Ojarasca 110  junio 2006

Exiliados en las ciudades

Andrés Barreda





La guerra decretada por el neoliberalismo contra el campo mexicano tiene como efecto una descomunal migración a Estados Unidos y el arribo de millones de campesinos a las ciudades de México.

Las ciudades grandes e intermedias se expanden y densifican sin ningún control.

Ambos flujos migratorios aceleran la puntual destrucción general de la vida comunitaria y la incautación de los más diversos derechos de los mexicanos, muy especialmente los territoriales y ambientales, en los lugares rurales y urbanos en que habitamos.

Debido a la creciente pobreza local y a la enorme necesidad yanqui de mano de obra extranjera, avanza la desbandada migratoria y si el gobierno estadunidense busca criminalizar este crecimiento es sobre todo para que no se dispare el alza salarial, ni ocurra de forma caótica e indiscriminada. De ahí que promueva el endurecimiento de las leyes de ingreso migratorio.

En contraparte, el flujo de millones de mexicanos, sobre todo a la Zona Metropolitana de la ciudad de México, ayuda también a atenuar la intensidad de los efectos de la devastación rural y el proceso general de migración hacia el norte, pero redunda directa o indirectamente en una intensa expansión demográfica en la corona de ciudades, pueblos y municipios que rodea la capital del país.

Tal proceso dispara la construcción al vapor de múltiples zonas dormitorio, nuevos áreas comerciales (de minitiendas de conveniencia a grandes centros comerciales o malls), gasolineras, hoteles, centros de convenciones, clubes de golf, nuevos pasos a desnivel, grandes avenidas, libramientos y supercarreteras estratégicas de alta especificación, presas hidroeléctricas abastecedoras de agua y electricidad, aeropuertos, confinamientos gigantescos de basura, incineradores, basureros clandestinos de residuos tóxicos y cementeras.

Los descomunales centros comerciales transnacionales (impulsados por Wal-Mart, Sam's, Carrefour, Costco, McDonald's, Grupo Electra, y otros) que se multiplican como hongos, desmantelan el mediano y pequeño comercio (un caso monstruoso de este desmantelamiento provocó la represión en la zona de Texcoco y Atenco, que son parte de la llamada corona de ciudades).

Dichos centros comerciales suplantan paulatinamente y reorganizan todos los espacios barriales callejeros donde la gente se reunía a consumir en colectivo, llegando al punto de comenzar a funcionar como oficinas institucionales donde realizar pagos de facturas gubernamentales, etcétera.

Como se hizo evidente en un incendio acaecido en mayo de 2006 en la tienda Comercial Mexicana de Cuautla, la posibilidad de que ocurran siniestros en las grandes instalaciones comerciales introduce en los municipios riesgos que rebasan las infraestructuras de seguridad locales derivadas de los presupuestos de los pequeños ayuntamientos del país.

En el norte de la ciudad de México encontramos la zona más agredida de esta corona. Prueba de ello son los aplastantes horizontes formados por decenas y decenas de monótonas unidades habitacionales vendidas por las empresas Geo, Ara, Sadasi, Homex-Beta, Came, que se acompañan de una desproporcionada extracción de aguas del subsuelo mediante pozos que ponen en entredicho la sustentabilidad de la región.

Decenas de miles de nuevas micro casas habitación recluyen de manera inédita a los nuevos marginados urbanos al encerrarlos, fuera de las viejas ciudades, en espacios bardeados. No hay lugares colectivos, parques, escuelas, plazas públicas, ayudantías municipales, iglesias o mercados, pero proliferan tiendas Oxxo, antenas de telefonía celular y televisión, y cunde el narcomenudeo.

Son centros dormitorios construidos actualmente en todo el mundo (no sólo en México) con endeble material prefabricado, que maquillan como modernos programas de dotación de vivienda lo que en realidad es hacinamiento y confinamiento de población trabajadora, pero también desempleada. Son programas de captura de una parte de los fondos que actualmente entran al país como remesas y de parte de los fondos descomunales que captó el país en los últimos tres años, al elevarse los precios de petróleo.

