Usted está aquí: martes 27 de junio de 2006 Opinión Otro Atenco, nunca más

Adolfo Gilly

Otro Atenco, nunca más

El Informe preliminar sobre los hechos de Atenco presentado por la Comisión Internacional de Observación por los Derechos Humanos es un documento excepcional. Mexicanos y mexicanas debemos agradecer a la comisión por su empeño, su objetividad, su profesionalidad y su inestimable apoyo en este momento difícil para el país y para nuestros derechos.

El informe demuestra el carácter premeditado y organizado de las violaciones tumultuarias, las golpizas, las humillaciones, los cateos sin orden judicial realizados por los policías federales y estatales. Prueba la voluntad de intimidar, desmoralizar y desgarrar a un poblado mexicano, como escarmiento, venganza y norma para el futuro. Surge evidente la responsabilidad de las autoridades estatales y federales y la complicidad de la justicia en la comisión y el encubrimiento de esos hechos abominables.

Atenco ha rebasado los límites de represiones anteriores en las cuales hubo muertos, torturados, desaparecidos, encarcelados, contra los opositores políticos o los organizadores sociales. Pero ni siquiera Gustavo Díaz Ordaz había ordenado a sus tropas la violación tumultuaria de las mujeres de un pueblo mexicano. Son acciones propias de la barbarie de los ejércitos de ocupación en Lídice, en My Lai, en Bosnia, pero cometidas en este caso inaudito contra la propia comunidad nacional de los violadores y contra un poblado campesino entero. Este es el límite ahora rebasado, no por paramilitares, sino por las fuerzas uniformadas de la misma nación a la cual pertenecen esas mujeres y hombres vejados, humillados, encarcelados y, dos de ellos, asesinados.

Atenco es un intento de correr el límite moralmente tolerable para futuras represiones. Como dice el informe, en los camiones policiales, cuyo personal puede ser perfectamente identificado en los registros de la propia policía, "se produjo, desde la detención hasta la entrega de las detenidas a la autoridad penitenciaria, un espacio de excepción donde desaparecieron todas las garantías y derechos de las personas detenidas". Allí se desencadenó la violencia sexual y física contra las mujeres y también contra los hombres. Durante las interminables seis horas del traslado, esos camiones fueron una réplica nacional de la cárcel de Abu Graib, pero una donde policías mexicanos violaban en masa a mujeres mexicanas.

Jueces, fiscales, autoridades carcelarias se han unido en una acción cerrada de denegación de justicia a los torturados, los presos, los heridos, los despojados de sus bienes en sus propias casas. Las presas y los presos no son escuchados, los hechos probados se niegan con cinismo. La extrema degradación a que ha llegado la administración de justicia en este país surge como una evidencia trágica de las páginas del informe: procesos sin acusadores ni pruebas, presos sin derechos, jueces y fiscales sin conciencia.

El informe muestra cómo Atenco ha sido un intento planeado y organizado de infundir el miedo en las mexicanas y los mexicanos, y en especial un miedo concentrado en quienes están menos protegidos en sus derechos ciudadanos y en sus niveles de vida. "En la represión, primero los pobres", parece haber sido la consigna. En el pueblo de Atenco ha quedado miedo, legítimo miedo, como constata el informe, y una inmensa, insondable rabia, como la que brota hoy en Oaxaca, en Pasta de Conchos, en Sicartsa, en La Parota, en toda la geografía nacional.

Informes como éste nos ayudan a razonar ese miedo, a pensar en claro esa rabia, a comprender mejor lo que está sucediendo y lo que nos está pasando. Esta es una condición necesaria para organizar la defensa más amplia posible, sin distinciones ni sectarismos, uniendo a cuantos desde la posición que sea quieren liberar ahora mismo a los presos de Atenco, y proteger los derechos, las libertades y los bienes de sus pobladores.

En torno a Atenco es preciso reunir, sin distinciones, las voluntades y las fuerzas para detener la avalancha de abusos y humillaciones contra mexicanas y mexicanos que los actuales poderes nacionales están ejerciendo o tolerando o silenciando para heredarlos como cuestión de hecho a los gobernantes que nos toquen.

El pequeño pueblo de San Salvador Atenco es una de nuestras tragedias nacionales de estos tiempos. Cinco candidatos, entre ellos una mujer, piden al pueblo de México el voto para ser elegidos presidente el próximo 2 de julio. Cuatro de ellos, en el gran debate nacional, no dijeron una palabra sobre Atenco: silencio, silencio total sobre la tragedia. Uno, el del PAN, tocó el tema para dar su expresa aprobación a este oprobio.

La Comisión Civil Internacional de Observación ha hecho llegar este estremecedor informe a esos cinco candidatos. Pido a cada uno de ellos que digan su palabra sobre Atenco en las clausuras inminentes de sus campañas. Pido que se unan al clamor nacional e internacional que no ha dejado de crecer en defensa de Atenco y por la libertad inmediata de sus presos.

No les estoy pidiendo demasiado: apenas lealtad, solidaridad y decencia humana hacia un pequeño poblado campesino mexicano aquí nomás, a la salida de la Ciudad de los Palacios, desde la cual cada uno de ellos aspira a gobernar, en los próximos años, este nuestro trágico México de hoy.

 
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