Usted está aquí: martes 1 de agosto de 2006 Opinión Aportaciones del PRI a 2006

Carlos Montemayor

Aportaciones del PRI a 2006

Ampliar la imagen Carlos Salinas de Gortari con Diego Fernández de Cevallos en Los Pinos. El 18 de septiembre de 1993 el entonces presidente se reunió con los líderes de las fracciones parlamentarias que aprobaron la ley electoral. Al fondo a la izquierda, Emilio M. González FOTOFabrizio León Diez

En 1989, cuando eran evidentes en la administración presidencial de Carlos Salinas de Gortari su orientación "modernizadora" neoliberal y su propósito de que México se adaptara a los moldes de la globalización económica, Carlos Castillo Peraza, a la sazón presidente del PAN, afirmó que el gobierno del priísta representaba un triunfo histórico de su partido, puesto que el PRI estaba haciendo suyo el proyecto de país planteado por ellos desde hacía tiempo. A partir de ese momento, en efecto, el nuevo PRI empezó a tener cada vez más coincidencias con, también debemos decirlo, el nuevo PAN.

Al margen de que el comienzo formal de ese nuevo PRI y de ese México neoliberal tuvo como marco simbólico un fraude electoral, la continuidad de ese proyecto iniciado con Carlos Salinas de Gortari ha recompuesto las filas del PRI en varios sentidos, particularmente por la identificación de algunos de sus contingentes y figuras con ese proyecto, ligado ahora a la permanencia del PAN, o bien, por la identificación de algunos contingentes del PRI con los proyectos llamados de izquierda que enarbola el PRD.

Es difícil saber qué queda ahora en las filas del PRI: si un reducto aún no desmovilizado del centro izquierda del partido, anterior al salinismo; si un grupo todavía poderoso, que seguirá al servicio del proyecto neoliberal sin que importe quién llegue al poder por la vía electoral, es decir, el PAN o el PRI, o bien, si de modo relevante queda un sector preparado profesionalmente para las tareas políticas, con un arraigado carácter institucional: una especie de reserva de políticos institucionales al servicio de las funciones de gobierno.

A lo largo de varias décadas, el principio partidista más arraigado entre los priístas fue el de facilitar las tareas de gobierno a partir de cada uno de sus sectores oficiales y de los grandes aparatos burocráticos del Estado. Esta disciplina de apoyar o facilitar la tarea de gobierno puede dar razón de la capacidad para apoyar cambios estructurales del partido en contra de la memoria histórica del partido mismo. Y, también, al margen de los rasgos particulares de ciertos políticos o dirigentes, la inmediata disposición para apoyar las tareas del gobierno de Vicente Fox en el caso de sectores o figuras como Leonardo Rodríguez Alcaine, Víctor Flores, Elba Esther Gordillo, Joaquín Gamboa Pascoe o incluso políticos más jóvenes, como Roberto Campa Ciprián o el gobernador de Tamaulipas, Eugenio Hernández. Hay, por supuesto, una clase política en el PRI que no ha dejado, y quizá no lo hará nunca, las filas de ese partido para incorporarse a las plataformas panistas o perredistas.

En ciertos niveles el desplazamiento de políticos como Diódoro Carrasco, Luis Téllez o Jesús Reyes Heroles, por ejemplo, no debe considerarse una traición al partido, sino una continuidad de la política de cambio que desde dentro del PRI comenzó a formularse con Salinas de Gortari y se consolidó con Ernesto Zedillo. Ese proyecto necesitaba un mínimo de 20 años para implantarse a profundidad en México. Ya han logrado ese mínimo. Ahora, con el posible triunfo de Felipe Calderón, cierran filas estos cuadros políticos para acercarse a sus primeros 30 años en el poder.

Dar el nombre de modernización o, peor aún, de democratización a este proyecto de neoliberalismo y de recomposición del PRI mediante otros partidos, sin advertir ciertos matices, podría ser una exageración. Es conveniente decirlo porque, en el interior del PRI, este periodo de "modernización" del país se presenta como una paulatina destrucción o un proceso gradual de desmantelamiento del propio partido oficial en diversos niveles y momentos. Los más notables fueron acaso dos: la imposición piramidal, vertical, de las políticas económicas "neoliberales" o globalizadoras, contrarias o ajenas a las raíces históricas del PRI, y la desaparición, dentro del partido, de la negociación política que aseguraba los mecanismos de equilibrio de los diferentes grupos ideológicos, sectoriales, sociales, económicos o regionales que componían la familia del poder en México, entonces la "familia revolucionaria".

