Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de septiembre de 2006 Num: 600


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
H. D. Thoreau, un combatiente
DANIEL MOLINA ÁLVAREZ
Dos poemas
NEFTALÍ CORIA
Un Óscar al Auditorio
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
In dubio, pro Grass
RICARDO BADA
El marxista herético
GRAHAM GREENE
De la historia y significado de la desobediencia civil
MAURICIO SCHOIJET
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Danza
MANUEL STEPHENS

Tetraedro
JORGE MOCH

(h)ojeadas:
Reseña de Miguel Ángel Muñoz sobre La estética de la belleza

Poesía
Reseña de Luis Miguel Aguilar sobre La patria erótica


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 


JAVIER SICILIA

JOSÉ MARÍA SBERT (1945-2006)

Para Emilio Cárdenas y Lourdes Álvarez

El jueves 10 de agosto murió, en Ottawa, José María Sbert. Pocos, en un mundo dominado por los medios de comunicación, la publicidad, el mercado y sus poderes, lo conocieron. Sin embargo, José María Sbert fue un hombre imprescindible en la vida cultural de México.

Lo conocí en los años noventa, en casa de Iván Illich. Desde entonces lo admiré y lo amé. Alto, muy alto, siempre envuelto en una gran chamarra que protegía del aire a sus pulmones maltrechos, Sbert tenía una cultura sin límites y la afabilidad de los que aman la vida. Después de un largo itinerario (economista y filósofo, secretario de Ramón Xirau y de Flores Margadán –el experto en Derecho Romano–, miembro del Consejo de Redacción de la revista Nuevo Cine, discípulo en París de Raymond Aron y Lucien Goldman, Director de Cinematografía y Subsecretario de Programación y Presupuesto en el sexenio de López Portillo; prófugo de la economía, a la que sirvió con una lucidez admirable, pero a la que nunca quiso, y del psicoanálisis, al que amó con pasión –fue paciente y admirador de Lacan y junto con Emilio Cárdenas y otros fundó una escuela de psicoanálisis y la revista Asturbar, luego Luzt (deseo), eco mexica de la famosa revista lacaniana francesa Ornicar–, pero del que terminó por distanciarse), el Sbert con el que me topé en aquellos años se había vuelto un crítico irónico e implacable de la sociedad tecnológica, un escrutador de lo sagrado, un amante del cine, de la ópera y de la literatura.

Esas pasiones siempre estuvieron en él, pero sólo hasta su retiro de la vida pública emergieron con toda su fuerza, como si su breve estancia, en los años sesenta, en el cidoc, al lado de Iván Illich y de Valentina Borremans, hubiese sido un vino que se añejó lentamente para producir a ese hombre que inmediatamente me cautivó. Nos hicimos amigos. Su sabiduría, su afabilidad, su calidez, su conversación me fueron siempre una fuente de luz y de aprendizaje. Lo invité a colaborar en la revista Ixtus. Aceptó. Desde entonces publicó en ella una columna que puso por título Epimeteo.

El título no es sólo sugerente, es el espejo de su autor. Epimeteo es el inverso de su hermano Prometeo. Si éste, en la interpretación de Illich, es el símbolo de la desmesura del hombre moderno, aquél es el del don del otro, el de la sabiduría de la experiencia de la tradición, el símbolo, dice Sbert, "de la renuncia al uso del poder", el rostro pagano de Jesús.

Sbert se parecía a él. Hombre dotado de grandes capacidades, que pudo haber hecho una brillante carrera política y literaria, renunció a ella para poner sus talentos al servicio de los otros. De eso hablan no sólo su gusto por la conversación –la conversación que, como nos lo enseñó Sócrates, es la fuente de la cultura– de la que fue maestro, y su siempre estar atento a los otros, sino sus artículos en donde, a la luz del cine, del arte y de sus reflexiones entorno a Illich y a Jacques Ellul, no dejó de criticar al poder ilimitado del mundo moderno y de exaltar la alegría epimetéica de hacer perdurable lo que ha sido probado en el gozo de lo pequeño y humano.

Guiño de Dios o símbolo de la ternura con la que siempre vivió, lo último que escribió, a sus sesenta y un años –un artículo para la revista Ixtus, que envió poco antes de morir y que pronto aparecerá en sus páginas, sobre Clodia Pulquer, la patricia romana amante de Catulo y de César, "Clodia, matrona impúdica"– es un saludo al muchacho que a los diecisiete publicó su primer texto: una traducción en la Revista Mexicana de Literatura de un cuento de Marcel Schwob sobre ese personaje, rostro de los estragos del poder.

José María Sbert se ha ido. Aunque sé que volveré a verlo en la bienaventuranza eterna, su ausencia encarnada, en estos tiempos miserables, me duele. En ella, sin embrago, puedo ver algo, la invitación y el signo que su presencia dejó a su paso por el mundo: la invitación a renunciar al poder y a redescubrir en nosotros al hombre epimetéico, y el signo de la cultura, de aquello que contra todos los poderes ha rescatado siempre el rostro de lo humano, "el símbolo –como él mismo lo escribió– de la suprema esperanza".

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.