Usted está aquí: viernes 23 de junio de 2006 Opinión Capitolio: seguir en Irak

Editorial

Capitolio: seguir en Irak

Con la mayoría de la población estadunidense convencida de que la invasión y ocupación de Irak no debió llevarse a cabo, con más de mil 500 bajas entre los efectivos del país agresor y luego de tres años de hundimiento en las arenas movedizas de las mentiras de Estado, la desintegración de la nación agredida y la disolución de las alianzas internacionales que respaldaron la aventura bélica en un inicio, el Senado de la superpotencia rechazó ayer por amplia mayoría una propuesta demócrata para fijar el retiro de las tropas ocupantes de la nación árabe para dentro de un año. Otra iniciativa que pedía la salida de las fuerzas invasoras sin establecer para ello una fecha límite fue también derrotada por la mayoría republicana.

No es fácil entender que la clase política estadunidense siga supeditada a una acción militar fundada en falsedades, contraria a la legalidad y a la ética, orientada por intereses inconfesables, y que para colmo se ha traducido, en el teatro de operaciones, en la imposibilidad manifiesta de algo remotamente parecido a una victoria. Contra toda lógica, contra toda decencia, y hasta a contrapelo de cálculos pragmáticos elementales, el Senado decidió, así, dar su pleno respaldo al presidente George W. Bush para que éste prosiga su fracaso sangriento de manera indefinida.

Tal vez el propio ocupante de la Casa Blanca haya dado la clave de estas actitudes empecinadas cuando afirmó, hace unos días, que su gobierno había ido "demasiado lejos" en Irak como para pensar en una retirada. Es decir: Washington ha perdido mucho con esta guerra; tanto, que no se atreve a asumir el costo; tanto, que no encuentra más remedio que seguir perdiendo ­vidas, cantidades astronómicas de dinero, autoridad internacional­ y seguir destruyendo lo que queda de Irak.

Otras palabras reveladoras son las que pronunció el jefe de la mayoría senatorial republicana, Bill Frist, al rechazar las propuestas demócratas: "Sería un deshonor para nuestros soldados ­dijo­ retirarnos en un momento tan prometedor como el actual". De acuerdo con este político conservador, Estados Unidos no tiene mejor forma de honrar a sus efectivos que asegurarse de que sigan muriendo, no en calidad de libertadores o defensores de la democracia, sino como ocupantes detestados y como ejecutores de una estrategia que pasa por los crímenes de guerra y por la violación sistemática y masiva de los derechos humanos de la población civil.

Desprovistos ya de cualquier argumento convincente sobre armas de destrucción masiva, construcción de normalidades democráticas o persecución de terroristas, la Casa Blanca y el Partido Republicano se atrincheran en primitivas posturas de soberbia y arrogancia para negar la evidente derrota política, militar y moral que la mayor potencia del mundo se construye, día a día, en un país destruido y martirizado.

Con una creciente conciencia del desastre que la aventura de Bush ha representado, parece poco probable, sin embargo, que la ciudadanía estadunidense pueda tolerar por mucho tiempo más la necedad criminal de sus gobernantes. Si las cosas siguen su curso actual, los electores cambiarán la composición de los órganos legislativos en las elecciones de noviembre próximo, y las iniciativas para emplazar el retiro de las tropas extranjeras de Irak acabarán por imponerse. Y cuando el último efectivo invasor haya abandonado la nación ocupada, y sólo entonces, la comunidad internacional podrá plantearse seriamente el inicio de las tareas de reconstrucción en la antigua Mesopotamia, una reconstrucción que adquiera su sentido real y no el que ha tenido durante cuatro años, que ha sido el de brindar oportunidades de negocio a las empresas de la mafia presidencial estadunidense.

 
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