Usted está aquí: jueves 6 de julio de 2006 Opinión Timor-Leste

Miguel Marín Bosch*

Timor-Leste

Holanda y Portugal llevan siglos compitiendo. Durante casi 400 años lo hicieron enfrentándose en sus posesiones de ultramar, sobre todo en América y Asia. Ahora lo hacen en las canchas de futbol. La semana pasada nos ofrecieron un espectáculo de lo violento que puede resultar un partido del Mundial que se está celebrando en Alemania, cuyo lema es "mi juego es fair play". No cabe duda de que la incompetencia del árbitro alentó esa violencia.

Los primeros roces entre esos dos países europeos (uno con inclinaciones expansionistas y el otro con metas más bien comerciales) se dieron en el norte de Sudamérica. Ahí Portugal llegó primero, pero luego Holanda (y otras naciones europeas) quisieron arrebatarle lo que había conquistado. A finales del siglo XV Portugal era una modesta potencia europea. Empero, sus navegantes trazaron el camino de Europa a Asia vía la costa africana y llegaron a lo que hoy es Brasil.

Portugal compitió con España para ver quién se quedaba con el hemisferio occidental, cacho de tierra que se le atravesó a Colón cuando viajaba rumbo a Asia. Luego, durante 60 años, Portugal fue parte de España. En esa época Holanda empezó a tratar de mordiscar los territorios españoles (antes portugueses) de ultramar.

A principios del siglo XVI Portugal empezó a colonizar la isla de Timor, situada en el sudeste asiático y al noroeste de Australia. Es parte del archipiélago malayo. En malayo Timor significa "oriente" o "este". De ahí que Timor-Leste sea un pleonasmo. Por su parte, a finales del siglo XVI Holanda inició la colonización de lo que hoy es Indonesia y empezaron las escaramuzas entre los comerciantes holandeses y pobladores portugueses. En 1859 Portugal acabó cediendo a Holanda la parte occidental de la isla. Tras la revolución de los claveles en 1975, Lisboa abandonó sus colonias y los timorenses orientales proclamaron su independencia. Pocos días después Indonesia invadió Timor-Leste y lo ocupó durante dos décadas.

La época de lucha contra la ocupación indonesia terminó en agosto de 1999, cuando Yakarta accedió a que se llevara a cabo un referendo bajo los auspicios de Naciones Unidas para decidir el futuro de Timor-Leste. Una abrumadora mayoría de los habitantes se pronunció a favor de la independencia. Se calcula que murieron entre 100 y 250 mil personas durante la ocupación por tropas de Indonesia. Su población actual es de alrededor de un millón. Más de 90 por ciento son católicos y 50 por ciento vive en la pobreza.

Tras el referendo se desató una ola de enfrentamientos violentos entre las milicias que se oponían a la separación de Indonesia y los independentistas. Esas milicias fueron apoyadas por el ejército de Indonesia y se piensa que murieron mil 500 personas y 300 mil se vieron obligadas a refugiarse en la parte occidental de la isla. Las milicias optaron por una política de arrasar el país, destruyendo buena parte de su infraestructura, incluyendo muchos edificios, casas, sistemas de irrigación y el suministro de agua y electricidad.

A finales de septiembre de 1999 una fuerza internacional encabezada por Australia llegó a Timor-Leste y puso fin al conflicto. La ONU administró la transición a la independencia, misma que la comunidad internacional reconoció el 20 de mayo de 2002, cuando tuvo lugar una modesta ceremonia. Casi todos los invitados tuvimos que dormir en barcos anclados en el puerto de Dili, hoteles flotantes prestados por naciones amigas.

Timor-Leste es un país pequeño. Sus 15 mil kilómetros cuadrados equivalen a la mitad de la superficie de Guanajuato. Su ejército es chiquito: mil 500 hombres. En marzo pasado, 600 de ellos se declararon en huelga, alegando que eran víctimas de discriminación racial. En el país hay de todo: europeos, malayos, polinesios, papúas, una pequeña minoría de chinos y todas las combinaciones raciales.

El primer ministro Mari Alkatiri montó en cólera y optó por una mano dura. Dio de baja del ejército a los soldados huelguistas. De nuevo hubo brotes de violencia en Dili. Alkatiri, cuya popularidad nunca fue alta desde que asumió su cargo en mayo de 2002, no quiso echar marcha atrás. Muchos timorenses le pidieron que renunciara. Continuaron los enfrentamientos armados entre los soldados rebeldes y el ejército. Ante la tozudez de Alkatiri, José Ramos Horta, el popular canciller renunció en protesta y el aún más carismático presidente Xanana Gusmão amenazó con hacer lo mismo. Finalmente, y ante una creciente presión internacional, hace 10 días Alkatiri abandonó su cargo poniendo así fin a la violencia.

Algunos observadores han señalado que la salida de Alkatiri debilitará al gobierno. Para empezar, Gusmão ha tenido que sacrificar a un importante aliado y habrá quienes busquen ahora socavar la autoridad del presidente. Además, el primer ministro saliente encabezó con habilidad las negociaciones con Australia sobre la cuestión de los yacimientos de petróleo y gas en el mar de Timor.

Ciertos conocedores de la situación en Dili han afirmado que el gran ganador de la renuncia de Alkatiri es precisamente el gobierno de Canberra. Según Alfredo Assunçaõ, un general portugués retirado que fue jefe del estado mayor de la ONU en Timor-Leste en 2000-2001, la crisis en el gobierno de Dili hará posible que Australia aumente su ascendencia sobre el mismo. Agrega el general que lo único que le interesa a Canberra es el petróleo y el gas.

Timor-Leste depende mucho de la ayuda del exterior. Tras la violenta destrucción en 1999 de 70 por ciento de su infraestructura, la comunidad internacional armó un generoso programa de asistencia. Desde entonces, Australia, que envió tropas para acabar con la violencia, es uno de los principales donantes, pero también tiene sus propios intereses económicos. Ojalá que el presidente Gusmão pueda superar pronto la crisis política.

* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores y director del Instituto Matías Romero

 
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