Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de agosto de 2006 Num: 599


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Octavio Paz y los cuarenta años de Poesía en movimiento
EVODIO ESCALANTE
Salvador Elizondo, el sueño de la escritura
JAVIER PERUCHO
A las dos en punto de la tarde
JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ
Rulfo y Elizondo en el centro mexicano de escritores
ROBERTO GARCÍA BONILLA
Farabéufica en tres amputaciones
RODRIGO FERNÁNDEZ DE GORTARI
Salvador Elizondo y Miscast
JUAN JOSÉ GURROLA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES


Directorio
Núm. anteriores
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Diálogo con Elizondo

Roberto García Bonilla

Rulfo y Elizondo en el centro
mexicano de escritores

Hacia los veintitrés 23 años de edad, Salvador Elizondo (1928-2006) escribió "Sila", un cuento que se publicó unos diez años más tarde en la Revista de la Universidad de México; el texto evidenciaba la enorme influencia que le produjo el primer contacto con la obra de Rulfo: su colección de cuentos contenidos en El Llano en llamas.* "Fui tal vez el primero –anotó el autor de Farebeuf dos décadas después– en convertir los motivos característicos, los estilemas de Rulfo en lugares comunes banales. Si no pude bucear, decanté, para mí, los rasgos que de inmediato me dieron la imagen de un escritor mexicano digno de ser imitado, también, de inmediato [...] Juan Rulfo fue el primer escritor mexicano moderno que ha podido introducir dentro del curso de la narración los más amplios silencios significativos y ha conseguido con ello ese equilibrio entre lo que expresa y lo que calla que es una de las más grandes virtudes del arte."

Salvador Elizondo –igual que Rulfo– fue becario del Centro Méxicano de Escritores durante dos periodos (1963-1964 y 1966-1967); más tarde ambos se volvieron a encontrar en el Centro –que desapareció el año pasado ante el silencio casi total de la comunidad de escritores– ya como asesores (1968-1983). De la convivencia de esos años, de sus lecturas compartidas, habla Elizondo en esta entrevista, inédita, realizada en 1999 y que ahora se reproduce, ya sin preguntas, en un monólogo templado por el ritmo de la mesura.


Foto: Rogelio Cuellar/
archivo La Jornada

Yo conocí a Juan Rulfo en 1954, cuando acababa de publicarse El Llano en llamas. Yo tenía algo que ver con el cine en esa época y fui con un amigo mío al Café de París, para entrevistarnos con Rulfo y ver si nos daba su autorización para llevar al cine uno de sus cuentos. A partir de ahí nos hicimos amigos, pero no nos veíamos con mucha frecuencia. Hasta 1968, cuando entré a trabajar al Centro Mexicano de Escritores, comenzamos a vernos cada semana porque él y yo éramos asesores de los becarios.

Durante las sesiones, los jóvenes escritores leían sus trabajos y cada uno de los asesores les hacíamos comentarios. Rulfo no se detenía mucho en la teoría literaria; él iba al grano, a decir como estaba escrito el texto. Era muy crítico y tenía, como todos, algunas preferencias por cierto tipo de literatura. La "literatura de la onda" no era de su agrado. Hablaba mucho sobre la construcción del texto en general, los caracteres psicológicos de los personajes. A veces se le notaba desalentado, fastidiado, como si no quisiera estar ahí. Yo creo que estaba en el Centro Mexicano de Escritores por tener algo que hacer, porque realmente no hacía nada.

Al final de las sesiones, él y yo íbamos a mi casa, cerca del Parque México, y ahí nos quedábamos platicando hasta muy tarde. Casi siempre hablábamos de libros. Él tenía preferencia por ciertos autores y sobre todo por la novela; ya no recuerdo quiénes eran porque desde 1976, cuando yo me cambié de casa, nuestro trato fue muy espaciado. Por lo general nuestras conversaciones no tenían un tema recurrente, hablábamos de todo. Rulfo trabajaba en el Instituto Nacional Indigenista (ini), pero yo ahí nunca lo traté. Él leía mucho sobre los indios, y tenía un conocimiento muy amplio sobre ellos.

Podría decirse que mi relación con Rulfo era formal. Teníamos cercanía en la medida en que nos veíamos y platicábamos muy a gusto juntos. A veces le daba yo una copa y se ponía muy hablantín. Era muy obsesivo en ciertas cuestiones, por ejemplo, en los medicamentos que tomaba. Le gustaba mucho hablar de eso. De música hablábamos muy poco, porque a pesar de que tenía muchos discos (lo cual no quiere decir que fuera melómano), la música no era su fuerte. No era un hombre que irradiara musicalidad, desde luego, o gusto por la música, le gustaba mucho pero no se desbordaba en ello. No sé bien qué era lo que escuchaba porque yo no fui nunca a su casa, él sí iba a la mía.

La relación de Rulfo con otros escritores era cordial, aunque naturalmente se le rechazaba en el plano literario y eso él ya lo entendía. Las cosas van cambiando, y la concepción urbana de la literatura que atraía a una buena parte de los escritores, a Rulfo no lo tocaba. No conozco otros textos de Rulfo a parte de sus dos libros, así que no puedo saber si es verdad que en "La Cordillera" él intentaba hacer algo urbano.

Rulfo era introvertido. Eso aparece claramente en sus libros. Estaba metido en sí mismo. Era muy tímido también. Yo tenía una amiga que me pidió que se lo presentara porque lo admiraba mucho, y un día arreglé que fuéramos a comer los tres a un restaurante. Rulfo iba con uno de sus hijos, y durante la comida no dijo una sola palabra, nada, no dijo nada. Eso para mí es un dato muy específico de la dificultad que para él representaba tratar con gente nueva, que no conocía. Se engentaba muy rápido.

