Usted está aquí: viernes 11 de agosto de 2006 Opinión La guerra que no cesa

José Cueli

La guerra que no cesa

Parafraseando a Miguel Hernández, el gran poeta que tan magistralmente poetizó sobre los sufrimientos de la guerra, yo diría que nos encontramos ante una guerra espantosa que no cesa.

Ver volar misiles y estallar bombas se ha convertido en un espectáculo cotidiano en las pantallas televisivas. Ya se nos ha hecho costumbre y nos parece algo ajeno, por remoto. Resulta difícil que nos toque por dentro, porque, además de la lejanía, se nos presenta como una extraña mezcla de horror e irrealidad. Sin embargo, los rostros de los niños muertos nos calan y nos atraviesan el alma.

No puedo dejar de pensar en esos niños libaneses internados en un hospital, que se encontraban en tratamiento de diálisis. Pobres criaturas indefensas y sufrientes. Bien sabemos que antes de llegar a ese punto en el tratamiento de las insuficiencias renales hay todo un calvario previo. Y en ese proceso, el esfuerzo y el sufrimiento son una pesada y dolorosa carga, tanto para el paciente como para su familia, y también para el personal médico que los atiende.

Todo ese esfuerzo por salvar una vida humana se viene abajo cuando los bárbaros de la guerra impiden que lleguen insumos para poder continuar con los tratamientos dialíticos.

También sin justificación ni perdón posible, murió en prisión el poeta Miguel Hernández, nacido en Orihuela (Alicante) en 1910. Campesino que se dedicaba al pastoreo, logró, de manera autodidacta, una gran cultura y de su alma cultivada emergió una de las más bellas y conmovedoras poesías del siglo XX.

Miguel Hernández supo tempranamente del dolor y de la guerra y, finalmente, murió en una de las cárceles de la dictadura franquista. Uno más de los millones de seres que han muerto a causa de las guerras, de las crueles y absurdas guerras que no cesan.

La voz del poeta podría ser la voz de los miles de libaneses que injustamente padecen una guerra brutal, injusta y arbitraria. Mirar esos rostros de niños alcanzados por las bombas me hace evocar el bello y doliente poema El niño yuntero:

''Carne de yugo ha nacido/ más humillado que bello,/ con el cuello perseguido/ por el yugo para el cuello/ Nace como la herramienta,/ a los golpes destinado,/ de una tierra descontenta/ y un insatisfecho arado./ Empieza a vivir, y empieza/ a morir de punta a punta/ levantando la corteza/ de su madre con la yunta (...) lo veo arar los rastrojos/ y devorar un mendrugo,/ y declarar con los ojos/ que porque es carne de yugo (...) ¿Quién salvará a este chiquillo/ menor que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esa cadena?

El poema Recoged esta voz, representa el sentir de muchos que vemos con coraje e impotencia las atrocidades que se cometen en el Medio Oriente:

''Naciones de la tierra, patrias del mar, hermanos/ del mundo y de la nada:/ habitantes perdidos y lejanos,/ más que del corazón, de la mirada/. Aquí tengo una voz enardecida,/ aquí tengo una vida combatida y airada,/ aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida./ Abierto estoy, mirad, como una herida/ hundido estoy, mirad, estoy hundido/ en medio de mi pueblo y de sus males./ Herido voy, herido y mal herido,/ sangrando por trincheras y hospitales/ (...) Cantando me defiendo/ y defiendo mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen/ su herradura de pólvora y estruendo/ los bárbaros del crimen./ Esta es su obra, ésta:/ pasan, arrasan como torbellinos/ y son ante su cólera funesta/ armas los horizontes y muerte los caminos./ El llanto que por valles y balcones se vierte,/ en las piedras diluvia y en las piedras trabaja,/ y no hay espacio para tanta muerte,/ y no hay madera para tanta caja."

Tras palabras tan plenas y contundentes sólo resta decir:

¡Alto a la guerra! ¡Basta ya de violencia y muerte!

 
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