Usted está aquí: lunes 14 de agosto de 2006 Opinión Una perspectiva

León Bendesky

Una perspectiva

La invasión de Irak, la guerra en Líbano o las nuevas amenazas terroristas de hacer explotar aviones en vuelo son tan sólo algunos hechos, entre muchos otros más, que muestran la fragilidad de la situación mundial. Estos acontecimientos ocupan las primeras planas de diarios, revistas de análisis y los espacios principales de los noticiarios de las televisoras internacionales. Responden así, no únicamente a su real dimensión, sino al modo en que se plantea la visión predominante de lo que sucede en el planeta. Al mismo tiempo, sin embargo, se suceden acontecimientos graves, que, según los filtros que se aplican, no ameritan atención similar. Así, se hace una propuesta de lo que es importante, pero que en verdad no favorece la distensión.

Son pocos los discursos que contribuyen a ordenar los acontecimientos para siquiera intentar cómo comprenderlos; tarea ésta que parece esencial como parte del mecanismo de la inteligencia de la que estamos dotados los seres humanos. Prevalecen, en cambio, las posturas de tipo irreductible que encuentran siempre una explicación definitiva de lo que ocurre. El maniqueísmo vuelto moneda de cambio en el mercado de las posturas políticas, forma en que las ideas se convierten, precisamente, a la condición de mercancías.

No suele pensarse en estos asuntos a trasluz, lo que exige necesariamente de cierto esfuerzo intelectual y, por lo tanto, de responsabilidad; requiere del uso de ciertos matices en la argumentación, de admitir que el pensamiento no puede ser unívoco y que existen zonas grises de distinta intensidad. La facilidad del exabrupto, la conveniencia del desplante adquieren una rentabilidad de corto plazo que se asemeja demasiado a la especulación en el campo del dinero. Y como en este ámbito no se ejerce la misma rendición de cuentas que se pide para otros, pues todo acaba siendo válido en detrimento de lo que todos dicen avalar: la verdad.

Reconocer estas dificultades no significa avalar nada de lo que está ocurriendo (¿es necesario decirlo?), sino reconocer las dificultades que entrañan los asuntos humanos, la complejidad de las relaciones sociales y la ausencia de una verdad absoluta. De otro modo se adoptan posiciones parciales y la argumentación se confunde con el proselitismo.

La guerra en Líbano ha sido un entorno fértil para tomar posiciones en distintos frentes. Las sensibilidades se exacerban. Se puede llegar a extremos fáciles que en nada contribuyen a entender lo que pasa y, en cambio, se cae en la tentación panfletaria.

Hay casos de excepción. El filósofo francés André Glucksmann hace un intento que conviene resaltar ("El catecismo apocalíptico", El País, 12/8/ 06). Se cuestiona por qué algunos muertos musulmanes pesan más que otros sobre la opinión pública mundial: ¿es que son menos relevantes los muertos en Darfur o en Chechenia que en Cana? Si es así, entonces es el contexto específico el que asigna el peso a los muertos, lo que, pienso, constituiría una forma particular del humanismo.

Pero Glucksamann insiste de manera provocadora al señalar que el musulmán muerto por israelíes provoca más indignación universal, y pregunta si "¿hay que creer que Ahmadinejad dice en voz alta lo que la opinión pública mundial murmura para sí?", de tal suerte que, advierte, muchas conciencias occidentales ultrajadas por lo que ocurre en Líbano se indignan "al cuadrado si se sospecha que son antisemitas". No podemos ahora soslayar estos dilemas. Y Glucksmann propone que si los hechos en Líbano impactan mucho más que los hambrientos de Darfur y las ruinas de Chechenia es "porque llevan implícitos los subtítulos de una geopolítica surrealista". Esta se refiere al hecho de que aun en el extremo de la resolución del conflicto árabe-israelí, eso no modificaría la esencia de los sistemas políticos de los países musulmanes ni su actual vocación antioccidental.

Tal vez profundizar en esas cuestiones contribuya más a entender lo que ocurre y a fortalecer los movimientos opuestos a la guerra en los países que hoy la alientan tanto en Occidente como en Oriente. Esa postura no ha predominado en nuestro entorno, éste de un México que hoy se debate abiertamente por crear su propio campo democrático. En cambio parece que predominan las exclamaciones de origen biliar, muchas de ellas tramposas, por encima de las críticas que, por el otro, pueden con toda validez hacerse de la política y el militarismo israelíes y de las naciones musulmanas de Medio Oriente.

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