Usted está aquí: domingo 10 de septiembre de 2006 Opinión El fiasco de las "bombas líquidas"

James Petras

El fiasco de las "bombas líquidas"

Ampliar la imagen Pat Shea, jefe de operación de Rapiscan Systems Neutronics and Advanced Technologies, utiliza una botella de vino en su compañía de California para demostrar el sistema de detección de amenaza con líquido Foto: Ap

Las acusaciones de los regímenes británico, estadunidense y paquistaní de haber descubierto un complot contra aerolíneas estadunidenses se basan en las evidencias más endebles, que rechazaría cualquier tribunal digno de ese nombre. Un análisis del estado actual de la investigación plantea una serie de preguntas referentes a la presunta conjura orquestada por 24 británicos de origen paquistaní.

Tras los arrestos vino la búsqueda de pruebas, según reseña el Financial Times: "La policía emprendió la ingente tarea de reunir evidencia del presunto complot terrorista (12-13/8/06)". En otras palabras, los arrestos y acusaciones se realizaron sin pruebas suficientes. ¿Con qué fundamento se llevaron a cabo? La búsqueda de registros financieros y transferencias no arrojó resultado pese al congelamiento de cuentas. La pesquisa reveló limitadas cantidades de ahorros, como sería de esperarse en jóvenes trabajadores y estudiantes de familias inmigrantes de bajos ingresos.

Con apoyo de Washington, el gobierno británico sostuvo que la detención de dos británicos paquistaníes por las autoridades de Islamabad proporcionó "evidencia crucial" para revelar la conjura e identificar a presuntos terroristas. Ninguna audiencia judicial occidental aceptaría evidencia aportada por los servicios de inteligencia paquistaníes, notorios por el uso de la tortura para arrancar "confesiones". Dicha evidencia se basa en un supuesto encuentro de un pariente de los sospechosos con un operativo de Al Qaeda en la frontera afgana. Según la policía, el agente de la red proporcionó al pariente, y por ese conducto al sospechoso, información para fabricar la bomba e instrucciones de operación. Para transmitir tal información no se necesita recorrer la mitad del mundo, y menos hacia una frontera bajo sitio militar por fuerzas dirigidas por Estados Unidos de un lado y por las fuerzas paquistaníes del otro. Además, es sumamente dudoso que agentes de Al Qaeda en las montañas afganas conozcan en detalle procedimientos de seguridad o condiciones de operación de la aviación británica.

La inteligencia paquistaní afirmó y Londres repitió que se habían enviado sumas de dinero desde Pakistán para que los conjurados compraran boletos de avión, pero sólo se hallaron boletos en una vivienda (y la policía no logró determinar la aerolínea ni el itinerario). Ninguno de los otros sospechosos tenía boletos y algunos ni siquiera pasaporte. En otras palabras, no habían realizado ni los movimientos previos más elementales.

En un principio las autoridades británicas y estadunidenses sostuvieron que el artefacto explosivo era una "bomba líquida"; sin embargo no se halló ninguna ni de ese tipo ni de ningún otro en la vivienda o en la persona de los acusados. Tampoco se ha encontrado prueba alguna de la capacidad de los sospechosos de preparar, trasladar o detonar la "bomba líquida", la cual sería una solución sumamente volátil si la manejaran operativos no adiestrados. No se ha mostrado prueba alguna de la naturaleza de la bomba, ni ninguna conversación grabada o documento que incrimine a alguno de los sospechosos. No ha aparecido ninguna botella, líquido o fórmula química ni uno solo de los ingredientes necesarios para preparar el explosivo. Tampoco se han encontrado indicios de la procedencia del líquido ni se sabe si fue comprado en el país o el extranjero.

Cuando la versión de la bomba líquida causó tal ridículo que se hizo a un lado, el subcomisionado asistente británico, Meter Clark, aseguró que "se ha encontrado equipo para construir bombas, incluso componentes químicos y electrónicos (BBC News, 21/8/06). Una vez más, no se precisó qué elementos eran ésos, ni en qué casa u oficina aparecieron, si pertenecían a una persona o grupo específicos y si en tal caso eran conocidos por los presuntos implicados en el complot. ¿Qué evidencia documental o de conversaciones grabadas existe para vincular estos detonadores electrónicos y químicos con el complot para "volar nueve aviones con destino a Estados Unidos"?

