Usted está aquí: lunes 12 de junio de 2006 Opinión Debate: sombras y luces

León Bendesky

Debate: sombras y luces

Qué difícil se nos hace la democracia en México. El debate reciente entre los candidatos a la Presidencia puso en evidencia la pobreza de la contraposición de ideas, que es una de las manifestaciones de la apertura que define a una sociedad más participativa.

En buena parte esto se debe al formato del debate, que es tan malo y acartonado que no sólo previene un intercambio más fructífero de las posiciones políticas, sino que lo convierte en algo verdaderamente aburrido y le resta utilidad. Los candidatos siguen un guión, hacen listas de propuestas cuyo contenido nadie puede retener, sacan libros y letreros, van de grandes declaraciones a acusaciones fuera de lugar que expresan encono más que aclarar alguna posición. Sirve, mayormente, para mostrar las diferentes actitudes, temperamentos y modos de ser de los personajes, lo que se concentra en los dos que encabezan las preferencias electorales.

Desde que cambió la estrategia de su campaña, Felipe Calderón aparece como un tipo rijoso que disfruta de la provocación y la fricción con sus contendientes. En eso recuerda la manera en que la derecha española, bajo el mando de Aznar y Rajoy y sus operadores Eduardo Zaplana y Angel Acebes, ejerce la política hoy, desde la oposición. Así se ha impuesto el estilo de Manuel Espino, presidente del PAN y miembro de la fracción de El Yunque.

Pero eso no exime a Andrés Manuel López Obrador de la falta de interés por prepararse para el debate, que, sabe bien, es un acto mediático y conoce cómo se comporta su contrincante a quien le cedió espacio, que Calderón aprovechó del mismo modo que en el primer debate al cual el perredista no asistió. Si aceptó las reglas del juego, debió aprovecharlas más.

Calderón tiene una propuesta esquemática para todos los temas que se le presentan, no arriesga nada, no dice cómo se harán las cosas ni cuánto costarán, pero logra que no se le aplique el mismo rasero que a López Obrador a quien eso sí se le exige. Y tal vez eso se debe a que ha optado por situarse en una especie de vacío en el que no tiene pasado ni presente y está lanzado al futuro que empezaría como tabla rasa en diciembre, cosa que es, por supuesto, falsa. En el vacío nada se sostiene. El PAN y su candidato padecen de una amnesia repentina y conveniente, como en el caso del Fobaproa-IPAB. Por cierto que Calderón tiene que enfrentar el asunto del cuñado incómodo, pues los indicios disponibles lo comprometen bastante, como mostró Jacobo Zabludovsky el pasado miércoles.

Pero AMLO no logra sacudirse las imputaciones que le hacen y debió haber aprovechado para hacerlo, sobre todo en lo que hace a su gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal. En todo caso el candidato mantiene su mensaje: confía en la gente y lo que sabe y propone un entorno de mayor equidad social; ésa es su apuesta.

Entre los planteamientos del debate hay algunas cuestiones en las que se advierte una diferencia clara entre ambos candidatos. Una tiene que ver con el proyecto económico. Calderón no modifica prácticamente nada del modelo actual y de las políticas públicas que se aplican, mientras AMLO habla expresamente de modificar los criterios prevalecientes con base en una restructuración social. Ese no es un asunto menor y debe ser uno de los elementos de consideración para los votantes.

De ahí se deriva también una postura distinta frente a inseguridad pública. Calderón insiste en el uso de la fuerza como método de combate a la delincuencia, AMLO agrega que un mayor bienestar social es indispensable para atacarla. Hay entre ambos fenómenos, la pobreza y la delincuencia, un vínculo que no puede negarse.

Otra cuestión se refiere a la política exterior: Calderón la plantea como ámbito independiente del quehacer político y AMLO como un tema asociado con la política interna. Este es también asunto de relevancia, pues el país tiene ahí muchos pendientes que atender, sobre todo en la relación con Estados Unidos en los temas asociados con la migración y el Tratado de Libre Comercio. La discrepancia no es sólo doctrinaria.

Aquí es donde Madrazo tuvo uno de sus mejores momentos al señalar que la política exterior es una "zona de desastre". Y, por cierto, el priísta estuvo bien ubicado en sus críticas a la gestión del actual gobierno, pero tiene un grave problema, y es que lo acompaña su propia sombra y la de su partido, lo que en efecto lo relegó de la disputa principal del evento. El PRI no puede reclamar la posición de centro entre lo que se ha decantado cada vez más como las posturas de la izquierda y la derecha, tal como aparecen en sus expresiones partidistas.

A pesar de mostrar mucha confianza en su éxito electoral, incluso obteniendo una mayoría en el Congreso, Calderón parece sospechar y ofrece que de ganar hará un gobierno plural y hasta habla de un gobierno de unidad nacional. Este es un asunto de cuidado y usa los términos con demasiada laxitud. No se puede convocar a la unidad nacional en abstracto y el contenido que tenga en mente, si es que lo tiene, puede ser motivo de graves conflictos sociales. Es distinta la llamada de AMLO que expresa bajo el lema de primero los pobres y la limitación de las prerrogativas de unos cuantos. La diferencia en este caso es significativa.

La elección no debería ser un asunto sólo de personalidades, pero la historia de los candidatos, las campañas y los debates las exponen de modo claro. Además de las posturas maniqueas: los defensores de la ley contra los violentos, los que buscan la igualdad contra los que defienden los privilegios, los que representan la seguridad contra los que son un peligro, hay diferencias notables en las ofertas que se hacen y eso indica los extremos de la situación política en que está el país. Seguramente será muy diferente la forma de gobernar.

 
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