Usted está aquí: martes 15 de agosto de 2006 Opinión El control del deseo

Javier Flores

El control del deseo

La sexualidad nos define. Esto es cierto aun para quienes se escandalizan de sólo escuchar la palabra. Cuerpo, sexo, placer, el otro, imaginación, emociones, búsqueda, erotismo, amor. Agua, aire, tierra, fuego... deseo. Es lo que somos, lo demás es tan sólo hipocresía.

Este impulso vital, como se demostró entre los siglos XIX y XX, nos acompañan en todas las fases de nuestra existencia. Es nuestra vida. Pero hay una etapa particularmente asombrosa: la adolescencia. Desde el punto de vista biológico ocurren ahí cambios prodigiosos. El cuerpo se transforma al igual que el ser alado que emerge de la crisálida. Mas no sólo el cuerpo cambia, también la mirada. Aparece la búsqueda del otro, del placer, del amor y también la rebeldía.

Por eso el deseo ha sido siempre motivo constante de disputa, pues como se ha demostrado a lo largo de la historia, es posible sujetarlo, limitarlo. Así puede controlarse lo humano. Hace varios siglos, el autoerotismo adolescente conducía a la locura; las jóvenes que expresaban abiertamente su sexualidad, eran ninfómanas -entidad patológica ya desaparecida- o putas. Se convertían en seres llenos de vergüenza y de culpas que eran castigados, llenando las cárceles o los hospitales. Una de las mentes más brillantes del siglo XX, Michael Foucault, identificó algunos mecanismos de control de la sexualidad: la iglesia, la familia, la medicina, el sicoanálisis, la escuela, el Estado... El Poder (con mayúscula).

En México, mientras nos entretenemos con la lucha por la democracia el neoscurantismo pretende ganar terreno en el control de la sexualidad. La educación, como tantas veces ha ocurrido en la historia de nuestro país, es el escenario donde se presenta esta confrontación. Los libros de texto de ciencias para el primer año de secundaria, es decir, para quienes se inician en la adolescencia, pretende ser prohibido porque contiene un capítulo sobre educación sexual.

Aquí es necesario abrir un paréntesis. A diferencia de Foucault, quien analizó los mecanismos de control de la sexualidad en épocas pretéritas, la mayor parte de las instituciones que involucra en sus estudios han evolucionado. La familia, por ejemplo, ha tenido que encarar, aceptar y defender a sus hijos o hijas homosexuales (a veces también a los padres). Para la medicina resulta indispensable la educación sexual con el fin de evitar los embarazos no deseados de adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual, temas centrales de salud pública. No sé si el sicoanálisis ha hecho lo mismo, pero el Estado, por medio de la educación, también muestra un empeño en la clarificación de la información sexual hacia los jóvenes. La iglesia se va quedando sola.

No quiere decir esto que exista una renuncia del Poder al control de la sexualidad. Ni por asomo. Simplemente significa que se desplazan un poco los márgenes de ese control. Por ejemplo, se mantiene la asociación sexo-miedo, es decir, nunca se admite el sexo ligado al placer, sino que se explica siempre en función de la amenaza: traerá males tremendos, incluido el riesgo de adquirir enfermedades como sida, herpes o papiloma, al igual que en el pasado se habló de la sífilis o la gonorrea, es decir, se mantiene una campaña de miedo que permite, en el extremo (según ocurre en algunos países), justificar la abstinencia como política educativa y sanitaria hacia los jóvenes.

La Iglesia no evoluciona, ni quiere. La evolución no es un valor positivo para ella, por algo combate las teorías darwinianas. Sigue empeñada en el control total de la sexualidad. Es la principal promotora, junto con sus organizaciones satélites, de la prohibición de los libros de ciencias. Prefieren la ignorancia de los jóvenes respecto de su cuerpo, su función y potencialidades. Combaten la educación científica y la ciencia. Impulsan lo que no pueden lograr dentro de sus propias filas, donde la sexualidad patológica se desborda. Proponen una abstinencia en los jóvenes que ellos son incapaces de cumplir.

El capítulo sobre sexualidad en los libros de ciencias no es la gran cosa. Tiene un doble propósito: satisfacer a los detractores de la educación sexual e incorporar algunos elementos útiles para que los jóvenes conozcan su cuerpo y su sexualidad. En el primer caso: sexo con responsabilidad, pareja heterosexual como prototipo, abstinencia o el ritmo como métodos de planificación, el silencio ante el aborto o la píldora del día siguiente y el sexo-miedo ante las enfermedades de transmisión sexual. Pero sí incursionan de manera correcta en otros aspectos como el conocimiento del cuerpo y sus funciones, el autoerotismo, el concepto de género, el condón y otros métodos anticonceptivos. Avances limitados -todos dentro del marco del control-, pero intolerables para el neoscurantismo.

Todavía no se concreta la imposición de Felipe Calderón Hinojosa en la Presidencia de la República y ya se avanza en la prohibición de los libros de ciencias. Se trata de uno de los hechos más graves de los que pudieran ocurrir en medio de la crisis política que vive nuestro país. Requiere de la mayor atención de todos los mexicanos, independientemente de sus filias o fobias políticas. Lo que sucede alrededor de estos textos pretende ser un anticipo de lo que vendrá.

Hay que dejar a los jóvenes en paz. Es muy importante proveerlos del conocimiento amplio, sin ninguna restricción, sobre su sexualidad. Debe romperse el control para que expresen su deseo, sus potencialidades y su rebeldía. De este modo podrán eliminarse los pilares en los que se apoya el Poder. Sólo así será posible transformar al mundo.

 
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