Usted está aquí: viernes 18 de agosto de 2006 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

La democracia según quién

Botón de muestra del autoritarismo de arriba

Aquí, obediencia ciega y silencio cómplice

Carlos tiene 42 años "cumplidos". Hasta hace unos días se consideraba un empresario exitoso y con una carrera en ascenso. Hoy parece haber perdido todo, está abatido, no pudo llegar a tiempo para concretar el negocio del que dependía toda su fortuna y de la fuente de empleo de cerca de un centenar de trabajadores.

Cuenta su historia con ese dejo de frustración a la que somete la impotencia, y maldice una y otra vez a la autoridad por permitir que por otros intereses, diferentes "a los del país", se le haya ido de las manos el gran éxito.

"¿Qué tengo yo que ver con esto? ¿Qué carajos me importan los asuntos de esta gente a la que yo ni entiendo? ¿Por qué tienen que tomar este tipo de medidas que afectan a tanta y tanta gente? ¿Qué no ven cómo han perjudicado al turismo, no ven cómo destruyen los negocios, el miedo en el que nos hacen vivir?, pregunta.

Luego platica que la primera hora de espera la sorteó leyendo un periódico, echando un ojo por aquí y por allá. El tiempo se fue rápido. Total, desde hacía un par de días se había hecho a la idea de que la espera sería larga y estaba, según cuenta, preparado.

Es más, había planificado su tiempo. Para la segunda hora ya tenía listo el aparato con el que escucharía su música preferida. Compró una cajita de chicles y pasó lista, sin prisa, a las frases con las que tendría que impactar a los inversionistas que darían el apoyo a su negocio.

Todo estaba listo, había un avance de 90 por ciento, comenta, era cosa de llegar, y llegar puntuales. "En este tipo de negocios la impuntualidad es sinónimo de poca seriedad, y ese solo factor deshace un trato. Y eso me pasó, para ellos ya no soy confiable, el negocio se acabó".

Claro que quienes lo escuchaban lo acusaron de hacer una tormenta en un vaso de agua. Total, ¿quién no sabía de la imposibilidad de transitar libremente? Eso, le dijeron, tendrá que poner indulgencias al retraso, pero dijo que no, que no había peros.

Luego prosiguió su relato: En la tercera hora, por fin se hallaba en la fila que lo pondría lejos de ese lugar infernal, que pese a todos sus preparativos lo había casi enloquecido, es más, hubo un momento en que hasta extrañó la sensación relajante de fumar un cigarro, el cual abandonó hacía un par de años, porque a sus socios no les gustaba.

Para esas horas ya había mentado madres, en silencio, desde luego, para evitar que lo agredieran, y se hallaba profundamente decepcionado de las autoridades que no entendían más que los mandatos autoritarios e ignoraban a la gente.

La fila estaba casi del mismo tamaño al pasar la tercera hora. Algo había sucedido, apenas avanzaba un paso y tenía que frenar por minutos y minutos. Como él todos los de la fila estaban enfurecidos, cansados, exasperados.

El reloj ya anunciaba que llegaría retrasado, pero unos muy pocos minutos, pensó, tal vez le serían perdonados. Pero cuando finalmente logró salvar el bloqueo sabía que el negocio "se había ido a la mierda".

Carlos había perdido la esperanza y decidió regresar. Llevaba casi una hora de retraso y en el camino aún tardaría más tiempo, así que dio media vuelta y buscó un café para hacer llegar a los inversionistas, por Internet, alguna explicación a esta situación excepcional que frustró sus proyectos.

Carlos salió del aeropuerto de la ciudad de México sin palabras, sin protestas. Como él muchos mexicanos, muchos turistas, muchos estudiantes perdieron horas y horas dentro de la terminal aérea, sin poder partir porque el gobierno de George W. Bush decidió endurecer las medidas de seguridad en contra de los viajantes.

A eso las cámaras de comercio no protestan, las de turismo menos, la administración de Fox obedece ciegamente los mandatos del gobierno de Bush, supuestamente atemorizado porque los ingleses supieron que habría otro atentado. ¡Vaya democracia!

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