Usted está aquí: lunes 24 de julio de 2006 Opinión Habla la lámina

Aline Petterson

Habla la lámina

En estos tiempos difíciles, abrumados por el diluvio de palabras contradictorias que nos ahogan, busqué alguna figura que lo ilustrara metafóricamente. Darle palabras al torbellino interior suele despejar sombras. Acaso di con una.

Pienso que los habitantes de nuestro país son como los peatones y los automovilistas. Hay siempre una lucha campal con clara desventaja para quien camina a pie por la calle.

El automovilista -que puede ir en un BMW o en una pesera- siente que el derecho está de su lado. Siente que no va nunca a cederle el paso al otro. Y no duda jamás. Las calles se rigen bajo sus leyes, las del más fuerte. El peatón lo sabe y agacha la cabeza, esperando no ser arrollado. Y si acaso temerariamente decide adelantarse a plena carrera, recibirá del conductor un grito insultante por su atrevimiento. Así, cuando un vehículo disminuye la velocidad o hace un pequeño alto, el que va a pie se ve en la obligación de agradecer el favor de algo que es su derecho. Una pequeña limosna de tiempo que el fuerte le obsequia. Tal inesperada benevolencia, además de sorpresa, lo llena de gratitud.

Los semáforos, las líneas amarillas, los demás señalamientos están contemplados en el reglamento. Pero el fuerte tiene las razones que le da su fuerza de lámina. Y sigue adelante porque mira al mundo desde su interior desafiante. Y claro que también el peatón profiere insultos al enemigo motorizado. Pero su voz se pierde en el aire mientras el vehículo avanza dejándolo atrás con su propia urgencia.

Desde luego que hay mucho más peatones -ocasionales o perpetuos- que, no obstante, se encuentran inermes para defenderse de las embestidas. Luchan siempre con gran desventaja para ellos. Sí, existe el reglamento que no se obedece. Y, ante la muerte posible, no hay más que esperar. Esperar sin esperanza hasta que los conductores despejen un momento la calle. O hasta recibir una ocasional limosna de tiempo obsequiada por los que manejan los coches. La urgencia del peatón no encuentra eco. Lo que es posible que sí encuentre es el sonido feroz de la bocina muchas veces dispuesto en forma de injuria.

Digo de nuevo que el número de peatones es infinitamente mayor. Pero esto no hace diferencia alguna. Un vehículo es capaz de eliminar a más de dos que intentaran hacer valer inútilmente sus derechos. La lámina habla sin ambages. La lámina otorga una sensación de impunidad para tomar en propia mano el ejercicio del poder frente a quien tiene expuesta la debilidad de su cuerpo.

Y este estado de cosas rige a todos, sin detenerse a reflexionar sobre las condiciones injustas que se desentienden de una de las partes: la más numerosa y desprotegida. Los peatones ni chistan: nadie les haría caso. Y aquí incluyo al agente de tránsito que observa impasible el discurrir de la calle. Así son las cosas. Así han sido siempre. Tal vez ya ni tenga la capacidad para ver el ultraje. Además, es más fácil "entenderse" con el conductor que con el peatón atropellado.

En realidad, ignoro si esta manera de darle forma a las dos partes, antagónicas ahora más que nunca, sea eficaz. Lo que sí sé es que al esperar en la esquina para cruzar la calle, al ver la indiferencia prepotente de los conductores, me pareció descubrir en estas acciones un ejemplo de lo que tristemente sucede en nuestro país.

 
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