Usted está aquí: martes 27 de junio de 2006 Espectáculos Adelina Rienzi, única memoria viva de la musicalización del cine mudo

A sus 93 años, la pianista de ascendencia italiana narra sus recuerdos en entrevista

Adelina Rienzi, única memoria viva de la musicalización del cine mudo

Debutó en una sala del barrio de Boedo, en Buenos Aires, a los 17 años; nunca cobró por su trabajo

MARIANA NORANDI

Ampliar la imagen Actualmente Adelina Rienzi reside en Montevideo, Uruguay Foto: Gerardo Montedónico

En la época del cine mudo (1898-1927), las salas de proyección nunca fueron lugares silenciosos. En ellas se oía el estruendoso ruido del proyector, las reacciones y expresiones del público frente a la pantalla, las voces de los narradores que explicaban los títulos a quienes no sabían leer, algún corretear o llanto de niño, y, sobre todos esos ruidos, se escuchaba música que, sin mucha consciencia de ello, representaba el comienzo de la banda sonora.

La música que se oía en el cine podía venir de una orquesta en vivo -cuando se trataba de un gran estreno o de una sala de exhibición muy importante- o de un fonógrafo, pero en la mayoría de los casos provenía de un pianista que se encontraba en algún lugar de la sala. Adelina Rienzi era una de esas pianistas, y hoy, a sus casi 93 años de edad, es la única pianista viva del cine mudo en el mundo.

Rienzi es uno de esos personajes que, en su mayoría anónimos y opacados por el esplendor de las grandes estrellas de la pantalla, contribuían a agudizar la atención del espectador, a dinamizar el ritmo de las imágenes, a enfatizar el humor y a llenar el vacío que producía la ausencia de palabras. Por eso, hay autores que afirman que el cine mudo nunca existió.

Antecedentes de su linaje

Nacida en Buenos Aires, el 19 de agosto de 1913, sus orígenes genealógicos se remontan a la figura de Cola di Rienzi (1313-1354), un orador romano que después de haber sido muy popular fue nombrado senador, y a quien, tras un viraje tiránico, su propio pueblo lo ejecutó en el Capitolio. Siglos después, Richard Wagner convirtió a este personaje en protagonista de una de sus óperas (Rienzi, 1842).

La familia de Adelina abandonó Italia a mediados del siglo XIX, y llegó a Buenos Aires junto a todos esos emigrantes que en sus baúles y maletas, además de sueños de prosperidad, traían las semillas de lo que más tarde sería el tango y toda la mestiza gastronomía rioplatense.

Adelina Rienzi heredó de su padre el gusto por la ópera, y recibió su nombre por la admiración de su abuelo hacia la soprano Adelina Patti (1843-1919). "Adelina Patti era una gran cantante italiana por quien mi abuelo tenía una especial admiración debido a su extraordinaria voz. Me contaba que cuando vino a Buenos Aires todo el pueblo se movilizó para recibirla, e hizo su aparición en una gran carroza tirada por seis caballos. Cuando la gente la vio, era tanto el entusiasmo y la admiración que sentían por ella, que desataron los caballos y cargaron la carroza en hombros. Es por ella que me llamo Adelina."

Cuando tenía 10 años de edad asistía a una escuela primaria donde dos veces por semana recibía clases de música. "Creo que ahí me nació la idea de estudiar piano. Se lo hice saber a mis padres y me inscribí en el Instituto Benjamín Cesi, que dirigía la profesora de música Filomena Elena Domniacua, a quien aún recuerdo con mucho cariño".

Cuenta que desde muy pequeña iba con su padre a la ópera, donde se acercó al mundo de los grandes compositores líricos. "Mi padre era un devoto del teatro y de la lírica italiana. Siempre que podía me llevaba a esos espectáculos; cuando se trataba de ópera me explicaba los argumentos muy pacientemente. Así fui conociendo La traviata, Aida, Il trovatore y Rigoletto, del genial Verdi. También me gustaban mucho Carmen, de Bizet, y El barbero de Sevilla, de Rossini.

