Usted está aquí: miércoles 6 de septiembre de 2006 Economía La realidad, más extraña que la ficción

Alejandro Nadal

La realidad, más extraña que la ficción

Desde hace años, México vive en la ficción de que la política macroeconómica es un éxito. Tan fuerte es esta creencia que el llamado ''Pacto de Chapultepec'' señala que una de las grandes oportunidades que se le ofrecen al país es la estabilidad macroeconómica. Y el Ejecutivo acaba de lanzar su última buena noticia: el endeudamiento externo se ha reducido de manera importante. Poco importa que la deuda interna haya crecido en forma espectacular, y que en una economía abierta la distinción entre deuda interna y externa sea poco relevante.

Al Congreso también parece gustarle la ficción y, cada año, al aprobar el presupuesto de egresos, prefiere esconder la cabeza como avestruz para no ver que el déficit público es seis veces mayor que el autorizado para cada ejercicio fiscal.

Cuando Angel Gurría pidió a la Cámara de Diputados convertir en deuda pública los pagarés del Fobaproa, inauguró una era de espléndidos engaños. Desde entonces, el gobierno de la continuidad mantuvo la fábula de que el rescate bancario era necesario y fue eficaz. Lo cierto es que ese rescate (a través de la compra de cartera vencida) es el mayor desfalco en la historia de México.

El Ejecutivo mantiene la ficción diseñada por Gurría para que los pasivos del rescate bancario se reduzcan como proporción del PIB. Consiste en pagar la parte real de los intereses y dejar que el componente inflacionario se vaya capitalizando. Hoy los pasivos del rescate crecen sin freno y su servicio forma parte de los llamados ''requerimientos financieros del sector público''. Este eufemismo es la huella del cinismo. La semántica puede cambiar, pero lo cierto es que el déficit público no corresponde a lo autorizado por el Congreso cada año. Clamar por el respeto a las ''instituciones'' es olvidar este ejemplo de la capacidad del Ejecutivo y el Legislativo para mantener el engaño.

El gusto por la ficción también está en el Poder Judicial. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) nos acaba de dar la última muestra. Su dictamen reconoce que la injerencia de Fox puso en peligro la elección presidencial. También admite que el Instituto Federal Electoral no estuvo a la altura de las circunstancias y que falló en momentos clave de los comicios. Anteriormente había ordenado el recuento de miles de casillas por errores en las actas.

Argumentando que no hay elección perfecta, el TEPJF nos condena a conformarnos con una de quinta categoría. A pesar de su propio análisis, concluyó que la elección fue libre y genuina, y acto seguido designó a Felipe Calderón presidente electo. Los magistrados reconocen que algo está podrido, pero su dictamen, como por magia, purifica todo. Los acompaña la cúpula en el poder que cree, en su predilección por las ilusiones, que el país va a aguantar otros seis años de ficción legal.

Es posible. Pero también es verosímil que el país, con todo y sus ''instituciones'', acabe reventando. En el corazón de este problema yace la cuestión de la confianza y para apreciarlo podemos examinar lo que sucede cuando en una economía se introduce la moneda fiduciaria. Esta es un simple pedazo de papel, sin valor intrínseco (a diferencia del oro monetizado). La razón por la cual los agentes económicos aceptan recibir un trozo de papel que sólo porta la leyenda ''cien pesos'' es porque confían que pueden intercambiarlo por una mercancía de igual valor. Cuando se degrada ese componente de confianza (por ejemplo, si hay hiperinflación) la gente rechaza la moneda fiduciaria y busca refugiarse en los metales preciosos o en bienes de consumo duradero.

En la dimensión legal también hay un componente fiduciario. La gente cumple la ley porque confía que, en lo general, prevalece su observancia. Esa confianza radica más en la convicción de que la ley es justa, que en una creencia sobre la bondad natural del ser humano. Cuando comúnmente se viola la ley, o cuando las ''instituciones'' y sus funcionarios se dedican a simular su cumplimiento, se deteriora el componente fiduciario. La ley deja de ser moneda de curso legal y es rechazada. A veces el repudio viene de manera encubierta, a veces está más a la vista. El efecto es el mismo: la delgada línea que separa el orden social del caos se va desvaneciendo.

Puede haber señales que indiquen que se aproxima un umbral crítico. No son tan claras como las que se desprenden de la hiperinflación. Tampoco hay mecanismos que corrijan el rumbo de manera automática. Durante un tiempo se puede vivir en la ficción de que ''todo marcha bien''. Para cuando se traspasa el umbral de saturación en el incumplimiento de la ley, ya es demasiado tarde: el orden social y las reglas de convivencia se colapsan. La mentira puede dar para muchos meses de simulación, pero no dura eternamente.

El TEPJF nos lo confirma: la ficción es realmente asombrosa. Lord Byron lo dijo muy bien en uno de sus poemas cortos: ''Es extraño pero verdadero/ porque la realidad es más extraña que la ficción''.

 
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