Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de junio de 2006 Num: 590


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Bazar de asombros
El arte de Salvatore Ferragamo
MARGO GLANTZ
La voz de tus zapatos
ALBERTO RUY-SÁNCHEZ
Salvatore Ferragamo, zapatero y artista
STEFANIA RICCI
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

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Y Ahora Paso a Retirarme
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La Casa Sosegada
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Reseña de Cuauhtémoc Arista sobre Un Lunático en mi novela


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OTRA VEZ ARROZ

Por si alguna duda quedara de que hace tiempo que Hollywood es incapaz de generar mejor idea que una idea ya llevada con anterioridad a la pantalla, la cartelera disponible ofrece al menos cuatro ejemplos palmarios.

LOS DOS PRIMEROS

La frase hecha indica que nunca segundas partes fueron buenas, pero eso le tiene sin cuidado a la estadunidense industria del muy abaratado entretenimiento fílmico, que acostumbra permitirse segundas, terceras, cuartas y cuantas partes hagan falta, hasta que los productores de la formulita en turno sientan que la esponja ya ha sido lo suficientemente exprimida. Si nos atenemos al título, X-Men: la batalla final (X-Men: the Last Stand, 2006), sería un muy buen ejemplo reciente de lo anterior, pues la palabra "final" proporciona la confianza no del todo descabellada de que ésta, a la sazón tercera, será la última ocasión en que se abusará de un punto de partida que fue interesante y una primera cinta que incluso se permitió ciertos –aunque pequeños– lujos dentro del género. El caso es que este mundo de mutantes ha sido obligado a retorcerse hasta la desnaturalización de su monstruosidad, si vale decirlo así, en aras de sacarle un jugo que ya desde la segunda parte daba muestras de escasear.

Sin duda, Misión imposible III (Mission: Imposible III, 2006) es, en ese mismo sentido, el mejor –por ser el peor– ejemplo de cómo es posible, que no agradecible, repetir hasta la náusea un idéntico esquema argumental, aderezarlo con las infaltables escenas donde guionista y director dan rienda suelta a su megalomanía y la plasman en un tono de grandilocuencia icónica que invariablemente hará que aquello considerado espectacular en la cinta previa, en la secuela parezca pequeño y, por consiguiente, los mueva a sentirse obligados a conseguir que todo se vea más intenso, impresionante, audaz, vertiginoso, etcétera.

LOS DOS SEGUNDOS

La otra muy transitada vía es, como se sabe, la de los remakes, las nuevas versiones de películas que en su momento alcanzaron cierto éxito.

Si la realización de una secuela tiene aparejado el riesgo de quedarse corto respecto de una primera parte que fue, digamos, respetable, la elaboración de un remake pone al cineasta en calidad de tiro al blanco, ya que salvo unos pocos desmemoriados y otros pocos cinéfilos de nuevo cuño, el resto del público dedicará la mayor parte de su atención a evaluar qué tan lejos o qué tan cerca se ha quedado la nueva propuesta del sitio que se le asignó al original y, en función de eso, decidirá si ésta es insuperable o si aquélla resultó fallida.

Nada tiene de inusual, en este orden de cosas, que una historia como La profecía (The Omen, 2006), quiera retrabajarse ni más ni menos que la friolera de treinta años después de la primera versión, misma que no es, por cierto, ésa que a cada tanto puede asestar la televisión abierta cualquier sábado por la noche. La primera-primera fue protagonizada en 1976 por un Gregory Peck más que cumplidor, mientras que la más conocida es en realidad la segunda parte, cuyo título original es Damien (1978). Lo más chocante del asunto es que ahora, como si no fuese de por sí complicado hacer un remake digno, a algunos les ha dado por ponerle al original algunos añadidos a partir de los cuales ya no sabe uno frente a qué cosa se encuentra: remake, innecesaria enmienda de una plana que no estaba mal escrita, corrección y aumento… Que es precisamente el caso de esta nueva Profecía, a cuyo dislate contribuye, con pena y sin gloria, una Mia Farrow digna de mejores evocaciones.

A uno lo obligan a pensar que ciertos productores ya han de estar sintiendo muy escueta la faltriquera de la creatividad cuando sacan, de repente y porque sí, una nueva versión de alguna película de ésas que en su momento fueron jonrones de taquilla, pero que de ninguna manera eso significó que merecieran ser recordadas por su hechura ni por su contenido ni por su temática. Así sucedió y sucede ahora con Poseidón (Poseidon, 2006), a cuya setentera versión original sólo hay que anteponerle La aventura del…, pues son una y la misma en el sentido de que ambas versan sobre el naufragio de un lujosísimo crucero en alta mar en el que, de modo por demás previsible, solamente un puñado de afortunados protagonizará la hazaña de salir vivos.

DE LA MITAD PAL TRONCO

Los anteriores son sólo cuatro ejemplos de las decenas de cintas que, semana tras semana, conforman una oferta cinematográfica donde la novedad, cuando viene de Los Ángeles, salvo contadas excepciones, suele ser una palabra totalmente vacía de significado.