Usted está aquí: martes 27 de junio de 2006 Economist Intelligence Unit Movilidad social de los mexicanos en EU

MIGRACION

Movilidad social de los mexicanos en EU

Entre los migrantes muy pobres, el sueño americano sigue vivito y coleando

Economist Intelligence Unit /The Economist

Ampliar la imagen Agentes de la Patrulla Fronteriza ayudan a una jovencita a cruzar una valla, luego de que quedó a la deriva al sur de Texas, cuando el grupo de inmigrantes con el que viajaba fue detenido Foto: Ap

Hace cien años, una sensacional novela que atacaba a la industria empacadora de carne obligó al Congreso estadunidense a redactar las primeras leyes federales sobre seguridad alimentaria. El autor de La selva, Upton Sinclair, quedó decepcionado. El esperaba persuadir a los estadunidenses de abrazar el socialismo. Para él, lo importante no era que los mataderos de Chicago fuesen antihigiénicos, sino que representaban el ''espíritu del capitalismo hecho carne'', un sistema en el cual ''un centenar de vidas no valen un centavo''. El protagonista principal, un lituano llamado Jurgis Rudkus, había llegado a EU creyendo alcanzar el sueño americano por medio del trabajo duro. Pero encontró que ''el país entero... no era nada sino una mentira gigantesca''.

Pocas veces un gran novelista se ha equivocado tanto. Nadie en la actualidad se preocupa de la pobreza de los lituano-estadunidenses. En cambio muchos se preocupan de la salud del sueño americano. ¿Aún pueden los inmigrantes encontrar la manera de prosperar desde el fondo de la escala social? ¿Llegar a ser ciudadanos estadunidenses?

Muchos temen, viendo la ola más reciente de inmigrantes latinoamericanos, en su mayoría sin capacitación laboral, que la respuesta sea no. A algunos les inquieta que los recién llegados carezcan de educación y estén culturalmente aislados para prosperar o asimilarse. Otros están convencidos de que a los trabajadores inmigrantes los explotan de manera horrible o están atrapados en empleos de bajos salarios. Ambas preocupaciones son infundadas en gran parte.

Un ejemplo es Alberto Queiroz, quien cruzó la frontera hace 12 años. Después de un viaje encerrado en la cajuela de un coche, encontró su primer empleo en una fábrica china de prendas de vestir en Los Angeles. Al no tener papeles se tuvo que conformar con un salario de 2.50 dólares por hora. Aunque la cantidad era mezquina e ilegal, era mucho más de lo que habría podido ganar en México.

Después de dos años se trasladó a Carolina del Norte. Ahí cosechó arándanos por 5 dólares la caja, ganando casi 100 dólares libres de impuestos por una jornada de 12 horas. Sin embargo, este empleo sólo duró dos meses, hasta que la cosecha terminó. Buscó un trabajo más estable, que encontró en el rastro de cerdos más grande de EU.

La planta de alimentos Smithfield en Tar Heel, Carolina del Norte, convierte en piezas de jamón y lomo unos 32 mil cerdos al día.

¿Pero un matadero es un lugar agradable para trabajar? Smithfield no permite la entrada a periodistas por razones de ''bioseguridad''. En 2004 Human Rights Watch, organismo de derechos humanos con sede en Nueva York, publicó el informe Sangre, sudor y miedo, donde acusa a las empresas estadunidenses productoras de carnes y aves de ''violaciones sistemáticas de los derechos humanos''. Los mataderos son lugares inclementes y peligrosos, dice el informe, y los inmigrantes indocumentados, que integran gran parte de la mano de obra, encuentran difícil desafiar a sus abusivos patrones.

Queiroz tiene una visión más benigna. Sí, el trabajo es duro. La línea avanza con rapidez y hay que mantenerse cortando hasta que las manos se cansan. Y sí, a veces es peligroso. Una vez vio a un compañero de trabajo perder una pierna por pasar agachado bajo la línea de destazamiento en vez de darle la vuelta.

Queiroz no piensa que Smithfield fuese mal patrón. Salarios de más de 10 dólares por hora le permitieron comprar una casa en México. Y cuando se cansó, renunció y puso un puesto de tacos con su hermano. Eso fue hace cinco años. Ahora tiene un restaurante mexicano. EU, dice, es ''tierra de oportunidades''.

Empresas como Smithfield prefieren ahora sitios rurales, donde los alquileres y los salarios son más bajos. Y la mano de obra inmigrante es en gran parte de habla española.

Señales del mercado

Las noticias sobre empleos se esparcen rápidamente por la red de rumores de los hispanohablantes. La mudanza de las procesadoras de carne al campo es una de las muchas señales del mercado que atraen inmigrantes a diversas partes de EU. Los nuevos nómadas se dirigen no sólo a California, Nueva York, Texas y Florida, sino también a Georgia, Arizona, Arkansas y Oregon. Quizás el cambio más rápido ha ocurrido en Carolina del Norte, donde el auge de la tecnología y de la construcción ha captado cientos de miles de trabajadores inmigrantes, lo que ha incrementado la población de habla hispana más de mil por ciento desde 1990.

