Usted está aquí: domingo 20 de agosto de 2006 Opinión Decimocuarto aniversario

Angeles González Gamio

Decimocuarto aniversario

Es increíble que el museo José Luis Cuevas cumple ya 14 años de vida. Cuando el artista comenzó a buscar un lugar para instalarlo, se le propusieron varios inmuebles en distintas partes de la ciudad, pero él tenía el anhelo de que fuese en el Centro Histórico, sitio donde vivió su infancia, en la parte alta de la fábrica de lápices El Aguila, propiedad de su abuelo, situada junto a la calle de Cuauhtemotzin, en ese entonces muy favorecida por las prostitutas que deambulaban en la zona.

Ambos hechos fueron determinantes en su vocación de dibujante, pintor y escultor. Su pasatiempo favorito desde que tenía dos años de edad, era utilizar los distintos lápices que lo rodeaban, para dibujar incansablemente en cuanto papel encontraba.

La visión de las mujeres que paseaban por la famosa calle en busca de clientes, y la de los teporochos, que nunca faltaban, despertaron su fértil imaginación y lo inspiraron para crear ese estilo tan propio que le ha dado un lugar preponderante en el mundo del arte. Todo ello lo llevó a elegir el claustro del antiguo convento de Santa Inés, soberbia construcción del siglo XVIII, convertida en bodegas de pedacería de trapo, invadido el patio de edificaciones viles, y en el espacio que quedaba, se estacionaban vehículos.

En ese estado ruinoso se encontraba, cuando el gobierno de la ciudad lo adquirió para restaurarlo y dedicarlo al museo que se crearía con la donación de José Luis Cuevas, de su colección de arte contemporáneo latinoamericano, de grabados de Picasso y su propia obra, que incluyó la escultura monumental bautizada como La Giganta.

Con grandes esfuerzos se logró concluir la restauración y se ha conseguido mantenerlo vivo, y ahora que llega a su decimocuarto aniversario, deslumbrante de limpio y bien pintadito, para festejarlo organiza una exposición retrospectiva del artista, que se inicia con un dibujo a color que realizó a los 10 años de edad, y continúa con 40 obras hechas a lo largo de medio siglo, en técnicas como lápiz grafito, tinta, acuarela y pastel, además de varias esculturas.

Esta muestra tiene la particularidad de que incluye obras de su esposa, Beatriz del Carmen Bazán, también pintora, a quien conoció a los dos años de haber enviudado de Berta Riestra y con quien ha vivido un renacimiento tanto personal como artístico. El amor lo ha regresado al color, que en muchas pinturas es obra de la dulce y linda Carmen, a la que dedica cada uno de los cuadros. Uno de los espacios seductores del museo ha sido desde hace años la Sala Erótica, a la que ahora se añade una nueva sala con cuadros de gran formato y algunas pequeñas esculturas, en que los personajes son José Luis y Beatriz del Carmen.

La visita vale la pena, aunque la llegada es un poco azarosa por la invasión de los vendedores ambulantes, pero en domingo suele ser mucho más fácil, ya que además de apreciar la exposición se va a solazar con la belleza del edificio, con su amplio patio, a través de cuyo gran domo transparente se puede admirar la cúpula del templo adjunto con sus cenefas de azulejos originales del siglo XVIII, los restos de pinturas al fresco del viejo convento, que adornan la majestuosa escalera, y en el centro la monumental escultura de La Giganta.

Ya que está por aquí, camine unas cuadras para echarle un vistazo a la plaza de Loreto, una de las más hermosas de América, aunque ahora sea albergue de inofensivos teporochos. De esta maravilla haremos una crónica especial, ya que la rodean un par de templos magníficos, casonas del siglo XVIII y una fuente de excepción, cada uno de ellos con su historia.

Como debe estar un poco hambriento, enfílese por la calle de Mixcalco hasta el número 15, donde se encuentra la panadería Huasteca, con "pan exclusivo" de esa región hidalguense, de donde vino hace 44 años su dueño, don Antonio Mayol Martínez, quien a sus 85 años continúa tras la caja, mientras su hijo Agustín prepara el pan con las recetas de la abuela, en los hornos que se encuentran ahí mismo. Los oriundos de la región van a reconocer estos panes: rosita blanca, mestiza, beso, cartera (con queso y mantequilla), royal, pastel (empanada de queso cotija), chirimoya, granada, volcán, elote, huesito, guarache con piloncillo, perroles, que son unas ricas galletas de maíz, y muchos más que le harán agua la boca.

Tienen la particularidad muchos de ellos, de combinar lo dulce y lo salado, otros con un sutil y exquisito sabor a mantequilla, y los de queso, diferentes a cualquier otro. Al estar el rumbo sitiado por vendedores ambulantes, están abriendo los domingos, para que su numerosa clientela, que viene de toda la ciudad, pueda llegar sin problemas ese día que se despejan las calles.

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