Usted está aquí: domingo 2 de julio de 2006 Opinión Formol para la paz

Marta Tawil

Formol para la paz

Ampliar la imagen Un niño recibe atención en el hospital infantil de la ciudad de Gaza. Organismos internacionales de auxilio han denunciado que la ofensiva israelí dañó el sistema de abasto de agua y el mayor transformador de electricidad del territorio palestino, privando de energía a numerosos nosocomios y viviendas Foto: Reuters

La más reciente incursión del ejército israelí en Gaza ha consistido en un esquizofrénico despliegue de artillería y la destrucción de la infraestructura de esta paupérrima ciudad costera palestina. La desproporcionada respuesta militar de Israel al secuestro de uno de sus soldados constituye la primera ofensiva a gran escala desde que se retiró de Gaza. La comunidad internacional parece desconectada de la evolución de la situación humanitaria y política de los palestinos, así como de la dimensión regional que están tomando los acontecimientos.

Desde que otorgaron al grupo islamista Hamas el triunfo electoral a finales de enero 2006 con la mayoría absoluta en el Consejo Legislativo, los palestinos se vieron castigados por la Unión Europea (UE), que el 10 de abril en Luxemburgo decidió "suspender temporalmente" la ayuda directa a la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Sólo Rusia y la Organizaión de Naiones Unidas (ONU) siguen considerando a los palestinos como interlocutores viables.

Dado que Moscú no considera a Hamas una organización terrorista, tiene cierto peso diplomático como único puente de comunicación de la ANP con la comunidad internacional (en marzo el presidente ruso, Vladimir Putin, invitó a una delegación de Hamas, conducida por Jaled Meshaal). La agencia de la ONU para los refugiados palestinos, la UNRWA, es una de las redes de asistencia humanitaria más importantes que la comunidad internacional despliega a los pies de un Estado ocupante, Israel, que rehúsa asumir la responsabilidad de la población civil ocupada. En este contexto regional, marcado también por el aumento de violencia en Irak, no sorprende que la disparatada decisión europea haya minado entre los palestinos la credibilidad del discurso de la UE sobre los valores democráticos. El resentimiento fue patente con los secuestros de europeos (liberados rápidamente) y el saqueo de oficinas de diversas instituciones europeas en marzo pasado.

Bruselas y Washington suponen que Hamas puede cambiar de la noche a la mañana su programa y estructura. Contrariamente a la indignación que les provoca que Hamas no reconozca explícitamente la existencia del Estado de Israel, no les escandaliza mínimamente que el gobierno israelí siga rechazando un Estado palestino e insista en determinar unilateralmente las fronteras de Israel -no la frontera internacional (1967), sino una que expande el territorio israelí a expensas del palestino-; que no congele la construcción de más asentamientos; que desaire al presidente de la ANP, Mahmoud Abbas (del movimiento Fatah, que reconoce al Estado de Israel); que el ejército israelí siga aplicando su política de asesinatos y ataques de artillería que destruyen a enteras familias palestinas, o que en el contexto de la reciente incursión en Gaza las fuerzas israelíes hayan detenido a más de un tercio de los miembros de un gobierno elegido democráticamente.

Ante la tragedia palestina, el optimismo que suscitó en su momento el retiro del ejército israelí (12 de septiembre de 2005) de la franja de Gaza después de 38 años de ocupación se revela desmesurado y apresurado. Si bien el retiro demostró que buena dosis de voluntad política del liderazgo israelí y el apoyo de la mayoría de la población bastan para evacuar los asentamientos de colonos, por mucho que éstos monten una oposición espectacular, también evidenció la perversión del unilateralismo de la política israelí. Las declaraciones que hizo en octubre de 2004 Dov Weissglass, principal consejero de Sharon, en una entrevista al diario israelí Haaretz, son motivo de escepticismo:

"El significado del plan de evacuación de Gaza es congelar el proceso de paz (...) En los hechos, es el asunto del 'Estado palestino' en su conjunto (...) al que se retira de la agenda por un tiempo indefinido.... con la bendición presidencial -estadunidense-- y con el acuerdo de las dos cámaras del Congreso (...) La salida de Gaza es (...) la dosis de formol necesaria para que no haya proceso político con los palestinos... Acordamos con los estadunidenses que una parte de las colonias no será nunca afectada [por una negociación] y que la otra no se someterá a discusión en tanto los palestinos no se vuelvan finlandeses (sic)."

Esta escandalosa franqueza, entre otras cosas, hace evidente que la decisión de dejar Gaza se tomó porque la franja carece de valor estratégico y porque el retiro permitiría afianzar la ocupación de Cisjordania por razones estratégicas y/o demográficas. La construcción de colonias quedó así al abrigo detrás del "muro de protección" cuya edificación prosigue, a pesar de la opinión contraria de la Corte Internacional de Justicia de julio de 2004.

Así, con medidas unilaterales, Israel reduce hábilmente el campo de la negociación con el usual aval de Washington y la voz inaudible de Europa. Mientras la población israelí sigue atrapada en el unanimismo, en el reflejo patriótico alrededor de cualquier decisión que tome su gobierno, y los neoconservadores en su desfachatez habitual insisten en señalar a Siria como la culpable de la violencia regional, los palestinos penan por sobrevivir y alejar el espectro de guerra civil.

 
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