Usted está aquí: lunes 11 de septiembre de 2006 Opinión El paisaje de alguien

Hermann Bellinghausen

El paisaje de alguien

Avanzo por el estero. Una carreta de bueyes aguarda (¿qué?) a la sombra de un guanacaste y sin bueyes. Aunque no sea alegórica ni cargue paja, por un capricho sin solución de continuidad me remite a la Suave Patria.

Me sale al paso un quebrantahuesos a pie. Su cabeza blanca, su pico dorado, su cuerpo negro. Es raro ver un águila avanzando sobre sus dos patas. Es torpe. Se hace a un lado. Es paciente. Me da la espalda hasta que me alejo.

Cerca de la laguna Superior se desvanece el camino, o se convierte en muchos, indistinguibles uno de otro. Meros aridales entre la maleza y unos árboles bajos y retorcidos semejantes al mezquite. Un dejo de desierto en esta orilla del trópico donde el mar no se decide a ser océano y la tierra, avergonzada de serlo, se abandona a un azar de podredumbre.

La laguna Superior no cabe en una descripción tan breve. La rodean multitud de cerros y montañas, algunos muy distantes, lo que da idea de las dimensiones de la laguna. Hacia el noreste asoma una vasta intuición de boca de mar demasiado lejana para ser corroborada. La quietud engañosa de su superficie, de escasa profundidad y pantanosa, parece apta sólo para aves ribereñas de patas agudas, plumaje impermeable y cuerpos con flotador incluído.

Hacia una estrecha bahía se aprecian algunas chozas de paja, al parecer habitadas. Un olor estancado, pero vivo, y la diminuta silueta de un ciclista rumbo al caserío indican que también esto puede ser "casa".

Se suceden cantos de aves, tan variados como sus aspectos y proporciones que atraviesan el aire abierto. Y en el fondo soledad, silencio, andanadas periódicas de fuertes vientos.

Es como internarse en uno de esos óleos admirables del Gunther Gerzso más mexicano, sorprendentemente llamados "personaje". El enigma Gerzso, el artista abstracto más orgánico. No sólo la dimensión arquitectónica de sus construcciones delata lo humano. Sus verdes fulgurantes y amarillos, sus colores de tierra con ocasionales jirones de cielo, son señal de vida y carácter en la sólida atmósfera que aterriza sobre el masonite.

Uno reconoce las ciudades prehispánicas de Gerzso, y las modernas urbanizaciones de un sueño. Pero a sus "personajes" siempre los ronda esa inquietante ausencia de un antropomorfismo que facilitaría interpretarlos. Los personajes de Gerzso son algo que es alguien. El paisaje de alguien.

La amplitud del estero se interna en una esencia no palpable ni escultórica. La perspectiva se hunde en la distancia como en un Gerzso de láminas, planos y sombras, formas sueltas que se acomodan con gracia geométrica en el espacio desnudo del ojo.

El piso enlamado y blando resulta engañoso y de peligro. Es difícil alcanzar el margen de la laguna inmensa sin hundir los pies en fango. El agua salada, cristalina e inmóvil no es apacible ni nada.

Desando y regreso al estero. Una flecha amarilla y ventruda me rebasa sobre el hombro izquierdo y me doy el gusto de sostener con la mirada un vuelo de pájaro durante un rato bueno que dura, penetra el paisaje que es alguien y se hace muy, muy largo en las ondulantes manos del aire.

 
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