Usted está aquí: domingo 6 de agosto de 2006 Opinión Belleza dominica

Angeles González Gamio

Belleza dominica

La segunda orden en llegar a la Nueva España, en 1526, fueron los dominicos; los franciscanos, que les habían precedido, les brindaron alojamiento, en tanto se les otorgaba un solar en dónde levantar su convento. Este les fue otorgado en la plaza que habría de ser bautizada como Santo Domingo, por el templo e instalaciones conventuales.

La primera construcción se realizó donde después habría de edificarse el Palacio de la Inquisición, ya que esa orden representó a esta funesta institución hasta que arribó, en 1571, el inquisidor Pedro Moya de Contreras. A un costado construyeron el convento y el templo, que habrían de ser reconstruidos en el siglo XVIII con gran lujo.

El convento, enorme, contaba con cuatro grandes patios, refectorio, sala capitular, biblioteca, enfermería con oratorio y botica; estaba decorado con magníficas obras de arte. Tras la exclaustración fue demolido y se le mutiló con una absurda calle, que como decía don Artemio del Valle Arizpe: "no va a ningún lado ni viene de ninguno". El templo se salvó y constituye una de las mejores muestras del barroco dieciochesco.

La fachada luce un gran relieve que muestra a Santo Domingo recibiendo las llaves, el báculo de San Pedro y el libro de la Epístola de San Pablo; otros relieves representan la Asunción de la Virgen y a Santo Domingo y San Francisco sosteniendo la iglesia de Letrán. La portada la enmarcan bellas columnas salomónicas.

El interior es de cruz latina con capillas, unas en estilo barroco y otras neoclásico. Seguramente, cuando se puso de moda este último estilo, a fines del siglo XVIII, decidieron remodelarlas y algo sucedió por lo que no se concluyó la sustitución, quedando esta extravagancia estilística, que también se advierte en los imponentes retablos laterales, que son de un lujoso barroco, refulgentes de oro, y el central, de Manuel Tolsá, en elegante estilo neoclásico, hace unos años restaurado soberbiamente por el padre Julián Pablo, al igual que el coro con su notable sillería labrada, el sagrario y la capilla del Santísimo, auténtica obra de arte, creación del padre Julián, de las que ya hemos hablado en crónicas anteriores.

Vamos a tener la oportunidad de admirar todas esas maravillas una vez más, ya que el próximo día 8 se festeja a Santo Domingo, por lo que hoy a las 12, el padre Julián Pablo, que es el prior, celebrará una misa especial para conmemorarlo, en la que se va a estrenar la Misa dominicana, excelente creación musical que realizó el joven compositor José Luis Guzmán especialmente para la ocasión.

También hay que aprovechar para admirar la capilla que custodia al Señor del Rebozo, bella talla española del siglo XVII, que tiene fama de ser muy milagrosa; por los favores recibidos se le lleva un rebozo, muchos de los cuales adornan la pequeña capilla. La imagen se veneraba en el convento de Santa Catalina de Siena, de monjas dominicas, que se encontraba en la cercana calle de Argentina; cuando se lo quitaron a las religiosas, fue remodelado para convertirlo en la Escuela de Jurisprudencia; el templo se salvó y ahora es una iglesia protestante.

Por cierto, ahí estuvo presa durante varios años la valerosa Josefa Ortiz de Domínguez, cuando se descubrió su participación en la conjura independentista. Seguramente ella participaría gustosa en la cofradía del Señor del Rebozo, que están proponiendo crear varias mujeres, tanto para venerar al milagroso cristo como para fomentar y cuidar el uso de la hermosa prenda, tan representativa de la mujer mexicana.

También vale la pena observar en la capilla contigua -la de la Divina Providencia- la pintura Santo Domingo como inquisidor, obra del notable artista virreinal Miguel Cabrera. Su colega Juan Correa, igualmente pintor de excepción, muestra su talento en la imagen de la guadalupana que preside la capilla de la Virgen de Guadalupe. Otra obra destacada es el Cristo de la Buena Muerte, escultura hecha de caña, técnica creada en nuestro país por manos indígenas.

Ya que estamos aquí, aprovechemos para caminar unos pasos por la calle Belisario Domínguez, al número 72, donde se encuentra la Hostería de Santo Domingo, que conserva algunos muros que pertenecieron al convento. Como estamos sin prisa podemos detenernos un buen rato en la botana, degustando las quesadillas de flor de calabaza, huitlacoche o queso, acompañando un reconfortante tequilita.

La enfrijolada, que aquí es una sopa sabrosísima, es un buen preámbulo para el plato fuerte, que puede ser el mole poblano, el pollo con nata o chile en nogada, que tienen todo el año. De postre no me pierdo el huevo real, esponjoso y humedito, que se deshace en la boca y trae evocaciones de la infancia en casa de los abuelos.

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