En mi caso, Rulfo influyó en mi trabajo literario porque yo al principio me dedicaba a pintar. Cuando leí El Llano en llamas, comencé a pensar que tal vez yo podría ser escritor. Yo era muy joven entonces, tenía veintidós años, y todo en los cuentos de Rulfo me impresionó, eran magníficos. Claro que yo ya tenía acercamientos literarios, como lector, porque mi familia nunca fue ajena a los libros; tengo parientes escritores. Al principio yo tomé el estilo y los temas de Rulfo porque en ese momento era lo que me interesaba. Poco a poco fui haciendo a un lado esas primeras influencias que uno tiene siempre.

En el orden personal, no creo que Rulfo fuera una figura muy atractiva. Era un hombre seco que nunca hablaba intimidades, era difícil. No creo que le importara obtener un lugar en el medio cultural. Pese a que tenía muchos amigos escritores, no creo tampoco que se relacionara con ellos teniendo el afán de asumir una posición de regidor en la literatura nacional; además él ya no escribía, se pasó muchos años sin hacerlo. Tal vez escribía cosas fragmentadas, sin proyecto, algunos guiones para cine.

No sé por qué Rulfo dejó de escribir. Yo creo que entre otras cosas, ya no escribió porque había agotado lo que tenía que decir. Muchos escritores se sobreviven, se rebasan escribiendo o se repiten. De alguna manera se llega a los límites en que uno puede escribir libremente. Juan Rulfo tenía el compromiso oficial de ser indigenista, porque trabajaba en el ini, pero no creo que haya sido indigenista de corazón, por pasión. Creo, por otro lado, que dejó de escribir simplemente porque ya era suficiente con sus dos libros, y posiblemente él mismo se dio cuenta de que no podía sobrepasar su obra.

En mi opinión, los cuentos son muy superiores a Pedro Páramo. Para mí, la novela es ambiciosa, muy rara. No creo tampoco que sea muy original, porque yo conozco otras obras literarias basadas en el mismo principio, como la novela de Edgar Lee Masters (Antología de Spoon River), que es un libro escrito a principios de siglo (1915): una novela en verso en la que los muertos van narrando sus historias. La leí después de Pedro Páramo y lo comenté con Rulfo. Él sí conocía esta obra. William Faulkner es otro de los escritores muy relacionados con Rulfo. Yo creo que a ambos escritores los había leído antes de escribir la novela. No me atrevería a decir que Pedro Páramo está sobrevalorada, simplemente conozco otras instancias de ese mismo estilo narrativo. No puedo hacer precisiones muy exactas porque yo leí los cuentos y la novela en los años cincuenta. Hace ya muchos años.

Para mí, Rulfo ha sido valorado de manera justa, aunque esto también es parcial porque hay tantos libros sobre Rulfo, tantos artículos y se ha hablado mucho de él, siempre, a pesar de que ya no escribía nada. Yo creo que esto se debe a que sus dos libros son muy buenos, ambos marcan un hito en la historia de la literatura mexicana. Hay más libros sobre Rulfo que libros escritos por él.

Yo no me atrevería a hacer juicios de valor con respecto a su obra, porque a veces leo cosas que me entusiasman y al paso del tiempo no las miro ya con la misma emoción. No creo que El Llano en llamas haya sido superado por algún otro libro; por lo que toca a la novela, sólo puedo decir que escribir una es muy difícil, y muy pocos lo han conseguido aquí, en México. Se ha hablado de una cierta influencia de Rulfo en Carlos Fuentes. Yo no encuentro una relación directa entre sus obras, porque son notorias las diferencias de forma, de temática, de sensibilidad literaria.

En cuanto a la fotografía, el trabajo de Rulfo me parece muy bueno. Yo conocí esta faceta suya porque mi esposa [Paulina Lavista] también es fotógrafa y ellos platicaban al respecto. Él sabía mucho de materiales y de composición. Basta con ver sus fotografías para darse cuenta de que algunos datos de su literatura aparecen ahí. En la medida en que la fotografía puede expresar cosas, Rulfo hizo un buen trabajo. Fue realmente a eso a lo que se dedicó gran parte de su tiempo, porque leía, pero ya no escribía. No importa si encontraron luego sus cuadernos o sus manuscritos. La obra de un escritor está en sus libros. "La Cordillera" son fragmentos, quién sabe qué puede ser eso. Los dos libros de Rulfo están ahí y eso es lo fundamental.

No es mucho lo que puedo decir sobre Juan Rulfo porque era una gente muy difícil. Yo nunca caí de su gracia, o por lo menos no creo que haya sido así. Nuestro trato fue siempre cordial y amistoso. Entre Octavio Paz y él, bueno, no creo que haya habido mucho trato, ni siquiera literariamente. Los intereses de ambos eran muy diferentes.

* El título de El Llano en llamas –el nombre del cuento así como el nombre del libro– se anotó con minúscula por casi veinticinco años. Durante este lapso, igualmente, el cuento "Diles que no me maten" mantuvo acento ortográfico en la primera sílaba de "Díles". A partir de 1980 (en la primera edición de Tezontle y más tarde la edición correspondiente de Colección Popular), luego de la revisión que el autor realizó en 1979 con Felipe Garrido –entonces, gerente del Producción del Fondo de Cultura Económica–, el título de los cuentos apareció con mayúscula. La distinción es clara: el título se refiere no a un llano cualquiera, sino a la región conocida como el Llano Grande, situada en el estado de Jalisco.