Usted está aquí: lunes 26 de junio de 2006 Política En el Azteca, a la llegada de Calderón se acabó la fiesta

Ofreció un discurso plano y repetitivo valiéndose de apuntador

En el Azteca, a la llegada de Calderón se acabó la fiesta

ROSA ELVIRA VARGAS

Salvo Felipe Calderón Hinojosa, ayer en el PAN todo mundo cumplió. El acarreo de miles que llenaron el estadio Azteca, las banderas blanquiazules, la lluvia de confeti, la pegajosa música, la apabullante propaganda. Todo estuvo a punto, preciso. Menos su abanderado presidencial.

Para ser un candidato que asegura ganará con una diferencia de un millón y medio de votos, Felipe llegó a su cierre de campaña sin el ánimo ni la actitud de un triunfador. Se le vio cansado.

Sus más alabadas prendas, la oratoria y su talante bravucón e irónico, se esfumaron este domingo para mostrar a un aspirante que repitió su discurso de estos meses auxiliado por un apuntador auditivo; un político perdido, empequeñecido en un inmenso templete y que al hablar mostró muy poca convicción.

Se diría que al llegar Calderón se acabó la fiesta. La algarabía se volvió aplausos fugaces, las porras cumplieron el ritual de la bienvenida y callaron, el Himno Nacional se interpretó grabado, sin emoción. Por allá alguien alcanzó apenas a oír a un mariachi entonar El hijo desobediente, mientras el candidato y su familia saludaban al graderío. Y de ahí al discurso. No más.

Vino entonces la estampida por algo de beber. Ya era larga la espera y aún faltaban 30 minutos del mensaje central. En todo caso, algunos se limitaron a ver al candidato en las dos pantallas gigantes del graderío.

Desde el ''Gracias, muchas gracias amigas y amigos'', que salió de su voz apagada y sin enjundia, aquello se volvió anticlimático. Felipe Calderón no logró superar ese rostro seco que ha mostrado en días recientes. Y su expresión y palabras no lograron conectar con, aquella sí, la gente que votará por él.

Felipe se agotó. Enfundado en un saco azul marino, bajo un sol quemante, sólo a ratos salía de su aislamiento cuando su hija María atendía presurosa y divertida su petición de agua y más agua. Y así hasta que terminó. Entonces se cumplió nuevamente el rito, sólo que ahora para la despedida. Y vámonos. Hasta el final, y en el acto que tendría que haber sido el de la certificación de victoria, Calderón Hinojosa no pudo con el peso de su mayor contrincante, Andrés Manuel López Obrador.

De hecho, usó menos espacio para asegurar que tiene ya el triunfo en el bolsillo, que el destinado a increpar, criticar, comparar, remitir al pasado, señalar y machacar al candidato presidencial de la coalición Por el Bien de Todos. En 15 párrafos de las ocho cuartillas leídas, el candidato que busca confirmar la presencia de su partido en la Presidencia de la República se dedicó sólo a su adversario perredista.

Parecía más un mitin de inicio de campaña que de cierre. Pesaba en su texto la necesidad de convencer a los mexicanos de la amenaza que se cierne sobre ellos si ganara ''otro López'' (en referencia a López Portillo), que de compartirles certeza de triunfo. Porque persuadido no se le vio: ''... Estoy dispuesto, si es necesario, a integrar un gobierno de coalición que sume a mexicanas y mexicanos honestos y capaces que quieren el mismo México distinto y mejor que proponemos'', planteó como una de sus más audaces iniciativas.

De ahí en fuera, Felipe era ayer un candidato conceptualmente errático que propuso iniciar ''una historia de respeto al medio ambiente y a los demás''. Que se acordó de mencionar hasta las botellas de plástico que contaminan los ríos, pero nunca del presidente Vicente Fox. Que dijo tener un proyecto construido ''con el alma de miles y miles de mexicanos'', y se le mezclaba el plural con el singular, y que de nuevo hacía suyas las promesas ajenas, pero sin el menor asomo de buscar los motivos detrás de su ''sueño'' por un México que apoye ''a quienes tienen más adversidad''.

