Usted está aquí: sábado 19 de agosto de 2006 Editorial Confesión en La Habana

Editorial

Confesión en La Habana

Andrés Manuel López Obrador tuvo razón. La denuncia que hizo al inicio de marzo de 2004 en el sentido de que era víctima de un complot no fue ni una fantasía paranoica ni un recurso para evitar el escrutinio público sobre su administración. La maquinación de Estado para impedir que llegara a la Presidencia de la República resultó cierta. Carlos Ahumada, piedra angular de la intriga palaciega, lo confesó en La Habana, Cuba, de acuerdo con el video dado a conocer ayer por la periodista Carmen Aristegui.

Nadie puede tomarse a broma las revelaciones del empresario constructor. Ellas son parte sustancial del hilo conductor que enhebra tres episodios de enorme relevancia en la vida política nacional reciente: la divulgación de imágenes grabadas de funcionarios y antiguos colaboradores del Gobierno del Distrito Federal (GDF) apostando en Las Vegas o recibiendo dinero de Carlos Ahumada; el intento de desafuero e inhabilitación política de López Obrador, y la realización de unas elecciones de Estado manchadas por la sospecha fundada de fraude.

Estos tres hechos han dividido y polarizado al país, crispado a la sociedad y puesto a la nación entera al borde del abismo. Estos tres acontecimientos muestran el uso faccioso de los recursos del Estado para impedir la llegada a la Presidencia de la República de un candidato enfrentado con Los Pinos y con los núcleos más atrasados del poder empresarial.

La confesión de Carlos Ahumada en La Habana evidencia una trama sediciosa en la que participaron, al menos, el entonces secretario de Gobernación Santiago Creel, el antiguo procurador general de la República Rafael Macedo de la Concha, el senador Diego Fernández de Cevallos y el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. No hace falta mucha perspicacia para ver la mano de Los Pinos detrás del complot.

Con tanta rapidez como ligereza Santiago Creel se deslindó de los señalamientos de Ahumada. Por lo visto, la mala memoria parece ser una cualidad tan extendida entre la clase política mexicana como el negar la responsabilidad de los actos. Las declaraciones del próximo jefe de la bancada panista en la Cámara de Senadores recuerdan la maniobra del tristemente célebre góber precioso para tratar de negar su conversación ­documentada en una grabación telefónica­ con el presunto pederasta Kamel Nacif. "Es mi voz pero no soy yo", dijo a la televisión el mandatario poblano. Malo, si como afirma el constructor, el entonces responsable de la política interior del país participó en el complot; peor, si a pesar de tener los servicios de inteligencia a su disposición, ignoró lo que sucedió en uno de los episodios más escandalosos de la coyuntura política nacional.

El testimonio divulgado ayer es tan sólo una pequeña parte de las 40 horas de grabación con Carlos Ahumada que están en posesión de los cubanos. ¿Se difundirán más adelante nuevas revelaciones? El video (disponible en la página web de La Jornada) muestra al empresario sonriente y comunicativo. Pero plantea interrogantes que no han sido esclarecidas, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde su captura y deportación: ¿por qué el empresario huyó a la isla?, ¿quién lo protegió en su escapatoria?

Las confesiones de La Habana refuerzan la incertidumbre sobre la falta de transparencia, equidad y certeza de los comicios del 2 de julio. Carlos Ahumada explícitamente reconoce que la intención de sus patrocinadores gubernamentales fue la de golpear las aspiraciones presidenciales de López Obrador. Si fueron capaces de llegar a estos extremos, ¿qué no habrán hecho para conservar el poder? Si hasta hoy había enormes dudas sobre los resultados electorales, estas se hacen aún mayores con las revelaciones del empresario de origen argentino. El resultado inmediato del conocimiento público de estas confidencias es el de aumentar el encono social existente. Por ello, hoy, más que nunca, se hace indispensable contar voto por voto.

Pero más allá del destino final de estas revelaciones, han tenido como consecuencia inmediata la de reafirmar una tragedia nacional: la de la podredumbre y descomposición de la mayoría de nuestra clase política, la del uso inescrupuloso de las instituciones de gobierno e impartición de justicia.

 
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