Es sintomático que en el periodo de consolidación del grupo neoliberal encabezado por Salinas de Gortari, durante el gobierno de Miguel de la Madrid, el PRI haya en verdad rechazado y expulsado a la corriente democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, de cuya escisión junto a otras fuerzas no priístas tuvo lugar el nacimiento del PRD. En otras palabras, pretendo explicar que el proceso democrático que México vive desde hace 20 años está vinculado también a ciertos procesos de transformación, escisión o recomposición del PRI: su reintegración parcial en el PRD, su fusión e identificación con el PAN, su aportación de cuadros populares o gremiales a nuevos partidos como el de Convergencia o ahora Nueva Alianza.

Otra faceta de este proceso es, claro, el de la consolidación de grupos de poder que en el interior del PRI siguieron y siguen trabajando en función del proyecto neoliberal iniciado por Salinas de Gortari y cerrando filas en favor de ese programa mediante las administraciones de Zedillo y Fox, y ahora, posiblemente, la de Calderón, como Emilio Gamboa Patrón, próximo coordinador de la bancada de su partido en la Cámara de Diputados, y otros gobernadores priístas vinculados con el PAN, vía Elba Esther Gordillo o vía la identificación directa y libre con los proyectos mismos.

Otra faceta de la recomposición priísta, en el reducto que permanece en ese partido, son las reformas ideológicas a los principios partidistas que lo acercan, de hecho y de derecho, a la continuidad del proyecto neoliberal. Esto es, en términos de orientación ideológica o de plataformas de partido, son opciones de la misma vía del "cambio" el PAN y el PRI que sigue sobreviviendo.

En este contexto, es explicable por qué se insiste en celebrar la democratización del país en términos electorales, cuando en verdad hemos retrocedido en términos de bienestar social. Un país donde las mayorías son cada vez más pobres, tienen menos empleos formales, menos seguridad, salud, educación, vi-vienda y alimentación, no se puede llamar propiamente democrático. Además, la globalización económica que nos rige en este proceso de democratización no es un proyecto que podamos llamar tampoco democrático; por el contrario, se trata de una economía mundial impuesta no por el "libre" mercado, sino por el poder trasnacional, que anula estados y empobrece a las mayorías.

Pues bien, por lo que toca a la "transición democrática" en México, entendida como el proceso de alternancia de partidos en el poder, debemos reconocer que el ascenso panista no puede verse al margen del proceso de conversión del PRI en un partido neoliberal y contrario a la noción de Estado de bienestar, idea central en el viejo PRI y en el proceso de conversión de este partido en el PRD o en Convergencia.

Los avances democráticos que han generado el desmembramiento y la transformación del viejo PRI han sido, desde otra perspectiva, importantes. Han despejado los territorios reales de la oposición política de México en dos principales conjuntos: el "cambio", iniciado por Salinas y sustentado por el PRI, el PAN, el Panal y el PVEM, y la política de Estado benefactor, llamado ahora de izquierda, y sustentado por el PRD, PT y Convergencia. En este sentido, la democracia electoral ha avanzado en México: más que un esquema pluripartidista que refleje la diversidad ideológica del país, hay dos ideologías o corrientes políticas que se distribuyen en alianzas o coincidencias con diversos partidos. La mayor parte de los grupos actuales del PRI coinciden con el proyecto de gobierno del PAN y hacia estas dos fuerzas confluyen por caminos reiterados los partidos pequeños que forman constelación con ellos.

Lo sorprendente es que en las fuerzas panistas respaldadas por desmembramientos o reconfiguraciones del PRI han germinado, o se han transplantado, los hábitos del fraude electoral para asegurar la continuidad en el poder federal. Nuestra adolescente democracia electoral se ensombrece con los viejos riesgos de establecer el fraude como la vía natural para que el poder se resista a aprender a ganar electoralmente. En 1988 el neoliberalismo se inició con un fraude electoral evidente. En 2006, como una de las últimas aportaciones del viejo PRI, el neoliberalismo quiere con otro fraude acercarse a sus primeros 30 años en el poder. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación tiene la última palabra. Pero esa palabra tiene que hacerse oír en una tensión social cada vez mayor. Ahora la ciudad de México, en algunas arterias centrales, está tomada. Es una situación sombría, injusta y exasperante para muchos ciudadanos.

¿No sería más riesgoso que, por resistirse a un recuento de voto por voto, el país entero amanezca de pronto sombría, injusta, exasperantemente tomado por un nuevo y descomunal fraude? Ahora son unas avenidas de la capital. Mañana sería el país entero.

 
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