Usted está aquí: viernes 18 de agosto de 2006 Cultura Intento redescubrir a un joven que me resulta ajeno, dice Grass

El Nobel alemán explica en entrevista cómo se resistía a escribir su autobiografía

Intento redescubrir a un joven que me resulta ajeno, dice Grass

No me presenté como voluntario a las Wafen-SS, aclara el autor de El tambor de hojalata

''Después de la guerra, con 17 años, mi conciencia estaba marcada por el cinismo''

DPA

Ampliar la imagen El escritor Günter Grass en Copenhague, Dinamarca, el pasado miércoles, durante la gira que realiza para promover su nuevo libro titulado Pelando la cebolla Foto: Ap

Mon, Dinamarca, 17 de agosto. Un premio Nobel pone las cartas sobre la mesa: en su autobiografía sobre sus años de juventud Beim Haeuten der Zwiebel (Pelando la cebolla), Günter Grass no sólo habla por primera vez de su pertenencia a las Waffen-SS hitlerianas cuando tenía 17 años. También narra su infancia en Gdansk (Danzig) y su ingenuidad -para él todavía hoy inaguantable- frente a la ideología nacionalsocialista.

A las crueles vivencias durante la guerra le siguió el hambre en el campo de prisioneros estadunidense en el que pasó casi un año. Allí se encontró con su amigo Joseph, quien quiere hacer carrera en la Iglesia católica e inclusive convertirse en Papa. Con él habla el escritor sobre el futuro.

Grass alude a sus sentimientos de pubertad, el primer amor, pero también sobre su evolución hasta convertirse en artista y escritor. En la biografía del Nobel alemán se reflejan, además, 20 años de historia contemporánea desde el comienzo de la guerra hasta la aparición de su éxito mundial El tambor de hojalata, en 1959.

Desconfianza en lo autobiográfico

En una entrevista con la agencia Dpa en su casa de vacaciones en la isla danesa de Mon, el Premio Nobel de Literatura Günter Grass habló sobre su libro y sus dificultades internas para procesar sus vivencias de juventud durante el nazismo.

-¿Por qué ha tardado tanto tiempo en procesar su juventud en un libro de memorias?

-Me he resistido durante mucho tiempo a escribir autobiográficamente, por un lado porque para mí había cosas más urgentes y, por otro, porque desconfiaba y desconfío todavía de la escritura autobiográfica. Sólo me cabe esperar que esta desconfianza se perciba en mi libro.

-¿Es una autobiografía común y corriente?

-No es una autobiografía en el sentido de que las circunstancias aparezcan ordenadas con base en los hechos y las fechas en función de éstas. Es el intento de redescubrir a un joven que me resulta ajeno y preguntarle cómo se ha comportado en determinadas situaciones.

''¿Por qué, pese a que por naturaleza es testarudo y curioso, no se decidió por ejemplo, cuando era un escolar, a hacer preguntas relativas al régimen nacionalsocialista y los crímenes que se ocultaban detrás, ocultos para mí?

''El libro comienza el primero de septiembre de 1939. Tengo unos 12 años, la guerra se inicia y mi tío, que se encontraba entre los defensores de los Correos Polacos en Danzig, es fusilado en cumplimiento de la ley marcial. Nosotros habíamos jugado con los hijos de este hombre, el primo favorito de mi madre. De repente ya no estaba. La familia no vino nunca más y yo no hice ninguna pregunta.''

-Usted tampoco preguntó cuando su profesor desapareció, un sacerdote que puso en duda la ''victoria final". Mucho tiempo después de la guerra usted se encuentra de nuevo con él y él le imparte casi el ego te absolvo. ¿Tiene su libro, en sentido figurado, esta función de una absolución de eventuales pecados?

-No, no es algo así. Sería demasiado cómodo. Si hago un balance, he tenido la suerte de no estar implicado en ningún crimen. Es algo que no me tocó. Pero por otro lado debo decir que no podría responder por mí mismo si hubiera nacido dos o tres años antes.

