Usted está aquí: viernes 9 de junio de 2006 Opinión Las amistades poéticas

Vilma Fuentes

Las amistades poéticas

Poco después del 68, en el departamento de Salvador Elizondo frente al Parque México, conocí a Mariano Flores Castro. Eramos muy jóvenes, apenas salidos de la adolescencia, pero Salvador no retenía una curiosidad generosa en lo que hacíamos, intentando adivinar cómo sería el encuentro con nuestro destino -si acaso lo teníamos. La concepción de Mariano de la poesía era la más alta y se interrogaba sobre las cuestiones filosóficas fundamentales. Leía a Pound y a Nietzsche, a Gorostiza y a Villaurrrutia. Nuestra amistad fue automática y sin tropiezos.

Años más tarde, en 1975, debe haber sido octubre o noviembre pues ya hacía frío, Sergio Pitol me invitó a cenar a su departamento en París, con Daniel Leyva.

Sergio, también poseedor de una inteligencia generosa, la única que permite conocer al otro, se interesaba en escritores desaparecidos, a los que traducía, y en los que soñábamos con escribir algún día. Daniel se preguntaba qué veían los ciegos de nacimiento y quería transformar en palabras esas visiones. Sus autores preferidos eran Paul Eluard, Pablo Neruda, Julio Cortázar.

Leyva veía el mundo intelectual mexicano desde su soledad parisiense. Diferimos en algunas cosas con la pasión que ponen los jóvenes en sus ideas. A pesar de esas diferencias, o quizás por ellas, una larga y fiel amistad nos sigue uniendo.

Flores Castro llegó de Suiza para después instalarse una temporada en París. Siempre entusiasta, Mariano decidió crear una minieditorial para publicar algunas plaquettes de poesía en lengua española pagadas de su bolsillo.

Nunca supe si el entendimiento entre Mariano y Daniel llegó muy lejos, pero durante el tiempo en que se trataron en París, Daniel nos hizo conocer a su mejor amigo, Guillermo Merino, un muchacho argentino, algo mayor de edad que nosotros, con un sentido del humor que hacía soportable su pesimismo, una insoslayable y decisiva inclinación por la poesía, y un entusiasmo por tangos y canciones francesas que lo transformaban, al escucharlas, en la persona más alegre y optimista.

Por qué salimos de México y llegamos a París Mariano, Daniel y yo sería largo de contar. Lo cierto es que coincidimos y eso es lo importante. Willy, quien llegó de Argentina en parte a causa de una doble historia de amor (tal vez por una mujer y sin duda por la literatura), afirma que cruzó el Atlántico ''tras consejo literario de Henry Miller, tal vez para continuar recitando los versos de Paul Eluard, o conocer el París de Neruda, de Daniel Leyva, de las veladas chez Georges (un barecillo de mala muerte de Saint-Germain-des-Près)..." En todo caso, a diferencia de Mariano y Daniel, se quedó en París.

Mariano simpatizó con Willy, apreció su poesía y le publicó un pequeño libro titulado Tatuajes y distracciones, en 1976. El poemario prometía, pero los años fueron pasando y Merino se convirtió en una promesa literaria perfecta... o casi. Porque un nuevo volumen de su poesía, Crónicas del desatiento, acaba de ser publicado por las ediciones Hispanogalia. en París.

Sus poemas son auténticos, muy suyos, pesimistas muchas veces, se bañan en la melancolía de Fernando Pessoa:

Desertor de mis mentiras
Devorador de mis mitos

Destructor de mis construcciones

Constructor de mi nada

(...)

Castillo de miseria
Propietario del horizonte.

Optimistas menos veces, tienen ecos de sus lecturas de Neruda:

Alcanzado en pleno arrastre
abro los ojos levanto la vista

el mundo se extiende a mis pies.

Irónicos como el titulado Redondema:

Discutiendo con argumentos redondos
Nos mordemos las colas noches enteras

Crónicas del desatiento respiran la nostalgia argentina, la milonga y el gusto por Jorge Luis Borges, un París allá soñado. Guillermo Merino se ha dejado al fin alcanzar por el arrastre de su voz tantos años silenciosa, pero siempre viva.

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