Usted está aquí: domingo 6 de agosto de 2006 Opinión Quinto Festival de Cine Alemán

Carlos Bonfil

Quinto Festival de Cine Alemán

Ampliar la imagen Fotograma de la cinta Hay que ser duro, la cual también se proyecta dentro del ciclo del festival alemán

La evidente escasez de propuestas fílmicas interesantes en la cartelera comercial, debida en parte al periodo vacacional, en parte también a la falta de interés de muchos distribuidores en un cine alternativo de recuperación azarosa, pone de relieve la inclusión en los circuitos culturales de pequeños festivales que ofrecen cintas de calidad que pudieran o no ser compradas para su exhibición comercial. Estas películas suelen exhibirse un solo día sin que el cinéfilo tenga, muchas veces, ocasión de volver a verlas.

En el caso de la muy exitosa cinta canadiense C.R.A.Z.Y., reseñada en este espacio, es muy probable su estreno próximo, aunque no sucede lo mismo con otras películas -préstamos de embajadas- que sólo transitan por algunos espacios culturales, y cuyo paso fugaz conviene señalar oportunamente.

El Festival de Cine Alemán es una buena oportunidad de tener acceso a la producción más reciente de una de las filmografías europeas más sorprendentes. El interés por este cine se incrementó luego del momento histórico de la reunificación, pues a las temáticas tradicionales se añadía una reflexión sobre el cambio social y cultural producido por la caída del muro de Berlín. Un éxito internacional, Adiós a Lenin, de Wolfgang Becker (2003), fue la manifestación más evidente de este cambio, pero no lo fue menos la exploración creciente de la realidad de refugiados y trabajadores inmigrantes (Contra la pared, de Fatih Akin, 2004), la cual transformaría paulatinamente el rostro de la Alemania reunificada, perfilándola como una nación multirracial, con contradicciones sociales más acentuadas, un recrudecimiento del racismo y un protagonismo mayor de la ultraderecha política.

La película que inaugura el festival, ¡Hay que ser duros! (Knallhart -literalmente, detonación, estallido violento), quinto trabajo del joven realizador Detlev Buck (Reclusos, 1996), refiere la ruda educación sentimental del adolescente Michael Polischka (David Kross) en un barrio berlinés, Neukolln, con fuerte presencia de inmigración turca. En un primer tiempo, Michael comparte con su madre el desamparo, al quedar ella privada del apoyo de un amante rico que los echa a ambos a la calle. Más adelante, el joven se enfrenta a la violencia del barrio popular, donde madre e hijo han podido asentarse. En la escuela es sometido a humillaciones periódicas por una pandilla de condiscípulos inmigrantes que actúan como mafiosos, cobrando cuotas de protección, explotando continuamente a estudiantes nuevos, preferentemente alemanes, todo en una impunidad absoluta que transforma el barrio en una versión germana del Bronx neoyorkino.

En una propuesta de entrada tan esquemática, con cierto grado de incorrección política (los villanos son los extranjeros; la población local, la comunidad víctima), el director logra una crónica emotiva y convincente de la relación de la madre insatisfecha, en renovación continua de su galería de amantes, y el hijo que pese a golpizas y desengaños de todo tipo mantiene su solidaridad filial y un alto grado de pureza moral.

Una pista sonora estupenda, que incluye ritmos latinos, contribuye a la atmósfera del barrio, visto siempre desde la perspectiva del adolescente, como en la cinta independiente estadunidense Pequeña Odessa (James Gray, 1994), con una reflexión moral como mayor sustento dramático. Un buen arranque del festival.

Varias de las cintas presentadas en el ciclo provienen de la selección local de la Berlinale de este año, y a algunas las precede buena aceptación de la crítica. En particular, dos títulos llaman la atención: El libre albedrío (Der freie wille), de Matthias Glasner, cinta muy polémica sobre violencia sexual, y La cacatúa roja (Der rote kakadu), de Domink Graf, retrato de una generación rebelde en la República Democrática Alemana, sometida al asedio de la policía secreta prosoviética y a los sacudimientos culturales de principios de los años 60. Otra crónica político-sentimental, Verano en Berlín (Sommer vorm Balkon), de Andreas Dresen, se sitúa en los años de la reunificación. Tres cintas más, La sonrisa del monstruo marino, Un día en Europa y el documental Niños perdidos, completan este ciclo que se exhibe, con alternancia de títulos y horarios, del 9 al 13 de agosto en la Cineteca Nacional y en dos salas de Cinemex.

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