Usted está aquí: viernes 16 de junio de 2006 Opinión Movimientos y elecciones

Raúl Zibechi

Movimientos y elecciones

La reciente ocupación de la Cámara de Diputados en Brasilia por un grupo de trabajadores sin tierra disidente del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) propició feroces reacciones de la derecha que llegó a pedir la intervención militar. Desde la izquierda, las respuestas a la extemporánea acción abarcaron el amplio abanico desde la condena dura y pura hasta la aprobación, pasando por quienes aseguran que entre los exaltados asaltanes del parlamento había infiltrados.

Joao Pedro Stédile, coordinador del MST, volvió a destacar las dificultades que se presentan a los movimientos en periodos electorales "porque es el más fértil para que las fuerzas oscuras realicen todo tipo de provocaciones", dijo a Folha de Sao Paulo (9/6/05), y criticó de forma velada al gobierno petista al afirmar que los enemigos de la reforma agraria -cuya virtual parálisis es uno de los nudos de la crisis social- son los bancos, los latifundios y las empresas transnacionales, y que es necesario un "nuevo proyecto" para Brasil.

Hacia las elecciones de octubre, en las que Luiz Inacio Lula da Silva pretende ser reelecto y es muy probable que lo consiga, las bases del MST aparecen divididas en tres corrientes: un sector apoya a Lula; otro a Heloisa Helena, del PSOL (Partido Socialismo y Libertad), formado por parlamentarios radicales expulsados del PT; y el que opta por el voto en blanco o anulado. El descrédito en la política y en la utilidad del voto crece a tal punto que buena parte del último artículo de Frei Betto (Por qién votar) está dedicado a combatir la abstención y el voto nulo. Aunque la Central Unica de Trabajadores definió semanas atrás su apoyo a Lula, el MST parece decidido a no hacer campaña por ninguno de los candidatos de izquierda.

En octubre habrá también elecciones en Ecuador, que pueden resultar estratégicas para configurar el mapa regional andino, toda vez que los recientes triunfos de Alvaro Uribe, en Colombia, y Alan García, en Perú, frenaron la seguidilla de triunfos de la izquierda e inclinan la balanza regional a favor de Estados Unidos. Un eje conformado por Colombia y Perú (que acaban de firmar TLC con Washington) fortalecería los gobiernos de izquierda que se limitan a administrar el modelo neoliberal en Chile, Uruguay y Brasil, y a aislar a Hugo Chávez y Evo Morales.

En Ecuador la izquierda también está dividida: el Partido Socialista, el Movimiento Popular Democrático y Pachakutik representan a sectores sociales con intereses diferentes y concurren por separado a las elecciones. La situación es compleja porque el movimiento indígena, aunque promueve la candidatura de Luis Macas (presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador y candidato por Pachakutik) no parece dispuesto a establecer alianzas o acuerdos electorales que no estén asentados en un proyecto común y encabezados por candidatos que pertenezcan a las organizaciones populares o de izquierda. Con ello, los indígenas indican que no quieren volver a cometer los errores del pasado que los llevaron a apoyar a Lucio Gutiérrez, con quien rompieron seis meses después de instalado su gobierno. Más aún: sacan cuentas de los tremendos costos políticos y morales que tuvo la decisión de apostarle a alianzas en las que lo electoral desplaza el proyecto y la ética.

Las elecciones ecuatorianas de octubre -al igual que todas- se juegan en dos escenarios diferentes en los que intervienen actores con intereses dispares: la relación de fuerzas regional y el futuro del proyecto histórico del movimiento indígena, consistente en crear un Estado plurinacional. Nadie puede decir que uno deba ser sacrificado al otro y, a la vista de los resultados en otros países, no sería oportuno aventurar que un triunfo de la izquierda asegure la consolidación del bloque antimperialista. Para el movimiento indígena, único actor confiable y creíble en Ecuador, el margen de maniobra entre el electoralismo y el proyecto histórico es estrecho; y en última instancia está decidido a mantenerse firme en el segundo.

En ambos casos, las izquierdas políticas están divididas y los movimientos enfrentan los desafíos propios de las coyunturas electorales en las que los espacio-tiempos de la política son los que impone el Estado. No son los tiempos propicios para la lucha por los proyectos del campo popular: ni el Estado plurinacional que defiende la Conaie ni la reforma agraria para un nuevo Brasil que propone el MST.

A los indígenas y a los sin tierra no les resulta indiferente quién gobierne. La derrota de Lula agravaría la precaria situación de la izquierda y la fragmentación electoral puede consolidar el proyecto de las elites ecuatorianas. Sin embargo, en el mejor de los casos los movimientos parecen lejos de estar entusiasmados incluso con los candidatos que consideran "propios". Y es que no se trata de personas, de buenos, malos o peores, sino de algo mucho más profundo. Gane quien gane, y si gana la izquierda es probable que la represión sea menor que si se impone la derecha, habrá que seguir luchando para conseguir que avancen la reforma agraria y otras demandas. Los sin tierra nos recuerdan que ningún gobierno da nada si no hay una potente movilización de los de abajo.

 
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