Usted está aquí: domingo 4 de junio de 2006 Opinión Casa Vecina

Angeles González Gamio

Casa Vecina

Una de las pocas calles del Centro Histórico que conservan su nombre ancestral es Mesones; la larga vía inicia en el corazón del castizo barrio de La Merced y termina en San Juan de Letrán, hoy Eje Central. Su nombre se originó por los mesones que se establecieron en los alrededores del desembarcadero de Roldán, a donde llegaban las canoas que traían mercancías de los pueblos del sur de la cuenca: Xochimilco, Tláhuac y Santa Anita, haciendo escalas en Iztacalco e Iztapalapa, también zonas chinamperas de importancia.

Ahí llegaban los comerciantes a comprar flores, verduras, granos, pescado, aves e innumerables mercancías más, que vendían en los mercados de la ciudad de México y Tlatelolco, en pueblos situados al norte de los lagos y en poblaciones lejanas que apreciaban los productos de esas ricas regiones sureñas. Esto generó la necesidad de alojamiento para que descansaran y se alimentaran hombres y bestias.

Tan temprano como el año de 1525, el acta del cabildo del primero de diciembre de ese año menciona el establecimiento de un mesón por parte de Pedro Hernández Paniagua, situado precisamente en la calle que habría de llamarse Mesones; también establece las normas de funcionamiento que, entre otras, señala:

"...que diere de comer o cenar dándole asado o cocido e pan e agua por un tomín de oro. Y en que si diere vino que gane la tercia parte de como valiese por arrobas en la ciudad. Y en que lleve por cada persona que durmiere en su casa dándole cama de su xergón e ropa limpia de la tierra por un real..."

A unas cuadras se construyeron unos cobertizos para guardar las carretas en las que se trasladaban las mercancías, lo que bautizó a dicha calle como Carretones, sitio en donde, en el siglo XIX, se estableció un taller de vidrio soplado cuyos productos llegaron a tener gran fama.

Desafortunadamente, por los desmesurados incrementos en el precio del gas, hace unos meses se vio forzada a cerrar, privándonos del placer de tener esas maravillosas piezas, conocidas como "vidrio de Carretones", de colores vibrantes, luminosas y translúcidas, con las formas únicas que le imprimían las manos de los hábiles artesanos.

Volviendo a Mesones, a su vera se edificaron las soberbias sedes de dos importantes instituciones: el Hospital de Jesús, primero de América, que fundó Hernán Cortés en el sitio en que se encontró por vez primera con el emperador Moctezuma, y el Colegio de las Vizcaínas, fundado a mediados del siglo XVIII por tres generosos y opulentos vascos, para dar educación a niñas desprotegidas de origen español. Ambos establecimientos tendrán su propia crónica.

Hoy vamos a hablar de Casa Vecina, un espacio cultural que abrió recientemente la Fundación del Centro Histórico, en el callejón de Mesones, esquina con Regina. Una antigua casona decimonónica aloja los talleres que imparten a la comunidad: grabado, serigrafía, reciclado de prendas y accesorios, cartonería, sonido, voz y canto, pintura, y para niños, guitarra, teatro de sombras, música y muchos más, que están, pasito a pasito, ampliando su visión del mundo.

A ello ayudan los entusiastas jóvenes que le dan vida: el director, Antonio Barquet; Christiane Hajj, quien con su sola presencia, alta y esbelta, de rizos dorados y cálida sonrisa, amabiliza el entorno; el coordinador de literatura, Antonio Calero; Blanca Espinosa, Iván Edeza y Andrés Mendoza, entre otros.

Hasta la aparición de Casa Vecina el callejón era intransitable, lleno de basura, perros famélicos y uno que otro teporocho. Ahora está limpio, se está repavimentando, inclusive la pulquería que sobrevive en la esquina se conserva decorosa; es sin duda una revitalización urbana y humana.

Las actividades de Casa Vecina se suman a las que desde hace varios años está llevando a cabo la fundación, con el programa de recuperación de oficios y la creación de nuevos, que realiza conjuntamente con el gobierno de la ciudad y diversas instituciones, como la Casa de la Música Mexicana, el Teatro del Pueblo, el Centro Comunitario Lagunilla-Peralvillo-Tepito y el Museo Nacional de las Culturas, coordinado todo ello por la encantadora Mali Haddad.

Con ella, con Rosalba Garza y Christiane Hajj, fuimos a comer al restaurante Ehden, para hablar de los talleres y recordar a sus ancestros libaneses. En su sucursal de la calle de Gante, con la atención personal de su amable dueña, Adela Harfuch, degustamos un delicioso kepe charola, tapule, hojas de parra, falafel y lentejas con arroz.

Cuidamos de dejar un lugarcito para los incomparables pastelillos: dedo de novia, graibe, nido de nuez, burma y mamul; el broche: un aromático y cargado café árabe, acompañado de un arak, el digestivo anís de esa región.

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