Tiempo intenso y poco claro

-En días recientes ha habido titulares y fuertes controversias porque usted hasta ahora no había hecho pública su pertenencia a las Waffen-SS. ¿Por qué tan tarde?

-Si miro hacia atrás, siempre lo he contemplado como una mancha que me oprime y sobre lo que no podría hablar. Eso tenía que escribirlo. Y esto no es ni una disculpa ni una explicación, pero no me presenté voluntariamente a las Waffen-SS.

''Me presenté voluntario con 15 años a las unidades de submarinos o como alternativa a los tanques, lo que era igualmente una locura.''

-¿Qué sintió cuando fue llamado a filas por las Waffen-SS?

-Para mí constituyó posteriormente un shock. Cuando era joven, las Waffen-SS eran para mí una unidad de elite. En mi estrechez de miras de aquel entonces se diferenciaban de la Wehrmacht en que la nobleza no tenía la palabra.

''Eran unidades desplegadas en lugares difíciles y que registraban las mayores pérdidas. Y las Waffen-SS tenían -también desde mi punto de vista de aquel entonces- un corte europeo: había compañías de la Waffen-SS con suecos, daneses, flamencos, valones.''

-Después de un agitado periodo de adiestramiento en un campamento en la selva de la actual República Checa, usted realizó su juramento a finales de febrero de 1945. ¿Qué pasó después?

-Fue un tiempo muy intenso y poco claro. Primero estuve en una compañía de marcha y después no paré de ir de una unidad a otra. La división Frundsberg, a la que estaba asignado, nunca la llegué a ver. Una y otra vez se fusionaban de nuevo unidades que habían sido divididas en combate pocos días después de iniciar su misión.

''En las pocas semanas que pasé como soldado formé parte en dos ocasiones de unidades de reconocimiento. Mi existencia estuvo dominada por el temor constante a que la gendarmería de campo alemana me atrapara sin una orden de marcha válida, lo que equivaldría a una sentencia de muerte.

''Los primeros muertos que vi no eran rusos sino alemanes, entre ellos muchos de mi edad. Cuando se atravesaba un pueblo en retirada -siempre era retirada- de los tilos o los castaños colgaban hombres con carteles en el pecho en los que ponían 'cobarde' o 'traidor a la patria', entre ellos también ancianos, oficiales a los que les habían arrancado los galones, y también jóvenes de mi edad.''

Vivo por casualidad

-Usted escapó varias veces de la muerte. ¿Se sintió por ello obligado a escribir el libro en recuerdo a las víctimas?

-Al respecto tengo dos pensamientos. Uno es que desde entonces vivo por casualidad. Sólo recuerdo los terribles impactos de un ''órgano de Stalin" una parcela de bosque fue reducida a cenizas. Muchos de mi edad, camaradas con los que acababa de hablar, tres o cuatro minutos después ya no existían. Desde entonces yo existo por casualidad.

''Otro pensamiento es que yo no hubiera sobrevivido sin aquel cabo primero que me ayudó casi paternalmente, un ejemplo de aquel tipo maravilloso de cabo alemán que durante los años de guerra comprendió que no debía ser suboficial. Esa era su ambición. Conocía muchos trucos y siempre sabía lo que había que hacer. Después de la guerra, con 17 años, mi conciencia estaba marcada por el cinismo. Los adultos que me querían dar indicaciones no valían nada para mí, sólo aquellos del tipo sargento. Esa era la única autoridad que reconocía todavía.''

-¿Contempla usted su libro también como una obra contra la guerra?

-Es evidente. Con el libro me dirijo también a mis hijos y nietos, que han tenido y tienen la suerte de crecer por lo menos aquí, en Alemania, apartados de la guerra. A mi edad tengo una creciente necesidad de transmitirles algo, de contarles algo que no conocen en esa forma, pero deberían conocer.

