Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de septiembre de 2006 Num: 600


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
H. D. Thoreau, un combatiente
DANIEL MOLINA ÁLVAREZ
Dos poemas
NEFTALÍ CORIA
Un Óscar al Auditorio
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
In dubio, pro Grass
RICARDO BADA
El marxista herético
GRAHAM GREENE
De la historia y significado de la desobediencia civil
MAURICIO SCHOIJET
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Danza
MANUEL STEPHENS

Tetraedro
JORGE MOCH

(h)ojeadas:
Reseña de Miguel Ángel Muñoz sobre La estética de la belleza

Poesía
Reseña de Luis Miguel Aguilar sobre La patria erótica


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LA PATRIA ERÓTICA

Luis Miguel Aguilar

Víctor Manuel Mendiola,
Tu mano, mi boca,
Editorial Aldus,
México, 2005.

Hace no mucho tiempo un joven poeta, o alguien que deseaba ser un joven poeta, se me acercó para decirme que sería el editor de una nueva revista cultural. Me dijo que le interesaba hacer una sección que se llamaría "Sinestesia" y que si yo podría ayudarlo. Lo que hice fue enviarle algunos materiales con casos de sinestesia que yo recordaba y algunos nortes, o algunas notas, al respecto. Poco tiempo después me habló para pedirme otra cosa, no sin antes pedirme también disculpas porque las notas o los nortes sinestésicos que yo le había enviado no serían utilizables para la nueva revista. Me dijo algo así como que había habido una confusión; le dije algo así como que era normal, puesto que la sinestesia tenía que ver con el desarreglo o la confusión –aunque, cuando bien hecha, con una muy precisa confusión– de los sentidos. Y agregué que el resultado final de la confusión sinestésica era la claridad literaria. Me respondió que la confusión persistía y por último me dijo algo así como que el problema era que los demás de la revista no habían entendido. Creo que ni siquiera hice algo similar a un berrinche, por haber trabajado para un joven poeta y unos nuevos editores, y porque al final mis sugerencias, gratis por supuesto, habían sido en vano. Pensé, me pregunté, qué era lo que no habían entendido. Días después, bajo la regadera, como y donde ocurren varias revelaciones en esta vida, pensé que quizá lo que aquellos nuevos y postmodernos revisteros querían no era una sección que se llamara sinestesia sino, ¡oh! revelación que me fue dada, sinergia. Lo digo de nuevo: sinergia. Sinergia es palabra de moda que se asocia hoy con ciertas prácticas que en idioma empresariés indican que diversas áreas de las compañías deben juntarse para un mejor rendimiento empresarial. Entonces se dice hacer "sinergia". Por eso las sinestesias que les envié, algunas muy simples, como aquella de Edgar Allan Poe por la cual los ojos oyen crepitar el fuego, o aquel soneto famoso de Rimbaud a las vocales, empezando por la a que es negra y la e que es blanca, o aquello de las correspondencias de Baudelaire donde se habla de perfumes dulces como oboes y verdes como prados, debió parecerles algo extraño como "sinergia" al joven poeta y a aquellos nuevos editores postmo o postpostmo.

Decidí empezar con esta anécdota porque al recordarla recordé también que una de las últimas insistencias de Mendiola en el trabajo crítico que lleva a cabo, junto con su trabajo poético, va a dar al hecho de que en las nuevas generaciones de poetas, cosas que debieron darse por descontadas, como el manejo de la forma, la medida del verso, la construcción de un cuarteto –aunque no necesariamente deban ceñirse a eso después–; en fin, las herramientas elementales del oficio, estén como arrumbadas en el cuarto de trebejos en categoría de vejestorios premodernos, de prosodias arrasadas por las vanguardias. Por eso no es de extrañar que al joven poeta y editor no le sonara la sinestesia –y conste que el verbo "sonar", en una acepción mexicana, resulta perfectamente sinestésico al confundir el tacto con el sonido: te sueno, es decir el sonido te impactará la cara en cuanto nos demos de cates–, y lo más melancólico es que ni siquiera tuvo la curiosidad por ver –o por olfatear con el ojo– en qué rayos consistía una sinestesia, así fuera de las más simples.

La buena cantidad de sinestesias que recorren Tu mano, mi boca, el libro de Víctor Manuel Mendiola, no son sinestesias simples, claro, sino compuestas, por así decirles. Sinestesias trabajadas, elocuentes, dignas del atrevimiento poético. Este libro es el trabajo de un poeta maduro y, como todos los poetas maduros –no todos: algunos, los más disfrutables–, un poeta que no le teme a la sorpresa por banda doble –a sorprender a la realidad y a dejarse sorprender por ella–; que no le teme a la sencillez de la invención, a decir cosas serias en clave de juego. Es la madurez que cuenta; la madurez como una forma de volver a la inocencia.

