Usted está aquí: lunes 31 de julio de 2006 Opinión La naturalidad

José Cueli

La naturalidad

En todo torero por muy rebelde que sea su carácter, el ambiente ejerce sobre sus nervios dominadora sugestión. El ambiente actúa sin descanso influyendo en cuantos lo miran, moldeándolos hasta conseguir una perfecta adaptación. Es un trabajo suave, en muchos casos imperceptible, más su tenacidad abruma de tal manera que siempre logra vencer. De otra parte, el torero es un ser de sistema nervioso fino y complicado, extraordinariamente sensible que cual antena recoge las múltiples ondas espirituales que vibran a su alrededor, para transmitirlas en su quehacer y que éstas, a su vez, produzcan a los receptores susceptibles de emoción, un estremecimiento apasionado. En la temporada de novilladas pasada ha llamado la atención un joven colombiano, Ricardo Rivera, que parece poseer ese don, esa pasión vital que le permite diferenciarse de los demás. Tres novilladas se han efectuado y en dos ha partido plaza y sus posibilidades y carencias están a la vista. Sin embargo, expresa su sentir, sus ganas de ser. Ser novillero o torero supone una conducta vital, un fino sentido del toreo, que requiere de eso tan difícil; la naturalidad. Esa naturalidad del torero sevillano Morante de la Puebla con que toreó en la Plaza de Santa María, inspirado por los cabales, cuando se mecía en la verónica de frente y en los pases naturales, alentado por la influencia espiritual jerezana que prefiere un lance a faenas interminables.

 
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