Podríamos decir: "Una vez que las aguas vuelvan a su nivel, calibraremos los alcances de la enchilada que llevó al presidente Fox a una euforia que no se corresponde con lo hasta ahora conocido de la reforma migratoria aprobada por el Senado de Estados Unidos", pero estaríamos radicalmente equivocados. Porque no hay cosa parecida a ese "nivel" en las aguas del desempeño presidencial: lo que se vive con él es un transitar imparable de un desborde a otro, de una provocación seguida por una bravata, de un reto al aire seguido por una invención y así hasta terminar el día, en una carrera que no admite pausa ni siesta.

Lo malo no acaba ahí, porque si algo ha probado este desenfreno presidencial es la enorme debilidad del espíritu público mexicano para digerir sensatamente sus cargadas contra la racionalidad elemental y, en consecuencia, su persistente disposición a caer en todas y cada una de sus provocaciones. De sus cuentas alegres, en las encuestas electorales, a sus fantasías económicas, y ahora a su "gloriosa victoria" en el Capitolio americano, el mandatario cosecha revires y regaños de sus oposiciones y, según las cuentas de sus expertos, acumula aprobaciones y simpatías para su fantasmagórica gestión gubernamental. En este diálogo disonante, el Presidente y los partidos han logrado ofuscar el entendimiento popular y creado un ambiente hostil a la política, y probablemente contrario a la participación ciudadana en las elecciones. Un escenario del todo opuesto a la candidatura de López Obrador y destinado a favorecer el tránsito del "voto duro" priísta al candidato del PAN.

No se trata de complot ni de estrategia, aunque los haya, sino más que nada del curso libre de un sistema político que no ha sido capaz de desprenderse de su herencia presidencialista y que en la orfandad propiciada por la deconstrucción de la Presidencia, no encuentra otro recurso que los ecos de un pasado que no volverá, pero cuya retórica vive y colea. De aquí la ridiculez de la "elección de Estado", pero también la curiosa operación exegética en que han caído algunos defensores del sistema electoral forjado por las crisis y las reformas de fin de siglo, pero también por los excesos y omisiones en que incurrieron el gobierno del cambio y sus aliados de ocasión.

La desarticulación del aparato de control y dominio del presidencialismo autoritario es un hecho, y asistimos hoy a su obligada consecuencia: la demolición del PRI por parte de sus grupos dirigentes y una diáspora caótica del priísmo, cuyos resultados inmediatos pueden ser decisivos para la elección de julio. La coalición de centro-derecha no tiene más opción por lo pronto que Calderón, en tanto que las huestes nacional-populares que dan piso a ese priísmo, parecen a la espera de señales que sus cúpulas no pueden o no quieren dar.

Así las cosas, las campañas de miedo y polarización emprendidas por la derecha van a continuar, porque para sus mariscales de campo no hay otro camino para convertir la dispersión priísta en abstención masiva. Estos contingentes reaccionan en clave presidencialista porque el PRI no pudo convertirse en partido e ilusamente buscó mantenerse como imaginada "burocracia celeste", pero es cada día más claro que esa nebulosa de intereses corporativos y de negocios y protección social y del empleo, reclama mensajes políticos distintos de los rutinarios de sus inertes dirigentes. De aquí la importancia del debate y, para la izquierda, de una precisión mayor en sus propuestas de reivindicación social y económica.

"Por el bien de todos, primero los pobres" puede decir mucho a quienes se mueven en las fronteras de la pobreza y el desamparo, pero que se sostienen fuera de esa línea gracias a la estabilidad lograda y el magro crecimiento económico obtenido. Pero hay que asumirlo y ofrecerles una perspectiva que no tenga como base un panorama de desastre sin salida. La batalla por el alma de las acosadas y, en mucho, empobrecidas clases medias populares, no se ganará con su homologación con los sectores "de abajo", sino con ofertas políticas de cambio que no den a los terroristas mediáticos del panismo y aliados la oportunidad de tejer nuevos inventos sobre una polarización que ellos mismos maquinaron, pero que la izquierda, con sus ambigüedades sin imaginación, alimenta en cada escaramuza.

El Presidente necesita una siesta que tal vez le permita digerir una enchilada que más bien parece chile con carne. Pero el resto del México político la debería aprovechar para una meditación sobre el país que nos ha dejado la alternancia y, antes, el cambio estructural.

Celebrar la regularización penalizada y mercantilizada de nuestros emigrantes, junto con unas cuotas de trabajo temporal, que poco tienen que ver con la magnitud del problema migratorio mexicano, revela el enorme desconocimiento que de su país tiene quien lo gobierna y representa. El México real es el de poco más de 800 mil jóvenes que cada año no encuentran empleo formal; de 400 mil mexicanos que se van al norte, de los cuales una mayoría tenía empleo en el país; de una minoría, no más de 20 por ciento, que encuentra lugar en la educación media superior y superior, pero al cabo deserta; de un número creciente que "no hace nada", como lo consignan las encuestas nacionales de juventud; en fin, un país maniatado que vive la deconstrucción del sueño de ser potencia emergente, que no se resigna al pasmo, pero que no encuentra voz y opta cada vez más por la huida o, como ocurre con el gobierno actual, por la fuga hacia adelante.

Este México de a de veras, es el que exige dejar atrás las pueriles provocaciones presidenciales y ponerse a pensar en serio. Insistir en montar un teatro de confrontación en torno a esta euforia destemplada querría decir que el autismo se apoderó de la política. Precisamente cuando más la necesitamos.

 
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