Usted está aquí: lunes 4 de septiembre de 2006 Opinión El deterioro institucional sin fin

Javier Oliva Posada

El deterioro institucional sin fin

Quizá a fuerza de repetir, advertir e incluso alarmar, sobre la descomposición social y política que vive el país, es que han perdido significación e influencia las reflexiones que se inscriben en ese sentido. Cuánto se ha publicado y transmitido sobre la gravedad de la situación que vivimos y de cómo también no hay evidencias de contención institucional ni prudencia y oficio en los actores. Sin embargo, hay que reiterarlo: toda situación mala es susceptible de empeorar (y mejorar, aunque ahora haya poco margen para el optimismo). Por eso, conforme se degrada la calidad de vida política e institucional no se plantean de manera racional guiones que permitan la reconstrucción o el diseño de lo que el país requiere.

He platicado con colegas y amigos respecto de que lo vivido en el Palacio Legislativo con motivo de la ceremonia del sexto Informe de Gobierno. Sostienen que es una expresión que, o bien forma parte de las novedades de México del siglo XXI o que estamos ante los estertores del régimen presidencialista. Francamente, con ambas posturas, no es posible estar de acuerdo; sea desde una perspectiva analítica, sea desde la prudencia que aconsejan los tiempos de turbulencia, ni crisis terminal ni nuevas expresiones en el sistema político, simplemente se trata de una degradación sin fin de la forma de pensar y hacer política, del papel tradicional de los medios de comunicación y de la inmadurez de la sociedad mexicana.

Por una parte, seguimos siendo un país donde la personalidad del dirigente, jefe político o gobernante puede más que los estatutos, órganos internos de gobierno de los partidos políticos y desde luego (lo más grave) que cualquier lineamiento ideológico, limitante programático o precepto legal queda supeditado a la visión y determinación del mismo jefe. En lo que hace a la figura del Presidente de la República, más que una nueva etapa, experimentamos la fase del desgaste total e incontenible de una percepción del poder presidencial: que todo lo puede, aunque no lo sepa usar. Que el ejercicio del poder es procedimental (automático) y bastaba llegar para así gobernar. Vicente Fox llegó seducido por la fascinación de que el ejercicio de las facultades presidenciales por sí mismas habrían de imponerse a los intereses que confluyen en la dinámica del sistema en su conjunto. Fox Quesada se equivocó, sea por omisión o por comisión, la operación política del sexenio fue un rotundo e injustificable fracaso.

Por la otra, las oposiciones partidistas y legislativas durante el sexenio, tampoco pudieron articular consensos más allá de sus respectivas aldeas. Los lazos de comunicación hacia otros actores políticos y segmentos de la sociedad se circunscribieron al azar de la coyuntura y a la conveniencia del calendario electoral del año en turno. La percepción de que a cada propuesta del Ejecutivo le acompañaba una serie de errores y ataques a los eventuales o supuestos aliados fue una constante. No hubo respeto a los acuerdos, si es que hubieron. No se honró la palabra ni al compromiso asumido. La política pasó a ser un vehículo de componendas, de complicidades y desprovista de cualquier acompañamiento programático. Los partidos políticos se encerraron en un monólogo interno, interrumpido o agravado de vez en vez por sus competencias internas. De allí que el menor contacto o intento de comunicación afuera de sus entornos, eran vistos como inapropiados o traiciones. Y en realidad lo fueron, porque el interlocutor, el gobierno federal, así los manejo y usó, incluso en las elecciones federales pasadas.

Finalmente, nuestra sociedad acostumbrada a los mensajes chabacanos e insustanciales, sin responsabilidad de quien los emite, ha propiciado un ambiente en donde comunicaciones de toda índole se encuentran desprovistas de contenidos lógicos (recordemos las pasadas campañas políticas u observemos los comerciales; veamos la calidad de los humoristas de televisión). Así, pues, lo que vivimos en México es un cambio de época, como planteara Alain Touraine en julio de 2000. Ojalá y nos demos cuenta a tiempo.

[email protected]

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.