Tu mano, mi boca es un solo poema, un poema largo. A diferencia de los otros poemas largos de Mendiola, como Vuelo 294, Las 12:00 en Malinalco, o uno que me gusta de manera especial, Papel Revolución, este otro poema largo de Mendiola, al no correr como los otros, no lo parece; mejor dicho, parece una serie de poemas distintos sobre asuntos similares. Pero lo que ocurre es que este poema largo está dispuesto en sucesivos platos. Y así es: creo entender que la disposición de cada fragmento del poema en cada página de este muy bello trabajo editorial de Aldus, corresponde a un platillo verbal puesto sobre la absoluta limpieza de un plato paginado. Entonces, a diferencia de los otros poemas largos de Mendiola, el largo o lo largo del poema está debidamente dividido, o platizado, en breves cantidades verbales. Lo cual no quiere decir que, por breve, cada porción verbal servida en cada plato pueda medirse así. Hay, en Tu mano, mi boca, banquetes verbales redondos en sólo una línea o en sólo dos frases poéticas. El conjunto parecería también un lance de aforismos (algunos bordando la greguería ramoniana, como el que dice: "Junto al plato, el tenedor guarda silencio, torcido y alerta, como la mirada del diablo"), con la diferencia de que aquí el aforismo cedió su verdad "filosófica" entre comillas, a la verdad sinestesiada o loca, finalmente la verdad verdadera, de los sentidos cuando están en pie de guerra poética. Aquí tal sentido poético tiene, dislocados o a-locados para relocalizarlos de nuevo, cinco sentidos; equivale a otro Entertainment of the Senses, como bautizó W.H. Auden a su propia celebración de los cinco sentidos.

En este poema largo de Mendiola, o en estos platillos que en conjunto hacen un poema largo de Mendiola, asistimos también a ese entretenimiento. Junto a su intensidad –cómo llamarle– gastroerótica y la gravitación de sus imágenes, Tu mano, mi boca es antes que nada un libro divertido. Parte de esta diversión se centra en los delirios sinestésicos y de mester de greguería que en el libro de Mendiola padecen, para bien y página tras página, los objetos. Aquí los cuchillos rezan, los tenedores proyectan las sombras largas de sus cuatro dedos, el vaso es una vida tambaleante. Y los platos, sobre todo los platos. En Tu mano, mi boca los platos son recipientes y disparadores de varios de los mejores momentos del libro. Aquí los platos palpan; los platos, solos, humean o exhalan la luz de un cadáver. Aquí hay platos habitados, es decir, hay fantasmas y rostros que te miran desde los platos; en ellos hay leones agazapados tras "las cebras [que] se deshilachan en negras blancas hebras". El plato es un sitio de viento que inquieta a la lechuga; o bien –y cito el platillo verbal con el número 51 del menú, señalado a su vez en el plato-página 63 del libro–, "El plato me enseña tu hueco más delicioso. Por eso meto mi dedo en la comida."

No es casual que el libro abra con un plato, un plato que dice: "Un plato es una mano ahuecándose con sed o con hambre." Y no es casual que cierre con otro plato que dice: "Tu plato es una fosa deliciosa. Entiérrame."

Añado que este juguete de Mendiola es pegajoso. Y al lector le darán ganas de participar en él. Por ejemplo, dice Mendiola en un buen momento de su libro: "Pongo una rama de eneldo en mi plato; veo tu mano crecer sobre mi mano." El juguete particular de algún lector querría que la rama de eneldo sobre el plato fuera también olfativa, digamos: "Pongo una rama de eneldo en mi plato; tu mano huele al crecer sobre mi mano." No es la menor de las virtudes del libro de Mendiola provocar en el lector este tipo de, y subrayo la palabra, antojos.

Por lo demás, la cuerda aforística o minimalista de Tu mano, mi boca es conectable con otros trabajos de Mendiola, poemas cortos que hacen cuenta larga también. Pienso en la serie escueta del poema "Cuartos", del libro Nubes, en la serie sin título sobre peces y peceras del libro El ojo; o pienso sobre todo en las secciones "Nudos" y "Agujas" del libro La novia del cuerpo.

El amor, dice o sugiere Tu mano, mi boca, es un estómago. Sí lo es. Y el estómago, o el sentido del gusto –el gusto que se sinestesia con lo visual, táctil, olfativo, auditivo– es también amoroso de una manera exacta, o que sólo poéticamente logra tal exactitud. Dice un proverbio chino que patriotismo es el recuerdo agradable de las cosas que comimos en la infancia; con el libro Tu mano, mi boca, de Mendiola, podríamos decir que el amor y el erotismo, o la patria erótica, es el recuerdo agradable de las cosas que comemos o devoramos, a ojoboca, a bocamano, en la vida adulta.