-Usted aborda el tema de la sexualidad de manera muy abierta y sin reparos. Escribe sobre la masturbación de igual manera que sobre su primera experiencia con una mujer. ¿Con qué motivo?

-Podría interesar especialmente a la gente joven que descubre su sexualidad. En mi caso, debido a la guerra, a partir de los 15 años sólo viví con hombres en cuarteles.

-Y usted describe que tendría que haberse hecho homosexual.

-Sí, uno tendría que haberse hecho homosexual: la primera vez que tuve contacto con una chica fue a los 19 años. Y ella fue la que tomó las riendas sobre el montón de heno. Eso lo describí en detalle como mi primer amor carnal, porque se quedó en mi recuerdo. Algo así marca.

-En el libro usted habla ampliamente de su ''amigo Joseph". Con la mano en el corazón, ¿era de verdad Joseph Ratzinger, el hoy papa Benedicto XVI, el que usted se encontró en el campo de prisioneros?

-Sólo es una suposición. Ese pensamiento no me vino hasta que no me puse a escribir. Lo cierto es que en Bad Aibling, ese campo masivo con unos 100 mil prisioneros de guerra a cielo abierto, pasé mucho tiempo en un agujero en la tierra con un chico de mi edad. Los dos teníamos 17 años. El era de procedencia bávara, era intensamente católico, hasta el fanatismo, y era capaz de meter en la conversación citas en latín. Teníamos mucho tiempo y hambre. En el mercado negro, a cambio de insignias, conseguí una bolsa de dados y masticábamos grano. Con el bote, lanzábamos los dados por nuestro futuro. El quería subir en la jerarquía eclesiástica y yo quería ser artista y famoso.

Un alemán convertido en Papa

-¿Cómo funcionaba lo de los dados? ¿El que lanzaba el número más alto podría formular un deseo?

-Sí. Inclusive nos peleamos acerca de si yo también podía ser Papa. En la historia hay suficientes papas que no creían en Dios, argumentaba yo. Y mientras escribo el manuscrito de mi libro de memorias, un alemán se convierte en Papa. Y entonces leo -sabía quién era el cardenal Ratzinger, su postura conservadora, su actuación silenciosa, perseverante desde un segundo plano- que estuvo en Bad Aibling. Este Joseph me resultaba familiar, también su forma de ser, lo tímido, perseverante, silencioso en él. Sólo puedo suponer que era él.

-Usted vivió un tiempo en un hogar de Cáritas. ¿Allí le ofrecieron ser monje y tener un propio taller de artistas en el convento?

-Sí, un monje franciscano me quería. No puedo afirmar que haya intentado en serio convertirme, pero le gustaba hablar conmigo, como a mí me agradaba platicar con mi amigo Joseph.

''Y cuando me admitieron en la Academia de las Artes de Düsseldorf, me hizo pensar de manera casi paternal que estábamos en tiempos sociales difíciles, que se acababa de morir el hermano Lukas y el taller estaba vacío.

''De esto me acordé de nuevo al escribir. Para mí nunca fue una tentación seria, pero me pareció atrayente plasmar en dos o tres páginas lo que hubiera sido de mí.''

-Su libro es mucho más que una autobiografía literaria de años jóvenes. ¿Qué le espera al lector?

-A lo largo de las décadas he aprendido que los libros, cuando abandonan al escritor, primero expropian al escritor. Se independizan, cambian de propietario. Cada lector se apropia del libro y lo lee a su manera.

''En lecturas públicas me doy cuenta de que hay tres generaciones en la sala. Así, esta vez esperaría que gente de mi generación, de la generación media y también de la de mis hijos y nietos tengan su propia vivencia lectora de Pelando la cebolla.

''Los nietos tomarán contacto con algo que ha dejado sin voz a la generación de los abuelos y les ha llevado a guardarse para sí mismos algunas cosas y no pronunciarlas hasta ahora.''

 
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