Usted está aquí: lunes 26 de junio de 2006 Opinión ¿Entendemos lo que está pasando ahora mismo?

Gonzalo Martínez Corbalá

¿Entendemos lo que está pasando ahora mismo?

Como todo el mundo lo sabe, estamos a unos cuantos días de que finalicen las campañas electorales de diverso orden que habrán de determinar la estructura del poder que caracterizará a nuestro país por muchos años en el futuro próximo. Quizás así sea para algunas generaciones; no se puede anticipar todavía para cuántas, pero muy pronto será posible hacerlo a través de una aproximación razonable, sin necesidad de ninguna bola de cristal, desde el momento en que empiece a aclararse a quiénes corresponde el triunfo electoral: desde el Presidente de la República hasta los diputados locales que integrarán los congresos estatales, y los presidentes municipales que se harán cargo de los ayuntamientos correspondientes que se deben renovar en esta ocasión.

Es quizás momento oportuno para intentar hacer un balance de lo que nos quedó de las campañas que ahora terminan. Empezaríamos por plantear una interrogación: ¿qué quedará de la gritería y de las injurias que han llenado el espacio político, de las acusaciones que se han hecho entre partidos y entre candidatos, que las más de las veces no se han comprobado unas, y otras quedarán únicamente para la historia, si así puede llamarse, de la picaresca mexicana?, que está actualmente en niveles muy por debajo de la que nos divirtió tanto a algunas generaciones anteriores con Pardavé o Jesús Martínez, Palillo, por ejemplo, y que dejaron también un imperecedero y grato recuerdo para el disfrute de los lectores que gusten de cultivarse gozando a la vez del ingenio y del acierto de la crítica aguda de hechos y de intenciones que se apegaban a realidad.

Es evidente que en el medio de los partidos políticos y en el Congreso, Senado y Cámara de Diputados hay una acusada tendencia a cancelar las legítimas diferencias ideológicas. Si uno irrumpe en plena sesión de estas instituciones, básicas para la categoría democrática, generalmente será difícil -con muy raras y honrosas excepciones- deducir del texto de su discurso a qué partido pertenece. La verdadera función, la que corresponde a los diputados -según establece la Constitución de la República-, quienes deben representar a la nación, y a los senadores, que se supone representan los intereses de los estados, en el pacto federal, y todo ello dentro del marco ideológico y programático de los partidos que los llevaron a ocupar los cargos que ostentan en los recintos parlamentarios.

Nuevamente, salvando las muy honrosas excepciones de los pocos legisladores que verdaderamente cumplen con sus obligaciones al pie de la letra, algunos hasta con brillantez y gran sentido de responsabilidad, se puede afirmar que, en lo general, la mayoría -no la mayoría parlamentaria por supuesto, sino la numérica-, compuesta de todos los partidos representados en el Congreso, se dedican a todo: desde a las ruidosas griterías muy fuera de lugar, o a presentar cartelitos en los que expresan lo que hubieran querido decir en la tribuna -como corresponde a un parlamentario-, hasta a hacer negocios, lo que contraría la esencia de su función de servidores públicos, pues la Constitución establece que éstos no pueden hacer nada más que lo que la ley expresamente les permite, a diferencia de los ciudadanos comunes, quienes pueden hacer todo lo que la ley no les prohíba hacer.

Es un hecho cierto que universalmente las ideologías han venido devaluándose como instrumento de lucha política, por sí mismas y por los hechos. Seguramente el estrepitoso derrumbe de la Unión Soviética al final del siglo en el que nació, casi simultáneamente con el del Muro de Berlín, pero no es menos cierto que los principales problemas a resolver para el próximo régimen, quienquiera que sea el candidato vencedor para la Presidencia de la República, y como sea que queden finalmente constituido los congresos federal y estatales, no han de ser visualizados ideológicamente, pues por las razones que sean han traspasado ya el marco que los encuadró por mucho tiempo con este carácter y se han transformado ya en problemas nacionales que exigen también soluciones que rebasan ampliamente los límites de la ideología y que requieren ahora, y en el futuro muy próximo, la cooperación de todos los partidos y de todas las fuerzas políticas y económicas, pues su naturaleza es la base de la infraestructura de país.

Se hace necesario que todos los mexicanos nos atengamos a un solo proyecto nacional y sumar esfuerzos, voluntades y recursos para darles solución, la cual habrá de rebasar el tiempo que corresponde al sexenio. Su alcance no puede limitarse solamente a seis años. No es ciertamente el único problema de esta dimensión al que se enfrenta el país, me refiero al de los energéticos, claro está, pero sí es el más importante y el más urgente de planear y resolver, para las actuales generaciones de mexicanos y para las futuras también, que junto con la seguridad pública y la seguridad nacional son los de mayor importancia para la nación.

A esto me refiero cuando me pregunto: ¿entendemos lo que está pasando ahora mismo?, y esto se debe a que no nos dan una idea clara de ello los planteamientos generales expresados en los debates y en la publicidad de los candidatos tanto a la Presidencia de la República como al Senado y a la Cámara de Diputados, para no referirnos a otros candidatos, que parecen preocuparse más de lucir una magnífica sonrisa, o un bello peinado, según el caso, que a expresar alguna idea en sus carteles de fulgurantes colores.

Hacemos votos por que, una vez electos y en funciones, nos den a los mexicanos, y también a los extranjeros, respuestas más precisas de las que escuchamos en esta campaña, ya desprovistos de todo afán publicitario, dejando atrás el carácter ideológico de las interpretaciones.

 
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