En algunas áreas, los recién llegados ponen bajo presión los servicios locales. Cindy Evans, directora de una clínica para niños del condado de Raleigh, dice que el porcentaje de sus pacientes hispánicos ha aumentado dramáticamente, de 2% hace una década y media a casi 65%. La clínica está llena de letreros bilingües. Al lado de uno, alguien garrapateó: ''¡Hablen inglés!''

Muchos nativos de Carolina del Norte están angustiados por el ritmo al que su estado se ha latinizado. Pocos de los recién llegados arribaron con papeles migratorios. Algunos se han unido a pandillas. Como en el resto de EU, la antipatía hacia esos inmigrantes, aunque extendida, es benigna y pocas veces violenta. Sin embargo, no debe desestimarse, ya que es políticamente influyente. En Washington, el Congreso todavía lucha por reconciliar las contradictorias reformas migratorias: una ley que propone la Cámara de Representantes, la cual penaliza severamente a los indocumentados, y una propuesta del Senado que les ofrece una vía de acceso la ciudadanía.

El miedo a la inmigración es análogo al temor a la globalización. El desempleo puede ser bajo, pero muchos estadunidenses temen perder sus empleos ante alguien que cobre más barato en Bangalore o que llegue en autobús desde Tijuana. Mientras tanto, los beneficios de la inmigración, así como los de la globalización, pasan inadvertidos. ''Los estadunidenses simplemente dan por sentado que pueden pedir una pizza a domicilio por 9 dólares'', dice Federico van Gelderen, ejecutivo de Univision, con sede en Raleigh.

Es difícil medir de manera precisa las consecuencias económicas de la inmigración. Enfocándose sólo en Carolina del Norte, Juan Kasarda y James Johnson descubrieron que los latinos pagaron 756 mdd en impuestos al año y le cuestan 817 mdd al gobierno de ese estado. Esto representa una carga neta de 102 dólares por cabeza. A Kasarda, profesor en la Escuela de Negocios de la Universidad Kenan-Flagler de Carolina del Norte, le preocupa que los militantes antinmigrantes aprovechen estas cifras, las cuales se ven empequeñecidas por el impacto positivo del gasto de los latinos en Carolina del Norte, que Kasarda estima en 9 mil 190 mdd en 2004. Eso se traduce en casi 90 mil nuevos empleos, afirma.

La preocupación de que EU esté importando una nueva clase de latinos pobres, como algunos aseveran, es también infundada. Claro, los que nacieron en el extranjero son menos educados y ganan menos que el estadunidense promedio, lo cual no es sorprendente, ya que muchos eran hasta hace poco tiempo campesinos mexicanos. Lo que importa es si son socialmente móviles, y parece que lo son. Sin embargo, según algunas medidas de ingreso y educación, el promedio de los hispanos no ha mejorado mucho, sino que ha disminuido por el flujo constante de mexicanos pobres. Una manera mejor de calibrar el progreso es considerar las diferencias entre generaciones.

Los inmigrantes mexicanos de primera generación ganan apenas la mitad que los blancos. Pero la segunda generación ha alcanzado a los negros y percibe tres cuartas partes de lo que ganan los blancos.

También gozan de más prestaciones que los de la primera generación: tienen el doble de probabilidades de tener un patrón que les proporcione pensiones y una vez y media más probabilidades de contar con seguro médico. Y las hijas adultas de inmigrantes mexicanos que han aprendido inglés tienen muchas más probabilidades de obtener empleo de las que tenían sus madres.

En términos absolutos, los mexicanos se han enriquecido mucho más al venir a Estados Unidos. Si no hubiera sido así, regresarían a casa. Y a sus hijos les está yendo incluso mejor. En tanto que sólo 40% de los inmigrantes mexicanos de primera generación, de entre 16 y 20 años, están en alguna escuela o universidad, casi dos tercios de la segunda generación lo están. Es más sorprendente la diferencia en las edades entre 21 y 25 años: de 7.3% a 24.4%.

Para muchos inmigrantes de primera generación, lograr que sus hijos ingresen en una universidad estadunidense es la prueba final de prosperidad. Marco Roldán, por ejemplo, ha estado 22 años en EU y todavía tiene acento guatemalteco y una sintaxis rara. Comenzó su carrera vendiendo tortillas de puerta en puerta. Después de muchas semanas de 75 horas, ahora posee un supermercado en Raleigh donde una clientela, en su mayoría de inmigrantes, paga en efectivo por música popular latina, tilapia viva y una amplia variedad de chiles. Roldán está orgulloso de su riqueza arduamente conseguida, pero no tanto como del título de su hija, egresada de Stanford.

FUENTE: EIU/INFO-E

 
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