Usted está aquí: lunes 11 de septiembre de 2006 Opinión Recuerdos de Cuba y otros amores

Leonardo García Tsao

Recuerdos de Cuba y otros amores

Toronto, 10 de septiembre. Como suele suceder ahora en los festivales de cine, lo mejor de lo visto hoy en el 31 Festival de Toronto fue un documental. El telón de azúcar, de Camila Guzmán Urzúa -hija del notable documentalista chileno Patricio Guzmán-, es una añoranza de sus años formativos en Cuba, lugar al que emigraron sus padres en 1973 tras el golpe de Estado pinochetista. La cineasta evoca los años 70 y 80 en la isla como un idilio en el que a ella y sus compañeros de escuela se les hizo creer que eran "forjadores del futuro".

Sin embargo, la desilusión vendría con la perestroika y el fin de la guerra fría. En el rencuentro con sus amigos y familiares, Guzmán retrata el deterioro de la vida diaria cubana con su escasez de dinero, comida, transporte, frente a la abundancia de un nuevo materialismo. La mayoría de sus compañeros de generación se han exiliado en el extranjero. Al combinar la nostalgia personal con el testimonio actual de sus entrevistados, El telón de azúcar expresa, no obstante, la sensación de arraigo que ejercen la isla y sus ideales revolucionarios sobre sus habitantes.

Por su parte, el realizador coreano Kim Ki-duk ha seguido su desigual trayectoria con Shi gan (Tiempo), otra truculenta historia de amor obsesivo en la cual una mujer celosa y posesiva con su novio se somete a una cirugía plástica total del rostro, para renovar el amor entre ambos bajo otra identidad. Sin duda, es una mejora sobre su anterior El arco y sigue una narrativa más coherente que El espíritu de la pasión. Al menos queda confirmada la capacidad de Kim por crear imágenes elocuentes sobre la soledad de sus personajes. Sin embargo, la sospecha de misoginia sigue subyacente en su caracterización de mujeres peligrosas (la imagen de la castración es un leit motif de la película). Y uno no sabe si el efecto humorístico de algunas escenas de histeria, en los constantes pleitos de pareja, es voluntario o no.

Otra búsqueda del amor ideal es recreada con desmedida ambición en Jade Soturi (Guerrero de jade), primera coproducción sino-finlandesa y opera prima de Antti-Jussi Annila. Recién egresado de la escuela de Tampere, el debutante intenta emular el espectáculo visual de las últimas realizaciones de Zhang Yimou, la jerigonza mística de El Señor de los Anillos y hasta una pizca del Hellraiser, de Clive Barker. Pero en vez de artes marciales lo que hay aquí es un torneo de artes verbales. Los personajes se la pasan tratando de explicar, sin éxito, el nexo entre un herrero finlandés actual y un guerrero chino de la antigüedad, encomendado con la misión de destruir a un demonio en tanto pierde a su amada, condenada a traicionarlo a través de los siglos.

Una gran cualidad del 31 Festival de Toronto es que los organizadores han entendido finalmente que los espots publicitarios de patrocinios y agradecimientos, al comienzo de cada función, no deben ser duraderos ni mucho menos pretender la humorada. La tortura de verlos repetidos varias veces al día durante más de una semana se ha reducido esta vez a su mínima expresión.

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