En vez de aportar datos relevantes para despejar dudas básicas de nombres, fechas, armas y fecha de vuelos, Clark entregó a la prensa una lista de lavandería de artículos que se pueden encontrar en millones de hogares y del número total de edificios inspeccionados (69 hasta esa fecha). Si subir escaleras gana ascensos, Clark debería ser nombrado caballero. Según él la policía descubrió más de 400 computadoras, 200 teléfonos celulares, 8 mil accesorios de cómputo (artículos tan catastróficos como memorias portátiles, CD y DVD); retiró 6 mil gigabytes de datos de las computadoras capturadas (150 de cada una) y algunas grabaciones de video. Uno supone, en ausencia de cualquier dato cualitativo que demuestre que los sospechosos en verdad fabricaban bombas para destruir nueve aviones comerciales estadunidenses, que Clark busca granjearse la simpatía pública hacia la enorme capacidad de sus subordinados de levantar y llevar equipo electrónico de un sitio a otro en 69 edificios, logro notable si hablamos de una compañía de mudanzas y no de una investigación policial de alto poder sobre un evento de "consecuencias catastróficas".

Algunos de los sospechosos fueron arrestados porque habían viajado a Pakistán al principio de las vacaciones escolares. Las autoridades estadunidenses y británicas olvidaron mencionar que decenas de miles de estudiantes paquistaníes van a su país a visitar a sus parientes en esa época del año.

Los chicos listos de Wall Street y de la City de Londres jamás se tomaron en serio el complot de las bombas líquidas: en ningún momento el mercado reaccionó con un desplome o pánico. Los precios del petróleo bajaron apenas un poco. En contraste con el 11/S y los bombazos en Madrid y Londres (con los que se compara esta conjura), el mercado no se impresionó con las afirmaciones de los gobiernos sobre una "catástrofe". George Bush o Tony Blair, a quienes se informó del "complot" con varios días de anticipación, no interrumpieron un solo día sus vacaciones en respuesta a la "amenaza".

Al expirar el periodo legal para retener a los sospechosos sin presentar cargos, las autoridades británicas soltaron a dos, presentaron acusaciones contra 11 y otros 11 siguen detenidos sin cargos, probablemente porque no hay base para formularlos. A medida que el número de conjurados se reduce en Gran Bretaña, Clark y compañía han desviado la atención hacia una complot mundial con vínculos en España, Italia, Medio Oriente y otros lugares. Al parecer la lógica es que una red más amplia compensa los grandes hoyos. De los 11 sujetos a proceso, sólo a ocho se les acusa de conspirar para preparar actos de terrorismo; a los otros tres se les imputa "no revelar información" y "poseer artículos útiles para una persona que prepare actos terroristas" (BBC News, 21/8/06). Como no se han hallado bombas ni se han revelado planes de acción, nos dejan con la vaga acusación de "conspiración", que puede significar una charla privada hostil hacia sujetos estadunidenses o británicos por varios individuos de ideas similares. La razón de que parezca que se persiguen ideas y no acciones es que la policía no ha encontrado armas o medidas específicas para entrar al lugar del ataque (boletos de avión, pasaportes y demás). Que la policía diluya los cargos contra otros tres conjurados indica la endeble base de sus arrestos y de las afirmaciones públicas. Acusar a un muchacho de 17 años de "poseer artículos útiles para una persona que prepare actos terroristas" es tan impreciso que resulta risible: ¿el artículo tiene otros usos para el muchacho o su familia (un cortador de cajas, por ejemplo)? ¿Posee el acusado artículos escritos porque son informativos o fascinantes para un joven? Puesto que aún poseía el artículo, no lo había entregado a una persona para preparar bombas. La acusación podría implicar a cualquiera que posea o lea una buena novela de espías o de ciencia ficción en la que se describa la preparación de una bomba.

Los 11 acusados se han declarado inocentes; aunque el juicio empezará a su debido tiempo, gobierno y medios ya los han condenado. Se ha sembrado pánico; el miedo y la rabia histérica están presentes en las largas filas de seguridad en aeropuertos y estaciones del ferrocarril. De los aviones sacan a asiáticos que murmuran oraciones, se desalojan aeropuertos y desvían vuelos.