Y ya no se diga siquiera la menor improvisación discursiva para acordarse de aquellos muchachos, los de la selección mexicana de futbol, de los que tanto se agarró en sus mítines y en sus promocionales -¿quién es el Kikín?-, cuando aún millones de aficionados tenían esperanzas en su desempeño mundialista. Porque después de todo ahí quedó, mucho antes del arribo de Felipe, la frase desde el micrófono de Blue Demon Jr.: ''¡Ya que perdieron los de la verde, hay que ponernos la azul''!

Sin embargo, nadie que desde la farándula haya sido convocado para este día logró superar al líder nacional del PAN, Manuel Espino, quien también prometió el triunfo y, por si alguien estuviera a la espera de su ingenio, pidió que el próximo domingo ''¡nadie se apejendeje!''

Ah, porque cómo le tienen tirria los panistas a López Obrador. Tanto, que desarrollaron una industria paralela de marketing, y junto con las máscaras de látex de Felipe, a cien pesos; las corbatas ''oficiales'' de la campaña y las mascadas de a 250, estaban las calcomanías ''de a peso'' con la leyenda: ''No te enojes, vas a perder'', y una caricatura de AMLO con la nariz como Pinocho. Todo esto, creación del Grupo Chilango Secuestrado.

El estadio Azteca era, como en todos los mítines de esta campaña, una reproducción fiel de la república panista. En el graderío, el pueblo, los que apenas alcanzaron una delgada playera felipista, cortesía de algún candidato a diputado, senador o asambleísta, así como las banderas de Acción Nacional que ondearon por miles. Aquellos que fueron traídos del estado de México, principalmente, por las artes movilizadoras de Ulises Ramírez, el ex alcalde de Tlanepantla que ahora busca un lugar en el Senado.

Y abajo, como invitados especiales, aquellos del grupo selecto de panistas que ''ya la hicieron'', que lucen fashion Felipe en una gama interminable de camisas, gorras, pañuelos, bolsas, pulseras. Los de la eterna zona VIP, bien provistos de bloqueador solar y gafas oscuras, y que miran con ternura hacia el área -ahí a ras de cancha- donde el folclor y la filantropía albiazul ubica a pequeños grupos indígenas de Alamo, Veracruz, a los mazahuas y a la gente de San José del Rincón.

También hubo otros militantes y funcionarios que desafiaron lo políticamente correcto y usaron su ''día libre'' para acudir a respaldar a Felipe Calderón, como el canciller Luis Ernesto Derbez Bautista; el secretario de Turismo, Rodolfo Elizondo Torres, y el secretario del Trabajo, Francisco Javier Salazar Sáenz, así como la directora de Inmujeres, Patricia Espinoza.

Cuando aún faltaban algunos minutos para el arribo del candidato del PAN al mitin, se encontraron y fundieron en un largo abrazo Santiago Creel Miranda y Salazar Sáenz. De pronto, una voz se oyó detrás de ellos, teniendo como destinatario principal al titular del Trabajo: ''¡Ahí viene Napoleón, corre!'', decía muerto de risa Humberto Aguilar Coronado, ex subsecretario de Gobernación y hoy candidato a diputado. Para ese momento la fiesta panista estaba en su apogeo. Josefina Vázquez Mota recibía besos y abrazos; Ricardo García Cervantes, José González Morfín, José Espina, César Nava, diputados y senadores, aspirantes a gobernadores, en fin, todos, conversaban alegres, compartían noticias, se daban y recibían instrucciones para los días por venir.

Mientras tanto, en el escenario de pasto, estrellas juveniles animaban a la gente: los Primos de Durango y la Original Banda Limón ponían a muchos a bailar y aquello hacía buen ambiente, tanto, que muchos ni se enteraron cuando habló Demetrio Sodi y mucho menos que él mismo tenía, en ese acto, su cierre de campaña para la jefatura de Gobierno del Distrito Federal.

Frente a todo ello y una vez pasada la alharaca, Calderón Hinojosa quedó pequeño, pequeño.

 
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