Usted está aquí: miércoles 14 de junio de 2006 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

Otro fracaso de Sodi

Atacó con balas y recibió misiles

El debate devino feria de vanidades

Demetrio Sodi fracasó otra vez. Tal vez quiso, pero no supo y menos pudo. Todo el chachalaquero ruido que levantó durante meses y semanas, mientras no podía recibir réplicas inmediatas, es decir, en tanto que no tenía a su opositor enfrente, terminó en un reconocimiento patético del trabajo social de la gestión de gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Pese a ello, debemos decir con toda franqueza que fueron 120 minutos, del llamado debate, menos aburridos que el mismo show de hace una semana, pero mucho más inútil que el de entonces, porque seguramente no habrá de ayudar a nadie a cambiar la definición política que ya tomó.

Como en botica de pueblo, se habló de enfermedades y remedios, casi todos iguales, casi siempre los mismos, pero sin mayores sustentos.

Dicen que el capricho del niño Cinta se cumplió. Que luego de repetir una y otra vez que actuaría conforme a la filosofía de su partido -la que nunca dejó en claro- hizo realidad su sueño: salió en la tele. Se la pasó, para no perder más tinta, pidiendo que alguien le hiciera caso, como Adán en busca de su madre.

Por lo demás, su discurso hizo que la gente se olvidara de su aparente poca edad, para recordar las palabras recién envejecidas del capitalismo feroz, es decir, fueron propuestas viejas en boca joven.

Gustavo Jiménez Pons, que llevaba la representación de la Alianza Socialdemócrata y Campesina, pasó inadvertido, por más que quiso entrar en la discusión. Tal vez en ¿la próxima? corra con mejor suerte.

De la candidata del PRI se esperaba mucho más. Sus propuestas, que no llegaron a convencer como compromisos, eran lugares comunes, palabras que mostraban cierto fastidio, cierta derrota ya asimilada. Beatriz Paredes llegó tarde al debate -casi una hora de retraso-, a la candidatura y a la defensa de su partido. En fin, llegó tarde.

El nuevo fracaso de Sodi tuvo que ver, principalmente, con un cambio de actitud del candidato del PRD. Parecía que tenía en mente atacar sin recibir respuesta, pero por cada uno de sus balazos recibió misiles.

A su histeria del principio siguió una demostración absurda de supuestas pruebas que poco dijeron a la audiencia. Hubo un momento en el que mostró una botella con agua sucia que más que líquido contaminado parecía la muestra de sus últimos análisis clínicos.

Primero quiso, como lo ha hecho el candidato de las manos limpias y las uñas largas: Feli-Pillo, descalificar al gobierno de la ciudad. La destruyó, la hizo ser la más contaminada, la más endeudada, la más peligrosa, pero frente a las pruebas que exhibió Marcelo Ebrard, cayó, como las chachalacas por la noche, y concluyó reconociendo que él seguiría las políticas sociales que aplica el Gobierno del DF.

Marcelo Ebrard comenzó nervioso, con la respiración entrecortada, pero firme en sus respuestas, y conforme se dio cuenta de las debilidades de su contrincante -sus mentiras, esencialmente-, creció y repitió la izquierda sobre la mandíbula de su contrincante.

Habrá muchos que pretendan robar el triunfo a Ebrard, pero las diferencias, entre unos y otro, fueron abismales, y hay algo que quedó muy claro: el candidato del PRD-PT-Convergencia conoce de cabo a rabo la ciudad y su problemática. Lo que todo el mundo se pregunta ahora es si Ebrard tendrá la entereza de cumplir con lo que ya empezó a suceder en la ciudad, y que va bien.

Ahora que, a decir verdad, ninguno de los tres candidatos importantes se mostró tal y como es, como que ninguno se parecía a sí mismo, por eso, parafraseando a Tom Wolfe, aquel recordado maestro del Nuevo Periodismo, lo que sucedió la noche del lunes fue nada más que la feria de las vanidades. Para eso sirven los debates

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