Usted está aquí: miércoles 16 de agosto de 2006 Opinión Desterrar las pasiones de la codicia

Alejandro Nadal

Desterrar las pasiones de la codicia

Adam Smith era pesimista. El mundo debería ir por el camino natural de la prosperidad, pero la manipulación de las instituciones por la clase capitalista podría impedir que se siguiera el curso natural de la historia.

Es cierto, pensaba Smith, los capitalistas ponen en movimiento la mayor parte del trabajo productivo en una sociedad. Sin embargo, su análisis concluye que la acumulación de capital hace disminuir las ganancias. Según él, la tasa de ganancia "es naturalmente baja en los países ricos, y alta en las naciones pobres, elevándose a los niveles más altos en aquellos pueblos que caminan desbocados a la ruina".

Por eso el interés de la clase capitalista no se halla relacionado con el interés general de la sociedad: "los intereses de quienes trafican en el comercio o las manufacturas no sólo son diferentes, sino por completo opuestos al bien público", decía. Y es que la clase capitalista está interesada en mantener la tasa de ganancia por encima de su nivel "natural" aunque eso imponga un gravamen absurdo sobre el resto de la población.

Esta clase social, afirmaba, ejercita su inteligencia en identificar los intereses de sus negocios y por eso sorprende frecuentemente a las instituciones, torciendo su natural vocación y desviando sus beneficios para su disfrute egoísta. Por eso, concluyó, toda proposición de una ley nueva o de un reglamento que proceda de esa clase social "deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada". Esta preocupación es una obsesión en Smith: el control del Estado por la clase capitalista podría desviar el curso "natural" de la historia.

El análisis del fundador de la economía política fue profético. En México encontramos precisamente que la clase de las grandes empresas y grupos corporativos secuestró al Estado para extender sus privilegios. Impuso un modelo en el que los poderes del Estado constituyen una simple herramienta para mantener y extender sus ventajas de clase en detrimento de los intereses generales de la población. Poco importa que el ingreso familiar quede estancado durante una generación y la pobreza aumente. Es irrelevante que el bienestar se deteriore, y que la educación, la salud y las condiciones generales de vida se degraden. Lo que interesa es mantener, ya sea con la manipulación, ya sea por la corrupción, un nivel extraordinario de ganancias. Es válido desviar el papel del Estado de su función esencial como promotor de la prosperidad y crisol para mediar en los conflictos sociales, con tal de alcanzar el objetivo supremo de los dividendos extraordinarios.

Incluso el premio Nobel de Economía, Gary Becker, campeón neoliberal, ha denunciado que el mexicano es un capitalismo de compadrazgos, haciendo hincapié en el sector de telecomunicaciones. Ya podía haber mencionado los demás componentes del modelo neoliberal que tanto promueve y que en México han desempeñado un papel clave en el desvío de las funciones del Estado: los agentes de la esfera financiera y el sector bancario, las grandes corporaciones en el sector agroalimentario, las compañías dedicadas a invertir en infraestructura (para después beneficiarse del rescate carretero), y los dueños del monopolio televisivo. La manipulación de las instituciones públicas llevó a ganancias desorbitadas al tiempo que la mayoría de la población caminó "desbocada hacia la ruina".

La desnaturalización del Estado se acompañó del deterioro de la vida pública. Los poderes Ejecutivo y Judicial se vendieron al mejor postor. Hoy Felipe Calderón pretende su contancia de mayoría para seguir en lo mismo y Vicente Fox se apresta a reprimir con todo para allanarle el camino. El Congreso dejó de ser hace mucho tiempo el espacio para la mediación en conflictos sociales y se convirtió en templo de simulación. Los partidos políticos nunca llegaron a ser vehículos de democracia. Eso incluye al PRD, como demuestra su aval en la Cámara de Diputados a la ley Monsanto y Televisa.

Ahora López Obrador ha convocado a una convención nacional democrática con representantes de todos los pueblos del país para decidir el papel del movimiento de resistencia en la vida pública de México. Si el llamado es a la integración de un movimiento amplio para transformar el país, entonces será necesario sentar las bases para comenzar el proceso de tránsito hacia una organización política abierta y distinta de los partidos.

El camino largo de la transformación requiere una organización política que no existe en México. Hay que construirla. Ese es un trabajo de largo aliento y requiere inteligencia, disciplina y esfuerzo. Los plantones y manifestaciones no son una herramienta eficaz para lograr esa organización. Se trataría de construir una organización política de raíces profundas en la población, que no tiene por qué descansar en las organizaciones políticas del pasado (ciertamente no en el actual PRD). Es lo que permitiría alcanzar el ideario de la multitud inteligente, recuperar el Estado de democracia como espacio para reconocer la diversidad y desterrar las pasiones de la codicia. Sólo así se podrá pasar a la transformación, colocando los cimientos para una historia distinta de la pronosticada por Adam Smith.

 
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