Usted está aquí: lunes 14 de agosto de 2006 Opinión Gracias por fumar

Carlos Bonfil

Gracias por fumar

Posiblemente usted conoce a alguien como Nick Naylor (Aaron Eckhart), encantadora personificación del cinismo satisfecho. En el debut cinematográfico de Jason Reitman, hijo del cineasta de origen checo, Ivan Reitman (Los cazafantasmas, Gemelos), Nick es portavoz de una asociación promotora del tabaquismo, la Academia de Estudios sobre el Tabaco, y entre sus funciones figura la de presentar en los medios o ante el Congreso los beneficios de una industria responsable de la mayor frecuencia de cáncer pulmonar en el mundo.

Su estrategia es clásica: repetir una mentira hasta el cansancio produce, a la postre, una verdad inatacable. De lado suyo tiene a los medios de comunicación, especialistas en la materia, y a los hombres políticos en colusión con los empresarios de las corporaciones tabacaleras.

En Gracias por fumar no importa reconocer, o dejar de reconocer, que el cigarro ocasiona muertes, sino demostrar que los consumidores, atentos a la publicidad y al poder de los medios, son perfectamente manipulables. Y aunque esta verdad forma parte del repertorio de los lugares comunes en la cultura de consumo, lo original en la propuesta de Reitman es haber elegido como portavoz de una causa indefendible a un personaje simpático e inmoral interesado únicamente en incrementar las ganancias de las compañías a las que sirve.

En una escena inicial, vemos a Nick Naylor en un panel televisivo. Entre los participantes figura un adolescente que vive con cáncer pulmonar ocasionado por el tabaco. Nick defiende la vida del joven, pues alega que las compañías que representa no desean en lo absoluto perder a un consumidor. El joven debe vivir para poder seguir fumando, y de ningún modo morir, pues esto último sólo beneficiaría a quienes combaten el tabaquismo y explotarían su muerte como un símbolo provechoso. Esta es la tónica del discurso de Nick Naylor a lo largo de toda la cinta, y su conclusión natural es el elogio de la responsabilidad individual sobre cualquier intento oficial por inhibir el consumo de cigarros.

Aunque Gracias por fumar (Thank you for smoking), cinta basada en una novela de Christopher Buckley, posee los elementos de una sátira mordaz, al director no parece interesarle aprovecharlos al máximo, y elige en cambio un tono de ironía civilizada, el mismo tal vez que caracteriza al lenguaje de Naylor, su protagonista.

Las reuniones periódicas de Nick con dos integrantes del llamado escuadrón de Mercaderes de la Muerte (una mujer que respalda el consumo del alcohol y un hombre que defiende la autodefensa armada del ciudadano), languidecen en un recuento rutinario del número de víctimas que cada mercader puede reclamar para su rubro, llevándose la palma por supuesto Naylor, defensor del tabaquismo.

Un antiguo modelo para la publicidad de Marlboro (Sam Elliot) padece cáncer terminal, pero acepta dinero de la industria del tabaco para acallar sus protestas.

Una vez más, el negociador, Mefistófeles atractivo, es Nick, quien de paso arregla con un ejecutivo hollywoodense (Rob Lowe) manejar en el cine representaciones positivas del cigarro: volver sensual su consumo, diluir al máximo la nocividad del producto. En el extremo opuesto, un político demócrata (estupendo William H. Macy) aboga por censurar las imágenes positivas del tabaco inclusive en las películas de los años 40, con una hilarante estrategia de censura.

El objetivo de Jason Reitman es mantener la sátira en los límites de un entretenimiento inofensivo. No hay denuncia abierta de la corrupción en los medios de comunicación, como en Mentiras que matan (Network, Sidney Lumet, 1976), o señalamientos mordaces a las multinacionales, como en los documentales y series de Michael Moore (Masacre en Columbine, The awful truth), o en La corporación, de Mark Achbar y Jennifer Abbott. Lo que con esto consigue Reitman es un público más amplio.

El actor Aaron Eckhart (En compañía de los hombres, Neil LaBute, 1997), tiene un desempeño notable como Nick Naylor, especialista en cabildeos y corruptelas, en estrategias de desinformación y en la defensa a ultranza del neoliberalismo. El engaño es mi negocio -podría exclamar-, sin dudar un instante de la eficacia actual de dicha empresa.

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