Usted está aquí: domingo 6 de agosto de 2006 Opinión Carta a Frank

Boaventura de Sousa Santos*

Carta a Frank

Te escribo esta carta con el corazón estrujado. Me alejo del análisis frío y de la razón cínica que domina el comentario político occidental. Eres uno de los intelectuales judeo-israelitas -como te acostumbras clasificar para no olvidar que una quinta parte de los ciudadanos de Israel son árabes- más progresistas que conozco. Acepté gustoso la invitación que me hiciste para participar en el congreso que estás organizando en la Universidad de Tel Aviv. Me conmovió sobre todo el entusiasmo con que acogiste mi sugestión de que realizáramos algunas sesiones del mismo en Ramallah. Hoy escribo para decirte que, en conciencia, no podré participar en el congreso. Defiendo, como sabes, que Israel tiene derecho a existir como país libre y democrático, al igual que defiendo el mismo derecho para el pueblo palestino. "Olvido" con algo de mala conciencia que la Resolución 181 de las Naciones Unidas, de 1947, decidió la partición de Palestina entre un Estado judío (55 por ciento del territorio), un Estado palestino (44 por ciento) y una zona internacional (los lugares santos: Jerusalén y Belén) para que los europeos expiasen el crimen hediondo que habían cometido contra el pueblo judío. "Olvido" también que, después de 1948, la parte del Estado árabe disminuyó cuando 700 mil palestinos fueron expulsados de sus tierras y casas (llevándose consigo las llaves que muchos todavía conservan) y continuó disminuyendo en las décadas siguientes, no representando hoy más que 20 por ciento del territorio.

Al paso de los años he venido acumulando dudas acerca de que Israel acepte, en los hechos, la solución de los dos estados ante la proliferación de colonizadores, la construcción de infraestructura (carreteras, redes de agua y de electricidad), recortes al territorio palestino para servir a la colonización, los check points y, finalmente, la construcción del muro de Ariel Sharon a partir de 2002 (diseñado para robar más territorio a los palestinos, privarlos del acceso al agua y, de hecho, meterlos en un vasto campo de concentración). Las dudas están ahora disipadas después de los más recientes ataques en la faja de Gaza y de la invasión de Líbano. Es ahora cuando todo cobra sentido: la invasión y destrucción de Líbano en 1982 ocurrió en el momento en que Yasser Arafat daba señales de querer iniciar negociaciones, tal como la de ahora ocurre poco después de que Hamas y Fatah hubieran acordado la misma propuesta. Tal como están, fueron fabricados los pretextos para la guerra. Pero además de haber millares de palestinos secuestrados por Israel (incluyendo ministros de un gobierno democráticamente electo), ¿cuántas veces en el pasado se negoció el intercambio de prisioneros?

Mi querido Frank, tu país no quiere la paz, quiere la guerra porque no acepta los dos estados. Quiere la destrucción del pueblo palestino o, lo que es lo mismo, quiere reducirlo a grupos dispersos de siervos políticamente desarticulados, vagando como apátridas desarraigados en cuadrículas de terreno, bien vigilados. Para eso se da el lujo de destruir, por segunda vez, un país entero y cometer impunemente crímenes de guerra contra poblaciones civiles. Después de Líbano, seguirán Siria e Irán. Y después, fatalmente, se volverá el hechizo contra el hechicero y será el turno de tu Israel. Por ahora, tu país es el nuevo Estado paria, eximio en terrorismo de Estado, apoyado por un inmenso lobby comunicacional -que sofocantemente domina los diarios de mi país-, con la bendición de los neoconservadores de Washington y la vergonzosa pasividad de la Unión Europea. Sé que compartes mucho de lo que pienso y espero que comprendas que mi solidaridad para con tu lucha pasa por el boicot a tu país. No es una decisión fácil. Pero créeme que, al pisar la tierra de Israel, sentiría la sangre de los niños de Gaza y de Líbano (un tercio de las víctimas) embarrando mis pasos y embargándome la voz.

*Doctor en sociología del derecho por la Uni-versidad de Yale y profesor titular de la Universidad de Coimbra.

Traducción: Ruben Montedónico

 
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