Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de julio de 2006 Num: 595


Portada
Presentación
Bazar de asombros
Democracia y Legitimidad
Elecciones de Estado
MARCO ANTONIO CAMPOS
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUIA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ


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HUGO GUTIÉRREZ VEGA

LA SAGA DE MAURICIO MAGDALENO (I de II)

Mauricio Magdaleno nació en Villa del Refugio, Zacatecas en 1906, "al filo del agua", como diría Agustín Yáñez a las vísperas de la revolución. Estudió la primaria en Aguascalientes y, como López Velarde y otros muchos intelectuales de la provincia, se vino a vivir a la capital, dejando atrás el "reloj en vela", "los palomos colipavos" y las "campanadas que caen como centavos". Ya en México, estudió en la benemétita Escuela Nacional Preparatoria, hizo un año de Derecho que, afortunadamente, no alcanzó a contaminar su prosa y, más tarde, frecuentó la Escuela de Altos Estudios.

Practicó el periodismo y, junto con su hermano, Vicente, fue corresponsal de El Democrata en la campaña de Vasconcelos. Mauricio se convirtió al vasconcelismo y, ya pasado el terremoto que acabó como un temblorcillo de fiebre, escribió La palabras perdidas, libro en el que testimonia toda su desilusión y su desasosiego. Recordemos a Germán de Campo (asesinado por el cacique del Gargaleote, Gonzalo N. Santos, autor del libro de memorias más cínico de la historia de nuestro país tan lleno de cínicos), a Adolfo López Mateos, a Alejandro Gómez Arias (hombre de inusitada calidad moral), y releamos sus discursos fundados en la inteligencia, la belleza formal y la más candorosa de las esperanzas. Todos ellos eran buenos lectores de Sashka Yegulev, la novela de Andreiev sobre otro Cristo masacrado por la turba que intentaba salvar y redimir.

A principios de los treinta funda, con Juan Bustillo Oro, el Teatro de ahora, buen esfuerzo hecho para plasmar en la escena nuestra problemática sociopolítica. Magdaleno escribió tres obras: Pánuco 137, Emiliano Zapara y Trópico. Las tres salieron publicadas en España bajo el título de Teatro revolucionario mexicano.

Entre 1932 y 1933 vivió en Madrid y estudió en la Universidad Central. Trabajó en El Sol, periódico dirigido por Martín Luis Guzmán, secretario en ese entonces de don Manuel Azaña, el desventurado y valiosísimo presidente de la República Española. Mauricio se relacionó con la generación de la Residencia de Estudiantes y conoció a Lorca, Alberti, Cernuda, Buñuel, Dalí, Salinas, Guillén, Altolaguirre y Domenchina, entre otros. Algunos años más tarde recibió con magnanimidad a varios de ellos, refugiados en nuestro país.

Regresó a México en 1934 y encontró un precario modus vivendi en la cátedra. Por ese tiempo escribió su gran novela El Compadre Mendoza que fue llevada al cine por Fernando de Fuentes. Pienso en las actuaciones del colombiano Alfredo del Diestro y de Ema Roldán. Esa fue una buena época para nuestro cine. Piense el lector en otra película de De Fuentes, Vámonos con Pancho Villa, basada en la novela de Rafael F. Muñoz. Vendrían después el Indio Fernández y Gabriel Figueroa a consolidar, junto con el guionista Mauricio Magdaleno, un cine nacional que, en algunos momentos, trascendió el mero folclor y alcanzó una notable calidad artística.

Una serie de novelas continuó la carrera literaria de Magdaleno: Concha Bretón y El baile de los pintos son ejemplos de esa etapa de su vida creativa y modelos de buen humor y de discreción.

Nunca se separó del periodismo y siguió publicando en El Nacional, El Universal y La Prensa. Ocupó pequeños empleos burocráticos desde los cuales defendió el proyecto de nación del presidente Cárdenas, sobre todo la nacionalización de los recursos naturales, considerada como indispensable para mantener nuestra soberanía, el reparto agrario y la política exterior. Fue jefe del Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación y, nadie es perfecto, fue diputado y senador por Zacatecas. Lo recuerdo como subsecretario de Asuntos Culturales cuando Agustín Yáñez era secretario de Educación Pública y como miembro del Seminario de Cultura Mexicana. Recibió premios de todos los colores y sabores, fue académico y Premio Nacional de Letras. Murió en 1986.

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