Usted está aquí: lunes 31 de julio de 2006 Capital El organillero, un juglar de la ciudad que se resiste a morir

El oficio, una alternativa de empleo para estudiantes y profesionistas

El organillero, un juglar de la ciudad que se resiste a morir

Pese a sus altibajos, la labor aún da para comer y estudiar

Vigentes, 200 trovadores

ROCIO GONZALEZ ALVARADO

Ampliar la imagen Un organillero y su cooperador en Paseo de la Reforma, ayer durante la marcha hacia el Zócalo para la asamblea informativa convocada por el candidato de la coalición Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador Foto: Víctor Camacho

Aunque no ha sido fácil, al menos 200 organilleros de la ciudad de México se mantienen vigentes y conservan esta tradición con el relevo de nuevas generaciones que han aprendido a "desgranar" en la antigua caja de música las melodías de antaño.

Esta actividad que se realiza desde principios del siglo XX sobre las estrechas calles del Centro Histórico, con organillos o cilindros importados de Alemania, se ha convertido en los años recientes en una alternativa de trabajo para estudiantes de diversas disciplinas o profesionistas desempleados.

Ataviada con pantalón, camisola y una gorra beige en mano, Susana Domínguez corre con su diminuta figura en busca de algunas monedas tras los transeúntes, turistas o simples curiosos que se acercan al Palacio de Bellas Artes.

Cooperadora es el rol que desempeña entre un grupo de organilleros que se distribuyen en el primer cuadro de la ciudad, aunque también cuando es necesario toma en sus manos la manivela del organillo para tocar las coplas del repertorio musical.

Ocho son las melodías que contiene cada aparato, entre las cuales destacan Las Golondrinas, Las Mañanitas, La Vikina y Cielito Lindo, que con su nostalgia remontan a los tiempos idos.

"Todas las melodías tienen que llevar un ritmo, no se trata de mover la manivela, tienes que sentir la música", confiesa la joven alumna del Politécnico, quien desde hace tres años se dedica a este oficio, que le ha permitido solventar no sólo los gastos que le generan cursar la licenciatura en trabajo social, sino también ayudar con el ingreso familiar.

Del grupo al que pertenece, comenta, ocho son estudiantes, tres también hacen su licenciatura en el IPN, y el resto está en el bachillerato. Las facilidades que les otorgan los dueños de los organillos, aunque no cuentan con ninguna prestación social, los motivan a incursionar en este oficio.

"A veces es difícil por las tareas, pero son mucho los beneficios que tienes, porque no te exigen como en otros empleos que estés todos los días, trabajas nada más medio tiempo, hay dos turnos, de las nueva a las tres de la tarde, y de las cuatro hasta la noche", señala.

Con su organillo a cuestas, Rogelio Huerta Velásquez, desde hace medio año se convirtió en el discípulo de su padre. Con estudios de contabilidad, recurrió a este oficio cuando la empresa en la que trabajaba cerró sus puertas.

Apostado en la salida de un conocido almacén ubicado en la calle de Venustiano Carranza, prefiere dejar hablar a su progenitor. "Yo le dije, vente conmigo para que saques tu gasto, en lo que sigues buscando trabajo, pero no ha encontrado y aquí está", relata don Bernabé Huerta, quien recorre diariamente Corregidora y Correo Mayor desde hace 38 años.

"Bien que mal ahí la llevamos, cada vez estamos más amolados, antes la gente cooperaba más, pero ya no es tan fácil. El día que más o menos sacamos algo es el sábado, pero ya no hay días buenos, pero trabaje o no trabaje tengo que pagar la renta del cilindro".

Administrar el tiempo

Sin embargo, para algunos como Alejandro Rivero, quien inunda con sus melodías la calle de Tacuba, frente al café que lleva el mismo nombre, "muchas veces es mejor contar con una remuneración fija que con un empleo. "En otros trabajos te piden muchos requisitos, yo soy impresor, y desde que me quedé sin empleo hace medio año, me traían de prueba en prueba sin pagarme un quinto".

"Aquí puedo administrar mi tiempo y ganar más dinero", señala al comentar que para él lo más difícil de este oficio es cargar el organillo. "Este que traigo pesa 48 kilos, y para cargarlo tiene su truco, porque hay que montarlo con el zanco que lo sostiene, porque si no haces así se cae y pa'qué quieres, te lo cobran como nuevo".

Odilón Jardines, quien se asume como uno de los organilleros más antiguos que aún existen en la ciudad, asegura que aun con sus altibajos esta labor es noble. "No sólo preservamos una tradición, sino que también se ha convertido en una fuente de empleo para los jóvenes que buscan sobresalir. Le puedo decir que aquí va a encontrar gente que está estudiando para doctor, arquitecto, enfermeras y hasta ciencias de la comunicación".

Con 64 años de edad, a don Odilón, quien posee siete organillos que alquila en 110 pesos diarios, le tocó vivir las razzias que desplegaba la policía capitalina, allá por los años 60, cuando el oficio estaba muy desacreditado, no había permisos para andar en la vía pública y los encarcelaban hasta dos semanas.

"Nos unimos en una asociación y les dijimos a las autoridades y si nos bañamos, vamos a peluquería y portamos un uniforme, nos darán permiso. Si pues de eso se trata, nos respondieron, y desde entonces vestimos como los Dorados de Villa, y nadie nos puede levantar en la calle, porque estamos autorizados", asegura al señalar que la primera recomendación para los jóvenes que llegan a pedir trabajo es: "aquí vas a perder la vergüenza, pero no la honradez", porque "nos costó mucho conquistar el lugar que tenemos".

 
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