Usted está aquí: lunes 10 de julio de 2006 Opinión Cosas del Futbol

Cosas del Futbol

Josetxo Zaldúa

Arcas repletas, espectáculo pobre

Un instante de ofuscación no empaña la figura del Zinedine Zidane

Ampliar la imagen El francés William Gallas supera al artillero italiano Luca Toni FOTOReuters

Francia se quedó ayer a oscuras antes de los penales. El caballero del futbol, Zinedine Zidane, tuvo un rapto de locura y se hizo expulsar cuando estaba bordando el partido de su despedida. De la gloria que acariciaba pasó al infierno gracias al artero cabezazo que propinó a un jugador italiano cuando el balón estaba en otra parte. Como él en ese desgraciado segundo.

Ese instante de ofuscación, sin embargo, no oscurece la enorme figura de un hombre que hacía sencillo lo más difícil. Zizou se llevó, como le ocurrió en su día a Maradona, todas las patadas del mundo, y casi nunca se quejaba. Cuando lo hacía, siempre lo expulsaban porque su reacción era desmedida. Lo suyo es jugar y hacer jugar, no dar patadas y quebrar tobillos. Por ello, su nobleza lo perdía a veces. Ayer le sucedió.

Zidane es un grande en la historia del futbol mundial.

Saldos de la Copa del Mundo

Ningún deporte es capaz, como el futbol, de concentrar la atención de decenas de millones de personas en todo el mundo durante un mes. Ninguna disciplina deportiva, individual o colectiva, mueve tanta pasión y tanto dinero en el orbe. Siendo esa una virtud innegable, en Alemania se comprobó que también ese brutal negocio puede matar a la gallina ponedora: el balompié.

Que haya ganado Italia, o que lo haga cualquier otro equipo, es importante en términos deportivos, nacionales, estadísticos. Pero el Mundial alemán ha dejado, más allá de las arcas repletas, un espectáculo pobre. No hay propuesta futbolística que permita atisbar una nueva vuelta de tuerca al deporte de las patadas, tal como sucedió con la inolvidable naranja mecánica holandesa, en la década de los setenta.

Es tal la exigencia del negocio que los futbolistas llegan al Mundial en estado terminal. Las ligas europea y suramericana, donde con más intensidad se juega el balompié, demandan un descomunal esfuerzo a sus jugadores. Además, el negocio, insaciable y aparentemente sin límite, hace que año tras año las selecciones nacionales jueguen un sinnúmero de partidos en los que, obligadamente, deben alinear a sus estrellas.

De manera que , humanos al fin, esos afortunados deportistas llegan a la gran cita futbolera mundial con el cuenta kilómetros agotado. Dirán los jefazos del negocio que igual da porque la vorágine mediática que rodea al futbol es tal que, más allá del espectáculo, la gente llenará los graderíos independientemente de la calidad futbolística.

Tal vez tengan razón, tal vez es verdad que los aficionados al futbol somos una caterva de ignorantes y, sobre todo, de masoquistas. Vemos un partido malo y regresamos a ver otro peor. Y así, dicen esos jefazos, hasta que usted quiera.

El caso de México, sin embargo, desmiente en gran medida esa postura soberbia. En nuestro país los estadios se abarrotan en la fase final. Durante la mal llamada liga son las dos televisoras quienes llenan la pantalla transmitiendo unos juegos que bien pueden remplazar al mejor de los somníferos.

Quiere decir esto que la afición mexicana no es tan mensa como muchos piensan. Los fanáticos se gastan sus quintos en los dos o tres clásicos anuales y luego se guardan la euforia para la liguilla. Los que nunca pierden son, claro está, los dueños de la caja idiota.

Hace falta, diría el sabio y flaco César Menotti, una suerte de revolución futbolera. El drama estriba en saber quién será el guapo, o la guapa, que le ponga el cascabel al monstruo.

En Alemania dos equipos han destacado por su renovación generacional, que ya es algo. Alemania y España. A los anfitriones los encabezó un maravilloso ex delantero, Juergen Klinsmann, cuestionado ferozmente por casi toda Alemania hasta anteayer, con excepción de su madre y del sabio e inolvidable Franz Beckenbauer, el hombre orquesta en la organización del Mundial.

Klinsmann, fiel a su estilo, se fue por la calle de en medio y renovó el plantel a pesar de las críticas. Lo cierto es que nadie daba un marco por su pequeño ejército. Hoy el país entero se pone de rodillas implorando que siga al frente del equipo. Ya no importa que viva en California. Su trabajo, además de valiente, ha sido excepcional.

España ha renovado su plantel de la mano de un viejo castellano, Luis Aragonés. Viejo y astuto, viejo y tozudo. Luis era una maravilla sobre el terreno de juego, en sus lejanos tiempos como media punta del Atlético de Madrid -el equipo que esta temporada dirigirá Javier Aguirre-, y cuando menos hay que reconocerle que tuvo la valentía, al igual que Klinsmann, de apartar a las vacas sagradas y apostar al futuro.

Ellos son los entrenadores con más valor del Mundial de Alemania.

Epílogo

Como diría el clásico, ganó el que metió más goles. Fuera de ahí, italianos y franceses corrieron como posesos detrás de la copa, pero el futbol, salvo las apariciones de Zidane, Henry y Pirlo, quedó en manos de los obreros del balón, gente como Makelele o Cannavaro, imponentes en su labor con el pico y la pala, pero negados para el arte.

En el Mundial de Alemania ganaron unos pocos, como siempre, y perdieron los aficionados y el futbol, como casi siempre.

 
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