Usted está aquí: miércoles 30 de agosto de 2006 Opinión Apología de las comillas

Arnoldo Kraus

Apología de las comillas

Para quien escribe , las comillas suelen ser buen refugio para atemperar algunas cosas que se quieren decir, pero que no son suficientemente claras para matizar la fuerza de ciertas expresiones o determinadas ideas, o bien como resguardo para contagiar al lector algunas incertidumbres y dudas. Los libros dedicados a la ortografía, como Ortografía de la lengua española, edición revisada por las Academias de la Lengua Española (Editorial Espasa Calpe, 1999, España) enumeran varios principios para el uso de las comillas dentro de los cuales destaco el siguiente, ya que reproduce algunas de mis inquietudes: "Para indicar que una palabra o expresión es impropia, vulgar o de otra lengua, o que se utiliza irónicamente o con un sentido especial". Hay quienes en lugar del uso de las comillas prefieren las cursivas; en el diccionario aludido se explica que en muchas ocasiones se pueden usar indistintamente.

Aunque fue imposible rastrear el origen preciso de las comillas, supongo que deben ser casi tan viejas como el mismo idioma. Tampoco fue factible saber si antes se utilizaban con la misma frecuencia que ahora. Supongo, porque suelo pensar que la realidad es cada vez más cruda y porque los movimientos del mundo contemporáneo dan pie con mayor frecuencia a situaciones inéditas, que en la actualidad se utilizan más las comillas, sobre todo por lo que dice la definición: "indicar... un sentido especial". Entiendo que "un sentido especial" implica lo que el autor percibe pero es incapaz de glosar adecuadamente, o bien, lo que sucede cuando determinada situación o vivencia, por desconocida, por nueva o por indefinible, no encuentra las palabras adecuadas para describirla. Abundan los términos. La inmensa mayoría, si no es que todos, se relacionan con dolor, con injusticia y con los aspectos negativos del mundo moderno. Pasear por esas expresiones es tórrido ejemplo y retrato del mundo que habitamos.

"Sin papeles", "sin tierra", "daños colaterales", "bombardeo quirúrgico", "asesinatos selectivos", "indocumentados", "cartoneros", "felicidad interior bruta", "presos de conciencia", "desaparecidos", "espaldas mojadas", "acomodadores", "niños y niñas de la calle", "presos políticos", "desplazados", "semaforistas" y "sidosos" son algunos ejemplos de la necesidad que ha hecho que el lenguaje se reinvente y se reacomode para representar episodios no descritos del día a día de la sociedad contemporánea. Todos, absolutamente todos los términos traducen tristezas y pérdidas. Nuevamente ignoro las fechas cuando se describieron las situaciones que dan inicio a este párrafo, pero entiendo que la mayoría se acuñaron recientemente. Es decir, muchas pertenecen a la época que ahora vivimos. El contenido de las ideas y su contemporaneidad son buena razón para alarmarse.

Cavilemos en dos ejemplos. "Sin papeles" y "sin tierra" son nociones que agrupan a entes que carecen de identidad personal y de espacio físico. Son individuos cuya realidad, a pesar de estar vivos, los convierten en seres transparentes, ilocalizables en los registros ciudadanos e inencontrables en una dirección -por no decir casa. Son seres humanos que simplemente no están ni en la mira de la sociedad ni tienen la posibilidad de inscribirse en los movimientos de la comunidad.

"Semaforistas" y "cartoneros". El primero es una idea que utilizo con frecuencia como descripción de lo que acaece en las grandes urbes: los semáforos se han convertido en casa, trabajo y convivencia de un sinnúmero de personas que carecen de "casi todo" -les queda la vida. El número de "semaforistas" y la multiplicidad de objetos y servicios que ofrecen aumentan continuamente. Los "cartoneros" son similares a los "semaforistas" salvo que los primeros son argentinos que se han quedado en la miseria por lo que se han visto obligados a pervivir por medio de la venta de cartón: por las noches recorren las calles del centro de Buenos Aires -me imagino que también de otras ciudades-, recogen cartón y después lo venden. Los "semaforistas mexicanos" y los "cartoneros argentinos" se parecen: comparten el mismo y triste destino latinoamericano y ambos han sido víctimas de la misma ralea política.

Cuando las palabras son insuficientes, cuando la imaginación de quien escribe no basta o cuando la realidad rebasa lo conocido las comillas son bienvenidas. En ocasiones permiten brincar escollos y en otros momentos abren brechas, siembran preguntas y generan dudas e incomodidades. Las comillas de "los niños y niñas de la calle" y las de los "espaldas mojadas" se usan para describir grupos de personas cuyas existencias carecen de entradas en las grandes enciclopedias -son indefinibles-, pero cuya realidad es patente. No hay duda de que las comillas son una bendición cuando la pluma no fluye. No hay duda tampoco que toda la tristeza encerrada entre las comillas de los conceptos aquí señalados es retrato de la miseria y de la irresponsabilidad, en muchos casos, de esa perversión humana que se llama política.

 
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