Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de junio de 2006 Num: 589


Portada
Bazar de asombros
La memoria del horror
SIMONE DE BEAUVOIR
La representación prohibida
JEAN-LUC NANCY
Alemania: antes y
después de Shoah

STEFAN GANDLER
Sobre Shoah
Struthof, entre la
memoria y el olvido

EVGEN BAVCAR
El presente y lo inmemorial
CLAUDE LANZMANN
Buenos Aires: recuperar
la tertulia

ALEJANDRO MICHELENA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUIA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

El viaje Real
LUIS TOVAR

(h)ojeadas:
Reseña de Mayra Inzunza sobre La posibilidad de una isla


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ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
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INTRADUCIBLE (II Y ÚLTIMA)

¿La percepción del mundo resulta tan contundente que no hay manera de explicar con descripciones precisas los registros del ojo? Para definir uno de los colores, Moliner lanza una traductio que, sin el referente inicial, casi es ilegible: "color simple que se encuentra en el espectro de luz blanca entre el amarillo y el azul" (una mente ingenua, casi prenewtoniana y en el margen de los estudios de óptica que llegan hasta Goethe, preguntaría: ¿qué es el amarillo?, ¿qué es el azul?, ¿dónde están?). Tal vez más cauto y prudente, pero dejando casi inalteradas las palabras, el Diccionario de Autoridades expresa lo ya dicho por Covarrubias: "es color de la yerba y de las plantas, cuando están en su vigor, y así se dijo viridis, a vigore; es epíteto del prado y de la primavera". Así, mediante un recurso levemente tautológico, que no olvida la manera como el gólem borgeano aprende las cosas del mundo desde las explicaciones de Judá León ("El rabí le explicaba el universo:/ ‘Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga’;/ Y logró, al cabo de años, que el perverso/ Barriera bien o mal la sinagoga"), quien busca entender lo que es el verde casi encuentra un alarde de precisión en el verso de García Lorca: "verde que te quiero verde".

El problema de las definiciones comentadas es que requieren del conocimiento previo de algo en el mundo pues, de lo contrario, se vuelve imposible su comprensión. No haber apreciado el verde, por ceguera o daltonismo, cancela la eficacia de las alusiones vegetales, pues el ciego o el daltónico pueden concluir que ese color es terso como una hoja, o duro como la esmeralda. Además, dentro de contornos tan borrosos, una imagen arquetípica de verde puede superar lo dicho por Moliner y Covarrubias en el nivel empírico, pues mezcla la llamarada vegetal de mi jardín con el recuerdo de algunos ojos verdes, casi becquerianos, y el color del primer suéter tejido para mí por mi madre. ¡Ah, la subjetividad! De explicar al lector tanta verdura autobiográfica, ¿éste podría entender lo que es el verde? (más aún: ¿lo que es mi verde?). No quedaría más remedio que ir detrás de Aristóteles y volverlo a traer a la reunión, pues hace falta un cierto refrescamiento lógico acerca de que lo definido no debe ser parte de la definición, de que deben considerarse género próximo y diferencia específica.

Siguiendo a William James: ¿el color verde está en la yerba y en las plantas, o ya vivía en los ojos y éstos sólo reconocen algo conocido previamente? (dicho de otra manera: ¿un color radica en la percepción del ojo o en el objeto donde se dice que vive ese color?). Si James tiene razón, algo falla en las aproximaciones verbales al verde, pues entre el sentido que percibe (el ojo) y un accidente (el color) del objeto percibido (la yerba, las plantas), se elige al objeto percibido (la yerba) para definir un accidente que le es propio (el verde), lo cual se corrobora en el hecho de que no todas las plantas ni todas sus partes son necesariamente verdes. La misma Moliner concluye, siguiendo a Autoridades y Covarrubias: "[el verde] es, por ejemplo, el color del follaje" (aunque los haya rojizos, azulosos, amarillentos y dorados), pero elimina la noción de plenitud vegetal que es un acontecimiento contingente para las plantas, particularmente en otoño e invierno, salvo para las perennifolias.

Para describir la percepción de algo tan elemental como un color, el lenguaje se ve obligado a invocar los símiles y se constriñe a evocaciones que exigen participar compartidamente de experiencias semejantes. Qué distinta la temeridad del poeta que dice directamente: "hay leche y miel bajo tu lengua" (no dice que la boca de la amada sepa a eso, ni compara la boca con la leche y la miel, pues dice más: afirma que bajo la lengua de ella habitan esos sabores y esas sustancias, para lo cual no queda más remedio que la dichosa corroboración empírica de introducir la propia lengua dentro de la boca de Bienamada y buscar allí —como si hiciera falta comprobar tal cosa— esas condiciones nutritivas y de sabor).

La comparación es una figura retórica rudimentaria, madre de la metáfora (comparación donde se han eliminado las cláusulas comparativas). La fórmula verbal: "tus ojos son como el mar", es inferior a "tus ojos son el mar donde me ahogo"; "el verde es el color del follaje" resulta una metáfora para intentar una definición. ¿No ocurre que donde se pretenden delimitaciones exactas se incurre en lenguajes metafóricos, en la curiosa certeza de experiencias compartidas?