Usted está aquí: miércoles 26 de julio de 2006 Ciencias Los posgrados y la formación de recursos humanos

Sergio A. Guzmán del Próo

Los posgrados y la formación de recursos humanos

La educación superior, particularmente la de posgrado, ha vivido en los últimos 10 años un cambio en los procedimientos y exigencias, cada vez mayores, para acreditar los programas dentro del Padrón Nacional de Posgrado (PNP).

Una de las mayores exigencias que ha establecido el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) ha consistido en reducir el tiempo de graduación a dos años en las maestrías y a tres en los doctorados. Tanto la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) como el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y universidades del país en general han hecho un serio esfuerzo por cumplir con el requisito y tratan de mantener su eficiencia terminal de acuerdo con los indicadores que dicho consejo.

El fenómeno no es nuevo ni privativo de nuestro país; responde a políticas generadas en las grandes centros de poder mundial, los cuales dictan a los países periféricos el cómo, cuándo y a qué velocidad se deben producir los recursos humanos de alto nivel académico.

Sin embargo, a una década de distancia cabe preguntarse si el sistema de posgrado está produciendo lo que se esperaba, es decir, egresados de alta calidad profesional y verdaderos investigadores, o simplemente se ha cubierto, por una parte, la necesidad de los jóvenes de prolongar su educación hasta nivel de posgrado para encontrar un empleo y, en el caso de las instituciones, cumplir con estadísticas de eficiencia terminal que les permitan mantenerse dentro del PNP, pues en caso contrario se exponen a perder apoyos financieros y validación nacional como centros de excelencia académica.

La experiencia empieza a demostrar que aun aquellas instituciones más prestigiadas, que cuentan con la infraestructura y apoyos necesarios, están sujetas a fuerte presión en cuanto al tiempo de eficiencia terminal, lo cual obliga, cada vez con más frecuencia, a los cuerpos académicos a dar por concluidas tesis e intentar publicar artículos que escasamente reúnen los estándares de alta calidad científica.

Casos recientes en la prensa nacional han dado cuenta de científicos de reconocido prestigio mundial que han debido retractarse del resultado de sus investigaciones y, en casos extremos, admitir el falseamiento de los datos. En nuestro ambiente académico cada vez es más frecuente asistir a revisiones de tesis o a defensas de exámenes de grado en los que el alumno difícilmente explica o integra analíticamente los resultados, pero de cualquier forma se le aprueban.

Se aprueban bajo presión ejercicios de maestría o doctorado que aún requieren revisiones profundas, pero los plazos fatales y el cumplimiento de las estadísticas de eficiencia terminal empujan a la institución y a todos los involucrados en el proceso de formación del alumno a darles salida. Esto ocurre aunque el producto sea una tesis no publicable y el graduado sea todavía un individuo inmaduro, quien ostentará, de allí en adelante, un título que lo compromete a reproducir el esquema con nuevos alumnos, pero sin la filosofía de una formación rigurosa, sino igualmente apresurada e inmadura. Es decir, se está cumpliendo fundamentalmente con la estadística, se mantienen las instituciones dentro del PNP, pero lentamente se van alejando de la filosofía de formar verdaderos investigadores científicos del más alto nivel académico.

El sistema se ha deformado y está dando lugar a prácticas poco éticas en las que los investigadores persiguen alta productividad a costa de lo que sea, pues si no se tienen alumnos, tesis y artículos publicados se pierden subsidios, estímulos económicos, amén de una disminución de su prestigio dentro de la comunidad que les rodea.

Todo lo anterior debería llamar a la reflexión tanto a los que conducen las políticas de ciencia y tecnología como a los propios investigadores que la practican. Debería plantearse con absoluta seriedad si realmente se están formando bajo este sistema los recursos humanos de alta calidad profesional y ética que el país demanda en un mundo cada vez más competitivo, o simplemente se está cumpliendo con las estadísticas que exige el Conacyt y con las necesidades de un mercado laboral que obliga a los jóvenes a obtener un grado, aunque carezcan de vocación y curiosidad científica, que es el verdadero impulso para una carrera de investigador.

No puede seguirse por ese camino, pues el verdadero sentido de la ciencia y de la formación de recursos humanos preparados a nivel de excelencia puede quedar reducido a simples declaraciones políticas fuera de la realidad de las instituciones, donde la búsqueda y construcción del conocimiento para explicarnos el mundo que nos rodea es sustituido por investigaciones de poco alcance y profundidad. Muchas veces me pregunto si los grandes investigadores de la ciencia y sus mejores aportaciones o descubrimientos estuvieron sujetos a la presión de tiempos fatales, inclusive, si sus propias tesis fueron objeto de plazos cortos e inexorables.

Lo más preocupante de esta situación es que el asunto no se discute en el interior de los posgrados nada más que en pequeños círculos, y en general se mantiene absoluto silencio. Se aceptan resignadamente las reglas impuestas, todo en aras de un pragmatismo que prefiere admitir estos tiempos y condiciones antes que llamar a una discusión abierta, razonada y analítica sobre el efecto que estas políticas de eficiencia terminal están produciendo en la calidad de los recursos humanos que producen las universidades e instituciones científicas del país.

Hace algunos años, en un artículo sobre el mismo tema, pero más concretamente sobre el impacto de los estímulos económicos y bonos a la productividad de los investigadores (La Jornada, 11/10/99), llamaba la atención a investigadores e instituciones para hacer un alto en el camino y reflexionar colectivamente sobre qué estábamos haciendo y qué estábamos logrando en los nuevos esquemas de productividad y eficiencia con que se mide a las instituciones educativas y sus posgrados.

Creo que aún estamos a tiempo de replantear esos esquemas ante el Conacyt y conducir a los posgrados hacia niveles de elevado rigor académico, que forme maestros y doctores verdaderamente acordes con el grado que se les está concediendo. De otra manera se corre el peligro, como ya empieza a ocurrir, de que al cerrarse los plazos para que el alumno obtenga el grado la institución admita su salida para no afectar sus estadísticas de eficiencia terminal, aunque la tesis muestre todavía serios defectos por falta de análisis y discusiones realmente acabadas. De esta forma los procesos de aprobación de las tesis y exámenes de grado pueden convertirse a corto plazo en simple trámite administrativo, cualquiera que sea la calidad del ejercicio de maestría o doctorado. ¿Eso queremos?

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