Como efecto de tal desbordamiento urbano avanza caótica la deforestación de bosques y selvas, la pérdida de tierras fértiles, la sobreexplotación y contaminación de los acuíferos, la contaminación de los ríos, la generación incontrolada de basureros y confinamientos químicos peligrosos o el emplazamiento de incineradores y crematorios que también rebasan el entendimiento ambiental de las autoridades locales.

Este bestial proceso, con sus nuevos e impositivos usos de suelo margina, despoja o expulsa a los campesinos de sus tierras, bosques y aguas; a los nuevos urbanos se les embota con la falsa información de los medios masivos, y se degrada la calidad de vida de todos los espacios. No hay oportunidad de que nadie opine o decida en torno a la calidad de su propia vida, afectada por imposiciones, en aras de una supuesta única manera de impulsar desarrollo y progreso.
 
 

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Morelos es una región muy rica en agua, pero las ciudades más importantes del estado se asentaron precisamente en la franja formada por cincuenta manantiales que alimentan a sus principales ríos. La evolución histórica de estos enclaves se expresa en una silueta urbana que deriva de que los pueblos originarios que formaron las nuevas ciudades se asentaron a la orilla de los ríos. En la silueta actual de las grandes ciudades morelenses, todavía se alcanza leer el antiguo recorrido del agua superficial y de los acuíferos.

Hoy, las ya de por sí grandes ciudades vecinas están en proceso de fundirse, por su crecimiento poblacional y por el acelerado arribo de nueva población, turismo, basura e inversiones procedentes del Distrito Federal.

Cuernavaca, Jiutepec, Tepoztlán, Ocotepec, Yautepec, Oaxtepec, Cocoyoc, Tlayacapan, Cuautla, Ayala y Yecapixtla velozmente amplían sus respectivas manchas urbanas en un proceso que sugiere el nacimiento de lo que en un descuido podría ser una nueva megaciudad, que como Puebla-Tlaxcala, quedaría fuertemente articulada a la Zona Metropolitana de la ciudad de México.

Tal urbanización es la forma en que se intenta resolver la crisis estructural del proyecto de industrialización que vive la región, convirtiendo la entidad en zona dormitorio de población de edad avanzada, que ya se retiró del trabajo, y en zona de servicios comerciales y turísticos, mucho lavado de dinero y rastros rotundos de economía criminal (compra venta de autos robados, secuestros, narcotráfico, prostitución), mientras se decreta la muerte de la producción agrícola.

Ejemplo trágico es Alpuyeca, en el municipio de Xochitepec, que quieren convertir en cruce de caminos de varios proyectos carreteros engarzados con el gran anillo periférico externo a la ciudad de México que enlazaría Tlaxcala, Puebla, Cuautla, Alpuyeca, Toluca, Atlacomulco, Tula y Tulancingo, mediante dos inmensos arcos carreteros, al norte y al sur de la ciudad de México, incluidos en el programa federal de enlace Gran Visión.

Se pretende que Alpuyeca albergue un nuevo centro de convenciones, nuevas casetas de cobro de la Autopista del Sol y, sobre terrenos ejidales, al menos 10 mil nuevas casas Ara y Geo cuyos drenajes van directo a los ríos. Esto se superpone a viejos asentamientos de cementeras, confinamientos clandestinos de tóxicos (uno de ellos en estado de urgencia ambiental no reconocida por las autoridades) y basureros (existe ahí el principal depósito de basura a cielo abierto de todo Morelos, que recibe 8 mil toneladas de basura por semana e incluso desechos del Estado de México y el Distrito Federal).

En virtud a la desesperada movilización de los habitantes de Alpuyeca en el mes de abril de 2006, el gobierno estatal se comprometió a cerrar el basurero y a tratar adecuadamente la basura que quede en el confinamiento. No queda claro que vaya a cumplir. Los pobladores de Alpuyeca han decidido no dejarse.
 


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