"Recuerdo mis días de estudio: por la noche siempre interpretaba alguna ópera que mi padre sabía cantar y yo lo acompañaba al piano, feliz de oírlo hacer de tenor."

Cuando cumplió 17 años se recibió de profesora superior de piano y solfeo, y debutó en un cine mudo, cuando en algunos países, desde hacía tres años, ya se estaba introduciendo el sonido. Era el año 1930, y en Argentina el cine sonoro se incorporó entre 1931 y 1940.

Recuerdos de una sala de cine

Su trabajo en el cine mudo no fue algo programado ni vocacional, pero fue una etapa de su vida que recuerda con mucho entusiasmo. "Yo le debía un favor a un señor que tocaba el bandoneón y dirigía una orquesta en el cine del barrio de Boedo, en Buenos Aires. Me pidió que cubriera la función de la tarde que se llamaba matinée de 14 a 17:30 horas."

Según nos cuenta Adelina, en aquel entonces el cine tenía tres funciones: la matinée, de 14 a 17:30 horas; la vermoth, a las 18 horas, y la función de noche, que era a las 21 horas.

El público que iba a la matinée estaba conformado por "muchos niños revoltosos y personas o matrimonios de edad que se deleitaban con las películas del genial Charles Chaplin, las creaciones de Buster Keaton, el romanticismo de Rodolfo Valentino, la enigmática Greta Garbo o las muy españolas de la argentinita Flor de Otoño. Mientras se proyectaban, yo tocaba el piano. Nada en especial. Podía ser una sonata de Beethoven o un tango argentino. El cine era hollywoodense, en su mayoría, pues en aquellos años el argentino estaba en pañales".

También recuerda que "las películas tenían sus entreactos, y cuando se prendían las luces venía el revuelo. Los más chicos corrían de un lado a otro del muchacho que, con su cajoncito colgado al cuello, gritaba '¡caramelos, pastillas!' En ese momento yo no tocaba. Tras 10 o 15 minutos se apagaban las luces y volvía a interpretar mis partituras".

La pianista recuerda cómo era la sala, y nos explica que "el piano estaba situado más o menos a un metro de donde se encontraban el escenario y la pantalla. El piano tenía dos tomas de luz en ambos lados del atril que sostenía las partituras. Mientras tocaba no podía ver las películas. El propósito de la música era llenar los silencios de la película, a la vez de crear ambiente en la sala. Los pianistas no teníamos contacto con el público, y había un piano en todos los cines. Para mí, aquella experiencia, más que un trabajo, era una diversión. Nunca cobré, y no sé cuánto le pagaban en aquel entonces a los pianistas".

Adelina Rienzi realizaba este trabajo con mucho esmero y gusto, pues siempre había disfrutado el cine. "Siempre me agradó; recuerdo que de jovencita aprendí a llorar todo un día para que mi madre me diera los 20 centavos que costaba la sesión vermoth. El cine que tenía más cerca de mi casa estaba a tres cuadras y se llamaba Oceaní, en la avenida La Plata, del barrio sur de Buenos Aires."

Con el transcurrir de los años, Adelina, quien ha visto la historia del cine pasar por delante de sus ojos, y en especial la historia filmográfica argentina, nos dice: "hoy vemos que la mayoría de las películas argentinas recorren el mundo, y muchas son premiadas en los grandes festivales. Gradualmente, el cine ha dado grandes pasos; la voz, el sonido y los grandes efectos sonoros a veces hacen estremecer al espectador. Del cine mudo de mi juventud hasta el actual hay un abismo impactante, y reconozco su gran tecnología".

Rienzi dejó de tocar en aquel cine del barrio Boedo de Buenos Aires debido a que llegó el sonido al cine y el amor a su vida.

Hoy, a sus casi 93 años, vive en Montevideo, Uruguay. Es una mujer enérgica y poseedora de una memoria privilegiada. Ha vivido con la pasión e ímpetu de muchas de las películas que musicalizó y continúa sentándose en la butaca del cine con el mismo entusiasmo con el que le pedía a su mamá 20 centavos para ir a ver a su amado Rodolfo Valentino.

 
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