El fiasco de las bombas líquidas ha causado pérdidas enormes (cientos de millones de dólares) a aerolíneas, empresarios, compañías petroleras, tiendas libres de impuestos, agencias de viajes y hoteles, sin mencionar las tremendas molestias y daños a la salud de millones de pasajeros varados y estresados. A los "costos" del viaje se han añadido restricciones sobre laptops, maletas de mano, accesorios, alimentos especiales y medicamentos líquidos.

Sin duda la decisión de cocinar el falso complot no obedeció a intereses económicos, sino de política interna. El gobierno de Blair, ya sumamente impopular por apoyar a Bush en Irán y Afganistán, estaba sujeto a ataque por el apoyo incondicional a la invasión israelí de Líbano, su rechazo a llamar a un cese del fuego inmediato y su apoyo indeclinable al servilismo de Bush a los cabildos sionistas estadunidenses. Aun en el Partido Laborista más de 100 parlamentarios hablaban contra sus políticas, mientras inclusive miembros menores del gabinete, como Prescott, afirmaban que la política exterior de Bush apestaba a establo. Este no ha sido aún arrinconado por sus colegas como Blair, pero su impopularidad amenaza con llevar al Partido Republicano a la derrota electoral y la posible pérdida de su mayoría en el Congreso.

Según los más altos oficiales de la seguridad británica, Bush y Blair estaban "enterados" de la investigación de la posible conjura de las bombas líquidas. Sabemos que Blair dio luz verde a los arrestos, aunque sin duda las autoridades le dijeron que carecían de pruebas y que en el mejor de los casos serían prematuros. En la policía británica corren versiones de que el gobierno de Bush presionó a Blair para que realizara las aprehensiones y anunciara el complot. Entonces las autoridades lanzaron una campaña masiva para captar la atención y el apoyo del público, con respaldo total de los medios masivos. La campaña sirvió a su objetivo: la popularidad de Bush aumentó, Blair evitó la censura y ambos siguieron de vacaciones.

El fiasco de las bombas líquidas encaja en la pauta previa de sacrificar intereses económicos capitalistas en aras de posturas políticas e ideológicas. Los fracasos de política exterior conducen a crímenes políticos internos, al igual que las crisis políticas internas conducen a agresiva expansión militar.

La trampa criminal tendida a jóvenes ciudadanos británicos sudasiáticos musulmanes por oficiales británicos se diseñó específicamente para cubrir el fracaso de la invasión a Irak y el respaldo angloestadunidense a la fracasada pero destructiva invasión israelí de Líbano. El supuesto complot sacrificó múltiples intereses capitalistas británicos para retener cargos políticos y evitar una salida temprana del poder. Los costos del fracaso militar son pagados por ciudadanos y empresas.

En forma análoga, Bush, sus conservadores sionistas y otros militaristas explotaron los sucesos del 11/S para aplicar una estrategia multibélica en el sudeste de Asia y en Medio Oriente. Con el tiempo e investigación específica, la versión oficial de los sucesos del 11/S se ha sometido a serio cuestionamiento, en lo referente tanto al colapso de una de las torres de Nueva York como a las explosiones en el Pentágono. Los sucesos del 11/S y las guerras en Afganistán e Irak sacrificaron importantes intereses económicos estadunidenses: pérdidas en Nueva York, turismo, industria aeronáutica y masiva destrucción física; gran incremento de precios petroleros e inestabilidad, aumentos de costos para consumidores e industrias de Estados Unidos, Europa y Asia.

Igualmente, las invasiones israelíes de Gaza y Líbano, apoyadas por estadunidenses y británicos, fueron costosas en lo económico y destruyeron propiedades, inversiones y mercados, a la vez que elevaron el nivel de la oposición masiva antimperialista. En otras palabras, la política militarista de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel (y por extensión del sionismo mundial) se ha llevado a cabo a expensas de sectores estratégicos de la economía civil. Estas pérdidas de sectores económicos clave requieren que los militaristas civiles recurran a crímenes políticos domésticos (conjuras ficticias y juicios amañados) para distraer al público de sus costosas políticas fracasadas y para endurecer el control político. En ambos casos, militaristas civiles y conservadores sionistas pierden terreno. El fiasco de las bombas líquidas se viene por tierra, Israel está en turbulencia, los conservadores sionistas predican a los conversos y Estados Unidos es el mismo de siempre: ahora los militaristas civiles demócratas capitalizan los fracasos de sus colegas republicanos que hoy ocupan los cargos públicos.

Traducción: Jorge Anaya

 
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