Usted está aquí: lunes 28 de agosto de 2006 Opinión Ponce en Bilbao

José Cueli

Ponce en Bilbao

Enrique Ponce salió como triunfador indiscutible de la semana grande de Bilbao. Lo mismo que en Madrid y Sevilla, los aficionados españoles han tenido que rendirse ante la torería del diestro valenciano. Sobre el ruedo grisáceo de la plaza de Vista Alegre, hundida en el centro bilbaíno, ha firmado su majestad como el eje de la torería. Ha realizado una magistral faena a su toro de Zalduendo, inspirada, de una belleza singular.

Ponce crea un estilo nuevo que exige nuevos avances en la técnica al lograr que su quehacer torero deje de ser objetivo y se convierta en subjetivo. Es decir, no basta que el torero muestre exteriormente el personaje, es preciso que nos muestre, además, de una manera subjetiva, sus emociones.

Enrique Ponce, cuyas sensaciones o simples visiones trata de interpretar y así consigue que los aficionados a la plaza adquieran la impresión de ser ellos mismos. Ponce, de sentir sus emociones, de ver al toro con sus mismos ojos, de marchar por donde él marcha, de citar donde él cita, de embarcar donde él embarca, de templar como él templa y mandarlo enroscado en la cintura como él manda, inclusive de correr cuando él corre, o dar el paso atrás cuando él lo da, o de enmendarse como él se enmienda, o bien de soñar, de planear la faena, de sufrir. En suma, de vivir con el aficionado su vida individual, exclusiva, cerrada hasta ahora a nadie más que a sí mismo.

Para esto, ¡cuánto trabajo! Cuantas tardes de toros. Cien corridas por temporada los pasados 15 años para adquirir ese poder sobrehumano capaz de adelantarse en el espíritu humano, frente al toro, a pesar que éste no sea como los toros de antes, sino los toritos de la época. En la tarde bilbaína, Ponce, bajo la impresión de que algo lo enloquecía, tenía primero la visión objetiva de lo que sucedía, que todo seguiría el ritmo tumultuoso de la acción y el ambiente. Luego una visión interna cambió el paisaje y lo hizo ver con toda su torería, en una sinfonía de estruendos, de masas sin forma, sin contornos, que se movían simultáneamente en un tumulto alocado con la razón perdida del torero que incluso se percibía a través de las imágenes.

Enrique Ponce se colocó en la temporada española a la cabeza del torero. Sólo Morante, con su toreo "enduendado" en la provincia jerezana, le quitó luces; Sebastián Castella ha sido la revelación de la temporada y va por más.

Y se sigue recordando al inmortal Manuel Rodríguez Manolete en el aniversario de su muerte.

 
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