Usted está aquí: viernes 14 de julio de 2006 Opinión PRI: derrota y ajuste de cuentas

Editorial

PRI: derrota y ajuste de cuentas

La expulsión de Elba Esther Gordillo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), formalizada ayer, parece ser el primer ajuste de cuentas en lo que queda de ese instituto político, y es razonable suponer que vendrán otros, conforme los priístas vayan saliendo del pasmo en el que aún se encuentran a raíz de la derrota histórica que sufrieron el pasado 2 de julio. Si bien a más de diez días de la elección no está resuelto todavía quién será el próximo presidente de la República, desde la noche del domingo antepasado, y aun desde antes, era evidente que Roberto Madrazo Pintado no habría de serlo y que su partido pasaría del primer al tercer lugar en número de votos.

A estas alturas, quienes tienen en sus manos las hilachas del que fuera el "partidazo" habrán caído en la cuenta de que, al diferir la expulsión de Gordillo Morales para después de los comicios, el PRI realizó un pésimo negocio, porque el cacicazgo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) pudo operar dentro y fuera del instituto político para impulsar una franquicia electoral propia (el Partido Nueva Alianza, Panal), restar sufragios al candidato presidencial tricolor y transferirlos al blanquiazul y colocarse como la bisagra entre los priístas inconformes y el régimen foxista, su partido y su candidato.

Pero la ventajosa transfusión del cacicazgo de Gordillo Morales a las estructuras del grupo que todavía gobierna es sólo uno de los factores que permiten explicar la debacle del otrora partido casi único en el proceso electoral en curso. Otro dato prominente en este sentido es la llegada del propio Madrazo a la dirigencia del PRI, la enorme desarticulación que provocó en el partido por su empecinamiento en hacerse con la candidatura presidencial y el efecto desastroso que tuvo ésta en el resto del instituto político: el efecto Madrazo arrastró en su caída a los aspirantes a gobernadores, diputados y senadores, además de que las cuentas pendientes del ex gobernador tabasqueño empezaron a ser cobradas antes de los comicios por los mandatarios estatales surgidos de su mismo partido.

La consumación de la ruptura con el cacicazgo elbista implica para el tricolor, en virtud de la lógica corporativa y charra que caracteriza al grupo de Gordillo Morales, la pérdida de un gran número de militantes y de importantes estructuras de poder local. Es previsible que el PRI siga restando fuerzas cuando proceda al previsible ajuste de cuentas con los madracistas.

A lo largo de este sexenio, el tricolor tuvo una espléndida oportunidad de recomponerse en la oposición, democratizarse, depurarse y redefinirse. Pero, lejos de ello, los priístas optaron por entregar sus organismos de dirección a los sectores más mafiosos y corruptos ­elbistas y madracistas­, mucho más preocupados por obtener y mantener cuotas de poder que por formular y propugnar propuestas políticas, económicas y sociales para el México del siglo XXI. A la postre, la máxima elaboración conceptual de que fue capaz el PRI de Madrazo fue presentarse ante el electorado como "la opción de centro". Pero en ese "centro" priísta, en ese pretendido espacio equidistante entre el derechismo empresarial de Acción Nacional y la iniciativa social de la coalición Por el Bien de Todos, no hay nada, o casi nada: es en todo caso, y así fue visto por las tres cuartas partes de los votantes­ un poco de oportunismo y de añoranza del poder.

Quienes queden en el PRI después de cobrar las facturas correspondientes ­aunque el precio a pagar por Madrazo y los suyos no sea la expulsión, sino el ostracismo­ deberán emprender, de una vez por todas, la redefinición mayor que el partido no quiso o no pudo efectuar hace seis años. Pero no es probable que esa tarea pueda realizarse sin desgajamientos significativos, si no es que sin una ruptura ecuatorial que acabe con el partido y lance a sus mitades a los puntos opuestos del abanico ideológico. Todavía no está claro que el país se haya resignado a otros seis años de inmovilismo panista, pero resulta evidente que no quiere saber más del inmovilismo priísta.

 
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