Usted está aquí: lunes 3 de julio de 2006 Opinión Dónde

Hermann Bellinghausen

Dónde

Esa mañana Belarmino no supo dónde había dejado la garganta y las llaves. Hurgó en su memoria reciente (la más débil de todas, la más hiriente) y luego en otras más lejanas, y no ubicó motivos para gritar, rugir, cantar, toser ni abrir puertas.

En las calles, sus calles, abundaba lugar para él, de eso no podía quejarse. Pero se encontró desmembrado, los pies aquí, las manos a saber, la cabeza colgando de un sauce en alguna calzada, su nombre en una credencial que perdió hace meses, la voz quién sabe dónde. Y los pies al aire.

Decidió empezar por recuperar la voz. Alguna. Se escarbó la garganta y las lágrimas más recientes, hizo que leía el vuelo de los pájaros, pero unos dispersos y esporádicos gorriones grises no hacían verano. Se dirigió a un puesto de periódicos. El puestero ocupaba su posición, estoico y atareado, era día de buena venta por las noticias deportivas y otras razones políticas, de carácter urgente, según la gente. Preguntó al puestero, que apuraba una lata roja como si fuera la última Coca en el desierto:

-Joven, disculpe, ¿de aquí para dónde el Metro?

El hombre, nada joven, se limpió los labios con la manga del suéter, se incorporó, y mientras se cobraba un Proceso dijo:

-Mire joven, tome el micro que dice Metro aquí en la esquina. O si prefiere hacer pierna agarre todo derecho y va a ver la estación a mano derecha. Y a mano izquierda también, si cruza. Hay puente, pero qué güeva ¿no? Yo que usted caminaba. Los micros ora son pocos y no traen cupo, ya ve.

-Ya veo -balbució Belarmino.

Por no dejar, compró un diario cuyas noticias conocía de cabo a rabo, y retribuyó con otro "joven" al ñor del puesto.

-Gracias joven.

La mañana era estudiantil y proletaria, debido al rumbo por donde andaba. Y vaya que andaba. Cuadras y cuadras y seguían faltando como 700 para la dichosa estación. Sonó la marimba del celular y resultó su compadre Violinista que sin saludar se fue a lo obvio, un "¿cómo viste" que enseguida actualizó: "¿Cómo ves?"

Se percató de que la gente en la calle venía de frente, o sea que iba en sentido contrario, que es lo único que Belarmino sabe hacer.

-¿Cómo veo qué?

-Pus todo -dijo Violinista, más al corriente que de costumbre.

-¿Qué sorpresa, no? -concedió.

-A mí no me sorprendió. Esos güeyes se la merecían.

-¿Te refieres a los del partido? -aventuró Belarmino.

-Claro, ¿qué otra cosa si no? Viva el futbol.

-No, pus claro -respiró Belarmino, a quien de pronto la memoria le jugó una broma lejanísima trayéndole a Nancy Sinatra con "estas botas fueron hechas para caminar, y algún día caminarán encima de ti".

-¿Qué haces?

La voz de Violinista llegaba con eco.

-¿Crees que esta cosa esté intervenida?

-¿Cuál? -dijo Violinista.

-El teléfono, güey.

-Claro. Somos gente importante. Si no te intervienen el teléfono en esta vida eres un loser, chico. Como ser nadie.

(Violinista hablando de "perdedores" regocijó a Belarmino en un paréntesis mental).

-Al Metro voy, y veo con gusto que por estos lados el grafiterío sobrevive a la propaganda y les da sopapos en la boca a la bola de excandidatos echándonos en cara su pinche jeta y sus promesas. El grafiti no promete nada, sólo se autonombra, y casi secretamente. Eso es bello, en tiempos como éste.

-¿Adónde vas, si hoy no hay dónde ir?

-No puedo decirte.

-¿Porque está intervenida esta cosa?

-Porque no me da la gana.

-Vaya, al menos encontraste una buena razón. Suerte. Supongo que te hará falta -dijo Violinista, que conoce a su amigo.

-Sí, como siempre.

No era un día normal. Ninguno lo es. Sólo Belarmino sabía qué buscaba: completar su silueta. Es decir, cabeza y todo, y el rayo resplandeciente del corazón. Caminaba como respiraba, sin darse cuenta. Para los otros transeúntes era uno más hablando a solas, que es la aportación del celular a la nueva vida colectiva de nosotros, los autistas. Cada vez más lejano, en un fade tan subjetivo como la cámara de Hitchckock, la voz de Violinista ingresando al éter aún alcanzó a confesar:

-No pude votar.

Parecía queja. Belarmino, con un dedo ya en el botón de off, reveló:

-Yo no quise.

Y colgó.

La gente que lo rodeaba parecía cruda. Alguna, muy contenta. Otra, no. "Así ha de estar Violinista", pensó. "Y a mí qué." Una vez recuperada la garganta, lo único que le importaba era encontrar su corazón. Siguiendo el consejo del periodiquero, se ahorraría el puente, eso sí. Cruzaría por abajo, cafre entre los cafres, para al menos recuperar los pies.

 
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