Usted está aquí: lunes 26 de junio de 2006 Opinión Oaxaca, una sociedad en movimiento

Hermann Bellinghausen

Oaxaca, una sociedad en movimiento

Está en la Constitución que el pueblo tiene, en todo tiempo, el derecho a cambiar sus gobernantes. Esto no se refiere a las elecciones, donde el cambio de gobierno, al menos de nombre, es su sentido único y, en principio, democrático. Más allá de los mitos columnísticos, según los cuales la inconformidad oaxaqueña en vísperas de los comicios resulta "sospechosa", si no de plano delincuencial, lo que ocurre en la entidad puede ser otro paso en el camino del pueblo mexicano hacia su liberación.

"Tengo miedo de sentir la libertad", confiesa una de las millares de pintas que pueblan fachadas y muros de la capital oaxaqueña. La mayoría de las voces del espray popular dicen otras cosas, que se resumen en el omnipresente "ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó", en referencia al mandatario priísta Ulises Ruiz Ortiz, cuya renuncia devino demanda principal del amplio movimiento social que dio un giro a las protestas del magisterio democrático.

El paro y las movilizaciones de los maestros de la sección 22 del SNTE iniciados en mayo, revelaron lo que yace en la entidad por debajo de la presunta normalidad democrática que mal ha simulado un gobierno que desde su llegada no logró legitimidad ante sus gobernados. Y no porque sus antecesores José Murat y Diódoro Carrasco tuvieran mucha más, sino porque Ruiz Ortiz llegó al poder bajo sospechas generalizadas de fraude electoral, ese rasgo cuaternario de las democracias pobres.

Este domingo concluyó la recolección de firmas para exigir al Congreso de la Unión la salida del mandatario. Según cálculos de los promotores podrían llegar a un millón, que no es poco pero no sorprende, cuando las protestas han reunido centenares de miles de personas sólo en la capital. También se han registrado protestas en decenas de cabeceras municipales, unas muy numerosas (Tuxtepec, Pinotepa Nacional, Huautla) y otras muy enérgicas (San Blas Atempa, Zacatepec Mixe).

El silencio informativo de las represiones "locales" es una vieja artimaña del poder en México. Las comunidades indígenas de Oaxaca padecen estos "silencios" desde siempre, y divididas por sistema desde tiempos del absolutismo priísta, y ahora con el panismo federal y sus programas de titulación de tierras Procede y Procecom, traducción local de los mandatos del Banco Mundial.

El incumplimiento del gobierno foxista de los acuerdos de San Andrés pretendió fortalecer el silencio y la indefensión de las comunidades. Pero en Oaxaca, como de otro modo en Chiapas, los pueblos encuentran vías eficaces para gobernarse por encima de la mera resistencia: una forma de vida que rescata y moderniza tradiciones de gobierno, elección y funcionamiento de autoridades.

La creación de la Asamblea del Pueblo de Oaxaca (APO) el 17 de junio puede marcar un hito en el proceso de autogestión de los pueblos y las clases trabajadoras de uno de los estados con mayores índices de marginalidad y violencia institucional. También lugar de febril creación artística; no es dato menor que la cultura flote en la atmósfera pese al analfabetismo y la privatización educativa. La APO no es instancia consolidada de poder popular ni de gestión efectiva, pero no es frecuente que se conformen asambleas de tal significación. Empezó con 85 organizaciones, y en dos semanas ya reúne 365. Un antecedente sería la malograda Asamblea Democrática del Pueblo Chiapaneco, que participó en el gobierno en resistencia de Amado Avendaño en 1995.

La persecución de dirigentes indígenas y sindicales fue constante en los dos gobiernos anteriores, pero el de Ulises Ruiz acumuló agravios y pobló las cárceles oaxaqueñas de presos políticos en un tiempo récord. Eso explica que las protestas magisteriales generaran consenso. Súmense la persecución al diario Noticias y las estaciones radiofónicas independientes, y la realización de obra pública destructiva en la capital como puro negocio, sin licitaciones ni consultas.

El centro histórico de Oaxaca es un símbolo de lo que puede significar un descontento popular en ascenso. Si en este mosaico de diversidad y dispersión madura una asamblea popular activa, no cabe duda de que la democracia participativa recibirá un impulso más interesante que el de las urnas, tan costosas, y acanalladas por la publicidad mercantilista inherente al régimen actual.

 
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