Usted está aquí: domingo 2 de julio de 2006 Editorial A votar

Editorial

A votar

El país necesita muchos votos. Luego de una campaña electoral polarizada y polarizante, tras los enconos generados por el exceso verbal de contendientes y autoridades, y con la erosión de la credibilidad causada por los propios responsables de las instituciones democráticas, la iniciativa ciudadana ha de dar, hoy, el primer paso para asegurar la tranquilidad, la gobernabilidad y la pronta restauración de la convivencia armónica: ir a las urnas.

La primera decisión crucial que se toma en una elección no es por quién votar, es votar o no hacerlo. Además de determinar el sentido de su sufragio, el ciudadano se formula la pregunta de si éste vale la pena.

En la circunstancia del México actual da la impresión que el principal factor de desaliento del voto es, paradójicamente, la extralimitación de candidatos y partidos en las maneras de pedir para su causa el veredicto favorable de las urnas. En efecto: el gobierno federal, aspirantes, partidos y medios informativos han buscado incidir en el ánimo del electorado con artimañas impresentables, con la descalificadora distorsión de la verdad, con la fabricación de fantasmas y escenarios apocalípticos, por no hablar de la persistencia de lacras antiguas como el voto comprado u obtenido mediante la coerción patronal o gubernamental.

Es necesario que la ciudadanía, en vez de sentirse desmotivada por tales prácticas, acuda a las casillas a defender, antes que sus preferencias políticas particulares, la validez y la vigencia del sistema democrático que, con todo y sus imperfecciones y miserias, es el instrumento más poderoso del que dispone para incidir en la conformación y el ejercicio del poder público. Ganarle a la abstención es, hoy, un propósito que debe unificar a los mexicanos por encima de diferencias ideológicas y partidistas. El sufragio primero, y el más necesario, es por la democracia que se ha logrado. En ella el país tiene ahora la aptitud de decidir y modular su rumbo para los próximos seis años, escoger entre la continuidad y el cambio, y dar su apoyo a una de las tres propuestas de gobierno ­la empresarial, la corporativa y la social­ esbozadas por las tres principales formaciones partidistas, así como determinar el tamaño de las representaciones legislativas de los ocho partidos contendientes.

A estas alturas, tendría que ser innecesario y excesivo demandar al grupo que aún detenta el Poder Ejecutivo que se abstenga de meter las manos en la elección; por desgracia, esta exigencia resulta procedente, toda vez que el foxismo ha buscado distorsionar el proceso electoral desde casi dos años antes de su arranque formal. La permanente e inexcusable injerencia presidencial antes y durante las campañas, ha terminado por alimentar el temor de que las fuerzas del continuismo caigan en la tentación, al fin de la jornada de hoy, o incluso antes, de cometer una nueva insensatez y pretendan adelantar resultados falsos en caso de que los verdaderos no resulten favorables a sus intereses. La mera posibilidad de semejante intentona es legal, política y éticamente inadmisible; sería esa la única manera de convertir un acto cívico y democrático en una catástrofe y en una tragedia.

La autoridad electoral tiene hoy, por su parte, el desafío de remontar las preocupantes debilidades que ha exhibido desde su más reciente conformación, de conducirse con firmeza, independencia, imparcialidad y apego irrestricto a la ley y de rechazar cualquier presión, venga de donde venga, para adelantar, atrasar o adulterar un solo dato. De su desempeño depende la credibilidad de los resultados y, por tanto, la legitimidad de las instituciones que se constituyan a partir de esta elección.

En los días transcurridos desde el cierre de las campañas, al iniciar la veda propagandística, los electores han tenido tiempo para madurar su decisión. Falta el último y trascendente paso: convertir ese veredicto en una boleta marcada, depositarla en la urna y esperar a que cada sufragio sea impecable y rigurosamente contado, para que esta misma noche tengamos una idea precisa del camino escogido por la sociedad, y para que mañana amanezcamos en un país tranquilo y apacible, dedicado a la superación de sus diferencias y dispuesto a una sucesión tersa y armónica en el poder público.

 
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